domingo, 3 de octubre de 2010

VILLA TACHITO


MENS SANA (dulce niñez)


Jugar en Villa Tachito no era para cualquiera.
Los integrantes del mítico equipo, paseábamos orgullosos por los otros barrios, haciendo gala de una fama ganada mediante taquitos, lirismo epopeyas heroicas y mucho de  propia y frondosa imaginación.
Así las cosas, no nos resultaba extraño escuchar a nuestro paso “ahí van los de Villa Tachito” o frases por el estilo.
Afirmaría que todos los pibes de mi pueblo hubieran cambiado sin dudarlo  sus regalos de Navidad por una invitación nuestra a vestir la gloriosa casaca.
Y Jorgito Rey, un niño triste que vivió algunos meses en el barrio, seguramente no fue la excepción, así que apenas a unos días de llegar le concedimos “su oportunidad” de mostrarse en un par de picados en los que faltaba un jugador para emparejar el número.
Allí obtuvo su lugar definitivo entre los pibes del barrio: el de un inútil tronco sin remedio. Para colmo de males, ni pelota propia tenía, y casi no hablaba, de modo que ni tan siquiera por necesidad o simpatía podíamos tenerlo en cuenta. Decidimos incluso hacerlo jugar de poste un par de veces, pero hasta esa función desempeñaba mal, ya que solía distraerse moviéndose de su posición persiguiendo embobado algún grillo o cualquier bichito que anduviera por el baldío,  agrandando de ese modo el arco, lo que generaba airadas protestas de los arqueros y continuos cuestionamientos sobre la presunta invalidez de los goles.  Recuerdo bien su última participación en la que fue reemplazado para no retomar más su puesto, por un pullover rojo.
Recuerdo también aquellos días felices de nuestra tierna infancia y la recurrente imagen de los picados: la pelota que se iba para la calle, el partido que se detenía y Jorgito, cargando en su espalda el inmenso y brillante acordeón a piano que pasaba por la vereda rumbo a su clase de música. 
Cuanta inocencia, cuanto candor, cuanta sinceridad para comunicarle que jamás integraría nuestro equipo y determinarlo así a su vocación musical.
Sin embargo el destino suele ser extraño. Y hubo un día en que Jorgito casi debuta. Y nada menos que contra Barrio Centro. Sí, Barrio Centro, nuestro odiado archirival. Los pitucos nos habían desafiado para ese domingo  y nosotros aceptamos, sin tener en cuenta que la Comunión de uno de los Morales nos privaría de la presencia de tres integrantes del equipo. Era casi el medidodía del sábado y por más vueltas que le diéramos al asunto, no podíamos completar el cuadro para el superclásico del día siguiente.
-“Y si le rogamos a la mamá que los deje jugar?”. Me miró Gustavo, casi con desesperación
-“Imposible, vienen todos los parientes de Santa Fe  y el festejo es a la hora del partido. No los dejan ni en pedo”.
 –“¿Y tu hermano?
-“¿Sos loco?, tiene  17. Está pasado, no nos van a pelar
En eso vimos a Jorgito doblar la esquina. Volvía de la clase de los sábados, con su gigantesco acordeón a cuestas.
Gustavo me miró y abrió la boca.
-   “Ni se te ocurra!!”  Le grité antes de que osara decir…
- “Pero para completar…”
- “Nooo..”
- “No nos queda otra… Jorgito vení” –gritó el muy inconsciente-
Jorgito nos miró y, con su cara inexpresiva, comenzó a cruzar la calle hacia nosotros.
-  “No podés invitarlo. No sirve para nada..”
-   “Dale, aflojá… si se queda parado de cuatro y no la pide..”
-   “Nooo, si juega él yo no voy
Jorgito se acercaba extrañado por el inesperado llamado y nuestras gesticulaciones de desesperada y silenciosa discusión.
-   “Lo ponemos paradito, adelante…”
-   “Queda orsay seguro. Y va a ser tu culpa.”
-    “Pero, ahí viene…”
-    “Si lo ponemos, nos matan
-     “Hola” –dijo Jorgito, de pie, frente a nosotros y con su cara de nada-.
-     “Che, Jorgito…” -habló Gustavo-
-      “¿?”
-     “…. Cuánto te cobran de cuota en acordeón?
-     “veinticinco, por?”
-     “No… para saber nomás. Chau.”
-     “Ah, chau.”
Y Jorgito volvió sobre sus pasos, semejante –se me ocurrió- a una ridícula tortuga con caparazón de teclas.
Jamás supo que estuvo a punto de debutar en Villa Tachito. Hoy seguramente lo contaría con orgullo.
Que hermosa y sana fue nuestra niñez. Nosotros, la pelota, Jorgito y su acordeón, con los corazones limpios y en busca del futuro.
El tiempo, implacable, nos fue separando. Las mujeres irrumpieron en nuestro mundo haciéndolo para siempre más complicado, a punto tal que nuestra pasión futbolera pasó a segundos planos. Ya nada es igual. Hoy no existen los valores. Jorgito es un gran acordeonista. Yo me dedico a urdir conspiraciones y a añorar –injustamente solo- aquellos años en que mis amigos no habían aún perdido su inocencia. 

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