jueves, 30 de septiembre de 2010

TOTO y LA RATA



Para mi Porotito


Toto y la rata

Me dormí con esa espantosa imagen. Toto, satisfecho, devoraba delante de mi puerta una rata inmensa que no quiero imaginar de donde sacó.
Lo conozco al muy taimado. Es tan embustero y haragán como su dueño y, con tal de agradar, no me extrañaría que la haya “cazado” estando ya muerto el pobre roedor, y traído hasta el umbral en calidad de presa, dándose cortes de temible depredador.
Pero así es este gato degenerado. Y nos llevamos bien con nuestro pacto de silencio y de “no joder al otro”.-
Aunque en realidad anoche, debo admitirlo, me hinchó las pelotas esa imagen. Y el ruido. Un crepitar de huesitos de rata a mediocomer que, paciente y placenteramente, Toto trituraba deteniéndose de a ratos solo para mirarme con desdén y satisfacción.- Los pelos de la rata, mojados por los lengüetazos, las tripas asomando y esa cola. Que horribles son las colas de rata. Peladas, desmesuradas, desproporcionadas, Casi tan desagradables como sus patas. Y Toto, orgulloso. Comiéndose a esa rata. Subí a mi bulín privado –o no tanto, ya que Toto lo comparte sin mi permiso pero con mi consentimiento-, tiré el colchón y la almohada. Comprobé que contaba con reservas de alcohol y tabaco suficientes como para conjurar cualquier ataque de pánico y me acosté a pensar. Algunos tenemos la pésima costumbre de pensar antes de dormirnos. Y, así las cosas, he desarrollado ciertas tácticas para aventar pensamientos tortuosos. Hay gente que habla de conciliar el sueño. Yo no lo concilio. A mi me atrapa,  me vence y a mi modo de ver, me mata por algunas horas. Entonces es conveniente pensar cosas livianas o agradables. Repasar formaciones antiguas  de nuestro equipo favorito, tratar de entender, sin preparación técnica alguna y siempre sin éxito, como funcionan las máquinas y cual es la diferencia con el funcionamiento del cuerpo humano, armar pinturas en la oscuridad, explorar el propio pasado hasta llegar al primer hito de conciencia. Y mil otras cuestiones tan apasionantes como agradables al pensamiento. Pero anoche…- Anoche no podía apartar aquella imagen. Toto disfrutando felinamente de lo que a mi me resulta abominable y asqueroso. Pasando su lengua un par de veces y retomando su masticación ruidosa y de costado, con las orejas hacia atrás. Y la rata, o sus despojos, vencida, blanda y gris. Gris rata. Me desperté sobresaltado y recordé mi infaltable vaso de agua.- Casi tomo un sorbo, pero me detuve petrificado. ¿Y si a Toto no le cayó bien la rata? ¿Y si, mientras yo dormía, el maldito bebió de mi vaso? Todo ello es espantosamente posible.- El malvado es sigiloso, casi imperceptible y he dejado las ventanas abiertas de par en par. Es una noche hermosa. ¿Y si hemos compartido el agua de mi vaso?. Sospecho que ya es tarde.- Sospecho que ya nada puedo hacer y me parece sentir un sabor a rata. Tomaré otro trago y me volveré a dormir pensando en cosas agradables.-  


CORRESPONSAL

 
CORRESPONSAL

Colgué la bolsa con mi Nikon de una cuerda que encontré entre la basura amontonada contra un rincón de la habitación.- No sabía si alcanzaría hasta el pedregoso suelo de la calle, pero, al menos si debía soltar el bulto, éste caería desde menor altura.-
Con dificultad había logrado atarla de manera bastante segura a pesar de la torpeza de mis dedos machucados y sangrantes.- El abrasador sol del mediodía jugaba a mi favor, haciendo que ni un alma se aventurara a caminar por las calles de Bagdad por esas horas.-
Comencé a soltar lentamente el cordel que se deslizaba en cortos tramos por el borde de la ventana.- La cuerda era más larga de lo que parecía, pero insuficiente para llegar al piso.-  Cuando estuvo desarrollada por completo, la bolsa pendía a unos dos, quizás tres metros del suelo.- Decidí asomarme a la ventana para acortar, al menos lo que diera mi brazo, la distancia de la caída.- La bolsa tuvo un leve balanceo mientras me acomodaba en el dintel.- En ese momento  irrumpieron los milicianos.- Solté la cuerda y me arrojé a la calle mientras oía los gritos amenazantes.-
Mi cuerpo entero golpeó el piso, herido sobre las heridas. Apreté la bolsa contra el pecho y con las pocas fuerzas que saqué del miedo comencé a correr encorvado hacia la esquina desierta. Me entremezclé en una pila de cadáveres con la que topé apenas doblaba. No puedo precisar cuantas horas eternas pasé allí. Entre el olor a muerte y a mi propia sangre los fui conociendo. Los muertos dicen cosas. Los muertos hablan. Hablan de la guerra. Hablan de la estupidez de los vivos. Pero nadie nos escucha.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

HALLAZGO

Por un rato creí haberlo logrado!!! (igual estuvo emocionante)


HALLAZGO

Se me presentó como una evidencia.
El corazón me dio un salto. Tenía que levantarme a escribirlo antes de que semejante estado de lucidez me abandonara.
“Sí, tendemos a la inmovilidad. Los cuerpos físicos tienden a la inmovilidad. Pero la tierra se mueve, entonces no estoy quieto. Pero ¿quién te dice que la tierra no esté deteniéndose lenta e imperceptiblemente en un sistema de referencia más grande?. Si así fuera, la tierra, en algún momento, va a tener que dejar de girar… y detenerse”.
Además lo del sistema de referencia, yo ya lo había escuchado en algún lado, no era una ocurrencia mía. Estaba casi seguro de que eso de los sistemas de referencia –o como se les quiera llamar- ya fue descubierto y tenía algo que ver con otra evidencia que me asaltó: la relatividad. En efecto: “para mí” estoy quieto, aquí y ahora, pero estoy  “quieto” en una tierra que se mueve. Pero si –como lo sospechaba- la tierra dejaría de moverse en algún momento, mi percepción inicial, la tendencia a la inmovilidad,  estaba confirmada –o casi-. Sólo debía pulir mi idea y saltar de la cama lo antes posible antes de que se me empiece a borrar o a tornárseme confusa.
Mientras me calzaba el helado jean pensaba “vale la pena salir de mi cálido nido de frazadas. Lo que tengo en mente puede ser el principio de una explicación total, de una coherencia cósmica incluso aplicable a la existencia humana y a sus últimas causas”.
No reparé ni en atarme los cordones de las zapatillas. La urgencia lo justificaba. “Pensar que todo me apareció maravillosamente como una suerte de revelación, a partir de mi contraimpulso a salir de la cama donde me encontraba tan cómodo y abrigado, a pesar del mandato de las convenciones y del puto radio-reloj que marcaba las doce y veinte, titilando sus números digitales como puñaladas que me asestaba el odioso imperativo social a levantarme”. Me felicité mientras trepaba presuroso las escaleras, pensando “Menos mal que siempre fui un rebelde. Que bendición, haberme resistido a levantarme sin más, como un autómata despreciable y disparar la gran cuestión: ¿Por qué?!!!. ¿Por qué voy a moverme y a mudar este estado placentero en sacrificio?. ¿Acaso las cosas tienden a moverse naturalmente? ¿Si arrojo una bolilla, no busca detenerse en algún punto?  ¿Los propios seres humanos, no tendemos finalmente a “detenernos”?. Absolutamente excitado, me atravesó la idea de telefonear a un amigo Ingeniero, amante de la Física, para echar luz sobre su mente con el hallazgo, pero primó mi egocentrismo –lo confieso- y decidí sentarme al teclado y desparramar los conceptos clave para no perder el hilo de mi razonamiento. Inmediatamente investigaría “por las mías”, sin compartir mérito alguno, sobre mi grandiosa teoría y, de paso, tomaría algunas ideas de los científicos y pensadores clásicos, para mejorarlas, enriquecerlas y finalmente cerrar el círculo apasionante que todo lo explica. A quince minutos de comenzar  mi magna empresa intelectual descubrí, no sin algo de desilusión, que dos mil quinientos años antes, alguien ya planteó ese asunto que otro tipo, hace apenas trescientos, ha dado en llamar “Inercia”.     

VIAJANTE

Este cuento apareció en la revista "Barriletes" Nº 100. Me encanta colaborar en lo que puedo con ellos. Son gente maravillosa que "de verdad" hace algo por los más desprotegidos. Hay que comprar la "Barriletes" (la guita va para los chicos). Ah, la ilustración, la hizo Mario Milocco. GRACIAS GENIO!!!!.-


VIAJANTE

Soy viajante.
Paro en un hospedaje de mala muerte. Hay olor a guisos aún a las seis de la tarde.
Es un pasillo larguísimo y descascarado apenas iluminado por una bombita de luz, de 25, que sólo sirve para adivinar que detrás de su pobre halo, aún hay metros por recorrer. Creo que la pared es amarillenta, o de un rosa desteñido. No lo sé bien a pesar de haberme hospedado no sé cuantas veces ya, por la casi total oscuridad reinante aún de día. El color de las partes descascaradas de la pared parece de un marrón rojizo.
Hay que caminar con cuidado por el pasillo, pues de las puertas que cada dos metros se sitúan a ambos lados, suelen aparecer los más variados y patéticos personajes. Desde un tipo viejo, panzón y de brazos flacos y huesudos, en camiseta de tirillas, que te moja con la transpiración de su frío brazo al pasar, hasta una jorobada de respiración dificultosa con la que ya me he topado (o mejor dicho, me ha topado) más de una vez. Siempre se aleja después del encontronazo, profiriendo insultos incomprensibles. Creo que no es nada personal conmigo, salvo que recuerde mis zapatos.
También se debe ser cuidadoso del lugar en que se pisa. Más de una vez he tropezado con cuerpos de borrachos o algún otro tipo vagabundo que aprovecha la penumbra y el fresco húmedo del pasillo, para tirarse –o caer- a dormir. La impresión de tropezar casi a ciegas con un bulto que se queja y te manotea las pantorrillas es bastante desagradable. Pero uno se acostumbra. Es el hospedaje más barato de la ciudad. Eso sí, no se admiten animales. Al menos formalmente, pues puedo afirmar que en la habitación Nº 12 escuché un loro, y en la 27 el tipo de voz aguardentosa suele hablarle a “Pulgoso”. (¿y que otra cosa puede ser Pulgoso?).
La gorda que administra el hospedaje ocupa la habitación Nº 1. Es una mujer descuidada y de mediana edad que fuma permanentemente y te cobra sin decir palabra por la puerta entreabierta. Con su cigarrillo entre los labios y su camiseta amarillenta y manchada tiene la extraña habilidad de estar atenta a cualquier ingreso o egreso al hospedaje, de modo tal que es imposible entrar allí sin pagar antes los días o las horas de estadía (porque allí se puede uno alojar también por solo horas, aunque el precio de la jornada es el mismo). Sólo sale de su cueva, llevando un mugroso y ajado cuaderno de anotaciones, para dirigirse hasta el cuarto de quién se haya excedido en el tiempo de permanencia pactado -como ya me ha ocurrido-, golpear tres veces y aparecer plantificada y con cara de pocos amigos cuando se abre la puerta, dando insistentes golpecitos de birome en el cuadernillo garabateado en señal inequívoca de mora inexcusable. Su voluminosa presencia de hombros redondos, su barriga tripona, las mamas largas y chatas prensadas bajo la sucia camiseta, su pelo desgreñado y jamás teñido  y sus patas gruesas apoyadas en unas eternas chancletas descoloridas son intimidantes y alejan inmediatamente cualquier idea de soborno romántico, de esas que suelen asaltarnos por reflejo ante las  autoridades femeninas.
¿Es que es este monstruo algo femenino? ¿Cumple años o solo le pasa el tiempo?. ¿Existirá en la tierra un varón capaz de atrevérsele?. Solo he pensado en eso y en hurgar mis bolsillos para pagarle cuanto antes, las veces que retrasé mi estadía en el lugar.-
El olor a guisos y a hervores baratos se intensifica a partir de las diez de la mañana y vuelve a hacerlo cuando oscurece, pero la estrechez húmeda del interminable pasillo lo hace persistir todo el tiempo. Los huéspedes cocinan, comen y duermen en esas piezas sin ventanas y defecan y lavan su vajilla en los minúsculos lavamanos de agua fría, o quizás usando el pobrísimo chorrito de la ducha. Ruidos de platos, cubiertos, ronquidos, monólogos ahogados, roces, el loro, arrastrar de pies y camas, chirriar de sillas desvencijadas, toses, narices sopladas y a veces, cada tanto, algún llanto de bebé y reproche amargo de mujer muy joven, suspiros  provincianos y “Ayyy… Dios mío”, seguidos de más largos suspiros, componen esa partitura de purgatorio que se repite cada vez que camino el pasillo.  Salir de allí hace a la ciudad inevitablemente bella y seductora. Hasta las veredas angostas, el humo de los atronadores colectivos y la caca de perro me resultan reconfortantes. Que encantadora es Buenos Aires. Apenas “a un pasillo” del primer mundo.

martes, 28 de septiembre de 2010

LOCO SUELTO


Me han comunicado que estoy loco y enfermo.
Que requiero urgente tratamiento.
Que estoy lleno de mierda.

Que ese es el motivo por el cual no soy culpable.
De no hacer las tareas.
De ser un perezoso.

Que mis visiones del derrumbe
y  mis encuentros con Adán espejo son curables.
Que voy a morir.

Y me cuesta asumirlo,
Como hacer las tareas y ser aplicado.

Me han radiografiado en pocos minutos.
Y tengo mi diagnóstico certero:
Estoy loco.

Pienso que por momentos necesito estar solo, pero el problema es que me sigo a todos lados. Y mi compañía me resulta insoportable.

Eso debe ser estar loco.

¿Así que estoy loco?

Que peligro para la gente cuerda!

Un loco suelto, tormentoso, atormentado y atormentante, ocultando sagaz su desquicio entre los sanos.

Un día de estos…

ADÁN ESPEJO


Adán cerró la puerta de la casa sabiendo que no volvería jamás. Esa ya no era su casa, sino la casa. Se abrochó el primer botón del sobretodo, pero su cuello largo como el de una gallina pelada extrañó de todos modos la siempre infaltable bufanda a cuadros que Adán olvidó en su abrupta decisión de partir.
Comenzó a caminar decidido por la callecita que bajaba al puerto. Apenas a tres cuadras divisó las crestas de espuma casi fosforescente que se azotaban y desaparecían sobre los murallones oscuros. El mar estaba malhumorado, como la noche y su rugido persistente atronaba una y otra vez congelando la sangre. Se detuvo como un espectro debajo de un poste de luz, cuya pobre lámpara se sostenía increíblemente a pesar de los sacudones espasmódicos de las ráfagas heladas. Su rostro brillaba húmedo a causa de la bruma y, bajo la intermitente luz proporcionada por la maltrecha lámpara, asemejaba a un triste e inútil faro callejero destinado a orientar suicidas, aunque ni el más osado se hubiera atrevido a quitarse la vida esa noche allí, pues esta solo podría prometer avernos iguales a ella, pero espantosamente eternos. Permaneció rígido y aterido por un tiempo sin tiempo, escuchando los truenos incesantes y con sus ojos hechos cristales reflejando la nada infinita. No había plan, salvo irse. No había destino fijado, excepto el más lejos posible de  aquel lugar del que finalmente se había desprendido  para ser otra cosa, otro. Caminó hacia las luces de  la ciudad, con el estruendo del océano a su lado, bordeando ese dantesco y negro abismo que parecía venir por él a cada embate contra el paredón. “No he de ser de ella y menos tuyo” –pensó- . La despareja música de los acordeones, lo metió en la cantina. Un calor de fuego le golpeó la cara e instintivamente desprendió aquel  botón del sobretodo. Ninguno de los rostros rojos lo vio entrar. “No he de volver” – se repitió-“.   “No he de morir” –se maldijo para siempre-. Lo he visto alguna noche, absolutamente gris y sin mirada. Y me lo han referido muchas otras veces. Afirmo que es el mismo, no obstante las distancias y los tiempos aparentemente inverosímiles. Basta con la tristeza, el salir sin rumbo, el sentirse hastiado, el oler el espanto, el vagar de noche cual fantasma,  para verlo. Adán, espejo maldito de las almas desoladas, estará siempre en esas noches… para vernos.

TRATAMIENTO URGENTE



Lo mío pasa por tomar mucha agua, caminar, correr, dejar de fumar, abandonar todo tipo de drogas y el alcohol, inyectarme sueros si es menester, adoptar dietas vegetarianas, dormir sin sobresaltos, levantarme temprano, decirle no al trasnoche, ignorar lo femenino, ser prudente y medido por un tiempo, no decir lo que pienso, no sentir lo que siento, rehuir a los abismos y a las cimas, no arruinar reuniones, ni animarlas…
Una suerte de “lavado”. Que me lave entero. Desde las tripas al cerebro y la lengua.-
Lo mío, me parece, es incurable.-  

lunes, 27 de septiembre de 2010

ARRANCACABEZAS


ARRANCACABEZAS.

Hace frío y me ha dado por arrancarme la cabeza.
No hay salvanoches ni amigos,
Solo Juancito caminador.
La mujer del otro día me dijo que hoy más que nunca,
tengo razones para la poesía.
No entendí nada y contesté “siempre”.

¿Qué pasa por dentro de cada uno?
¿Que “hoy más que nunca” le gatilló la lengua?
¿Qué sabe nadie de mi “más que nunca”?

“Más que nunca” es impensado, es de repente.
“Mas que nunca” es la tristeza, subrepticia,
que aparece y me murmura sobre el hombro.-

“Más que nunca” es euforia, pasajera,
condenada a desaparecer conmigo.
Una imagen, una escena, es un segundo.-

Desconozco que me mueve al desatino,
de no dormir mientras las velas ardan,
tejiendo entre temblores las palabras.-

Temblores del  cansancio  y del hastío
temblores del alcohol y de las ansias,
que me consumen hasta quedar vencido.

Hoy se me dio por arrancarme la cabeza,
tal vez es hoy el “más que nunca” que me dijo,
no elogio flores, ni pronuncio alabanzas.-

Marcharé con la duda, con la noche y el frío,
moriré un largo rato,
quizás, hasta mañana.-

domingo, 26 de septiembre de 2010

PAJARRACO

 

PAJARRACO

¿Será feliz ese pajarraco que adivino?
No es un graznido, no es un trino lo que emite. Es una suerte de corneta desafinada, monocorde y chillona. Eso sí, por espacios regulares del tiempo. Exactos y perfectos lapsos.
Lo he controlado con el cronómetro que me regaló Raquel, cuando cumplí los 40. Ahí está otra vez la corneta. A veces me recuerda el sonido de un viejo inflador para bicicletas, de esos que pierden aire cada vez que insuflamos en la rueda. Pero no es exactamente eso. Tiene otra connotación, más penetrante y molesta.
Raquel.. ¿Qué habrá sido de ella?. Mirá que regalarme un cronómetro… y justo para los 40.¿Me habrá visto pinta de velocista? ¿ O quiso significarme algo especial y oculto a mi pobre inteligencia? Que mina rara Raquel. Nunca terminé de entenderla. Por momentos se mostraba interesadísima cuando le hablaba de asuntos importantes, me miraba como hipnotizada,  y de repente se descolgaba con una pregunta sobre horóscopos o sobre la influencia de Urano o no sé que planeta, en las personas nacidas bajo tal o cual signo zodiacal.
Otra vez el pajarraco. No sé cual de los dos ha sido más irritante, si Raquel con sus salidas desubicadas, o este plumífero chillón que invade mi presente con la precisión de un reloj (de un cronómetro). Raquel contaba con la ventaja de que yo la quería. Sí, yo la quería mucho a Raquel. Incluso como para perdonarle, pasado un rato, sus preguntas estúpidas. En cambio a este pájaro…. si lo tuviera a tiro… ¿Es que no hay gatos en el barrio?.
Y si la quería, ¿por qué dejé de responderle los llamados?. Bueno, a mi no me gusta mucho hablar por teléfono y menos chatear. Obviamente a Raquel le encantaba prenderse al teléfono y me costó propinarle sucesivos desaires hasta que la persuadí de que odiaba esa idea absurda del chat. Además, por teléfono y con el pájaro gritando cada dos minutos, es imposible abordar algún tema serio. Y sin sus ojos hipnotizados. Debe haberse ofendido por mi falta de reciprocidad. Mirala vos, no sabe perdonar. Con tantas frases pavotas que le dejé pasar. Ya forma parte del pasado. De ella me quedan algunos recuerdos que me hacen reír y éste cronómetro que me sirve para controlar al pajarraco.
Ha pasado mucho tiempo desde que se fue e incluso desde su último llamado. Sí, son varios años. Kronos, el hijo de Urano, no perdona -como Raquel-. El espejo me lo dice cada mañana.
¿Habrá envejecido también Raquel?. Yo la veía siempre igual. Es lógico, si se lo piensa bien, que aquellas personas que no se toman las cosas en serio, tarden más en mostrar en su rostro el paso del tiempo. ¿Y que cosas le preocupaban a ella? Yo diría que ninguna, casi que paseaba por la vida, como si el paso del tiempo y la finitud no fueran sus cuestiones. Apenas sus preguntas bobas sobre Urano, que me sacaban de quicio como este pájaro insoportable que ha vuelto a chillar.
Que ironía regalarme un cronómetro alguien a quién no afecta el tiempo. Que profundos e insondables los ojos de Raquel. Que absurda y triste la vida del pajarraco transcurriendo entre las rejas de su jaula.. No menos absurda y triste que la de los que transcurrimos entre preguntas. Solo Kronos, el hijo de Urano, la única inquietud de la chica bella y ¿ tonta ?, se ríe del tiempo y lo domina.
El pajarraco ignora mi cronómetro e incluso a mi. Yo, en mi tristeza, ignoro casi todo, salvo aquellos ojos de Raquel, la siempre joven que me indagó sobre el padre de Kronos y me dejó una máquina para medir el tiempo.-

JUSTICIA POR MANO PROPIA

MMMM 

JUSTICIA POR MANO PROPIA

Una inmensa gorda en jogging es empleada como voluntario ariete para tumbar la puerta.
Llueven piedras del “mejorado” sobre las cabezas de  justicieros y ajusticiados.
La oxigenada del piercing clama, chilla y renueva una y otra vez su dramático llanto ante el camarógrafo de turno.
Siguen lloviendo cascotes.
Uno de gorra al revés y bermudas entra en frenesí cuando se ve captado por la lente y azota como un autómata un cacho de manguera contra  el 4 L inerte y descascarado.
El de Chacarita descubre que con su aerosol genera fuego y no hay sillón de cuerina que se salve.
El grandote de sudadera L.A. Lakers, tumba y arrastra la heladera y, cada tanto, salta de modo simiesco, mirando con gesto adusto y orgulloso la cámara de TV, que da cuenta al mundo de su liderazgo justiciero, barrial y destructor.
El fuego del de Chacarita se expande. Torsos desnudos, barrigas hinchadas y sudorosas, tatuajes de vírgenes, maradonas y corazones alambrados de púas.
Aparece la policía y bajan del móvil cuatro numerarios que caminan sin querer llegar nunca.
Puteadas, puteadas y cascotazos, la rubia oxigenada renueva su pasión. Dos vecinas la secundan superponiendo sus gritos y blandiendo una foto de la víctima que posa detrás de una torta.
Los numerarios son arrinconados y no les alcanzan las manos para atajarse.
Siguen lloviendo piedras.
El de Chacarita descubre el móvil, y lo incendia con su aerosol.
Se asoma el victimario y levanta su dedo mayor. Todo arde. Arde la casa, arde el móvil, arden los ojos, arde el victimario, arde la garganta de la oxigenada. La jornada de justicia quedará para la historia.
Vamos a la pausa.

ARGENTINA POTENCIA

OOHH 

ARGENTINA POTENCIA

El grandote sesentón embobado frente a la pantalla del televisor reflexiona:
- “si los humanos podemos mandar cuetes al espacio… debe haber otros humanos iguales a nosotros en algún lado… capaz que no humanos … pero iguales como nosotros…”.
Y su viejo padre en el sillón hamaca de mimbre asiente con rostro grave:
- “ Y mirá el humo que largan los cuetes… ¿sabés como contamina todo eso?. Por eso está todo podrido el ambiente che. Y los gobiernos no hacen nada porque a los políticos les conviene mandar cuetes”
- “son todos unos chorros”-responde el grandote con la boca llena de maní, y se zambulle otro trago de cerveza- “pero para mi que hay gente o algo así… igualitos que nosotros, digo”
- “Y te muestran cuando los largan, pero no cuando caen a la tierra de nuevo y el daño que hacen al planeta” –se enrojece la cara del viejo- “… total a ellos que mierda les importa?”
- “Y si… y cualquier día se la van a embocar a otro planeta y se arma la podrida” –eructa el grandote-  
- “¿Qué van a embocar?. Los tiran al boleo.”
- “Si, pero quién le dice que un zapallazo de esos...”
-“Pero ¿a que carajo fuiste a la escuela? ¿No sabés que el espacio es infinito?. Por eso se llama espacio, porque hay mucho lugar”.-
- “Si, pero ¿y si se la pegan?. Mire que para mi debe haber humanos que no sean personas  por ahí”
- “Dejá de hablar boludeces. Y, de última, ojalá venga un marciano y los meta presos a todos… ladrones de mierda… y pena de muerte que joder… con un rayo eléctrico de esos que tienen. Ahí se acaba la joda. Viejaaa!!!, traeme la pastilla que este infeliz me hace calentar”.
-“Disculpe papá, yo pensaba nomás. ¿Cambio de canal?”
- “Si. Sacá esa porquería y poné el Fasion Model. A esta hora viene el desfile, creo … a ver si se te limpia la cabeza de pavadas y te concentrás en algo positivo (si yo tuviera tu edad…)”.
- ¿Qué canal es?
-“El 34…., traeme vos la pastilla que tu Vieja me hace escenas cuando pongo el 34”.-
Click.
-“ Ahí tá.”
- “Sí, no estoy tan ciego. (que país de mierda, con semejante potencial)”

miércoles, 22 de septiembre de 2010

EL MONJE NEGRO


Este Cuento es genial. Me encanta. ¿ puede alguien vivir una vida "normal" y desapasionada y a la vez abrazar la Literatura?

Búsquenlo en cualquier link

EL MONJE NEGRO (análisis por Crypt Vihâra)


El cuento "El monje negro" de Antón Pávlovich Chéjov, tal vez no es su mejor cuento, pero es tan poético e imaginativo que el impacto que causa al leerlo difícilmente nos abandonará nunca. Es un cuento de tesis, género muy cultivado en Francia. Partiendo de la proposición de si el loco genial es superior a una sociedad (más útil, más deseable y conveniente) que el mediocre racional y sano, Antón Pávlovich Chéjov desenvuelve su argumento amparándose en su preferencia por el primero. Por supuesto que entran en juego ciertas consideraciones de la parte del lector, este se esfuerza en ver el anverso y reverso de la moneda. Hay que tomar en consideración, por ejemplo, el número de genios (y éstos nunca son muchos) y de mediocres que siempre son supernumerarios. Al fin terminamos dándole la razón a Antón Pávlovich Chéjov y amparando condicionalmente al loco genial.
Se trata de un hombre joven, Krovin, cuya genialidad, a decir verdad, no está propiamente ejemplificada. Sabemos que es escritor y filosofo y se le designa como magister (maestro). Este personaje es un hombre alegre, feliz, entusiasta de la vida; duerme muy poco, estudia, y ama la belleza. Va de vacaciones a una finca rusa, a casa de un amigo de su familia, para él casi un segundo padre, de quien se había separado hacía algunos años. El padre adoptivo tiene una magnífica villa con un inmenso jardín y una huerta en la que cosecha frutas, además de ser un fanático para quien el jardín representa su razón de ser, su orgullo, su vida misma. Tiene una hija de dieciocho años, Tanya, que es esclava del jardín y del huerto, entrenada en este amor preferente por su padre. El joven viene a catalizar la durmiente realidad con su genial locura, con su chispa y alegría; pero nadie sabe de su anormalidad. Un día el joven sale a pasearse por el jardín, se adentra en la finca, llega a un río bordeado de pinos cuyas raíces protuberantes son tentaculares. Atraviesa el río y se extasía en la contemplación del vasto horizonte, en medio de un campo de centeno agitado por la suave brisa. En un momento ve en el horizonte una enorme columna negra, su alma se aprieta de gozo, sus ojos se fijan intensamente; ve cómo la columna va decreciendo en tamaño, viene hacia él, ya se dibuja la silueta de un ser humano, de un monje medieval ortodoxo vestido de negro; viene, viene, ladea la cara pálida, su boca de labios delgados que se distienden ligeramente, hay timidez en su mirada escurridiza pero el joven consigue que le mire un instante, que le sonría. Hay un momento de comprensión, de contado entre ambos y el joven siente una alegría eufórica. El monje no se detiene, sigue su camino. Se aleja rompiéndose contra los árboles, sube, se va agigantando, desaparece...
El joven regresa a la mansión exhultante de entusiasmo vital, se tropieza con la hija del amigo de su familia (casi su hermanastra), y se gustan; él encuentra la fragilidad de ella atrayente. El horticultor aprueba el idilio, quiere herederos consagrados que cuiden del jardín y la huerta y aprecia al joven por su inteligencia considerándolo ideal como yerno... Pasan los hermosos días de vacaciones, el joven apenas duerme, tal vez media hora; las noches las emplea escribiendo, leyendo, en contacto idílico con su prometida presente o ausente. El joven novio se escapa de las tertulias de canto y música que celebra a menudo su futura esposa y sus vecinos y se sienta solo. El monje viene y se sienta a su lado... Pero, curiosamente el joven sabe que él mismo se ha forjado la leyenda del monje, que es un espejismo que forma parte de su vida diaria, que es su "droga" para el éxito y una estimulación consciente a la que vive espontáneamente esclavizado; el monje lo estimula a vivir felizmente.
Hablando con el monje le dice: "pero tú eres un espejismo. iPor que estás aquí y por qué te has sentado en este sitio! No estás actuando en consonancia con la leyenda." El monje le dice, entre otras cosas: "la leyenda, el espejismo, son productos de tu excitada imaginación. Soy un fantasma", "iquieres decir con esto que no existes!", "piensa lo que quieras. Existo en tu imaginación y como tu imaginación es parte de la Naturaleza, debo también existir en ella". El diálogo prosigue.
El joven necesita la compañía del otro, vive una doble personalidad, pero el destino llama a su puerta. El padre de la joven le propone que se casen. Él accede, se casan y se van a vivir a Moscú. En la habitación conyugal una noche la esposa se despierta y observa a su marido en animada conversación con el monje. Hay consternación, incomprensión, pánico... Por casualidad el padre del joven, está con ellos y se apresuran a Ilevarlo a un psiquíatra. Comienza el tratamiento con compuestos de bromuro, baños calientes, descanso, leche. El enfermo mejora pero ya no es el mismo: el monje negro se ha ido, su talento de escritor ha desaparecido; es ahora un hombre normal mediocre que hace oposiciones a una cátedra en una universidad. Todo le disgusta: su vida, el jardín donde conversaba con la aparición, su mujer le fastidia y odia al suegro. La vida le parece insufrible y añora su locura, sus discusiones interesantes con el monje.
Antón Pávlovich Chéjov nos lo ofrece en el último capítulo del cuento, separado de su mujer y unido a otra (no se explica como ocurrió) camino de la Crimea. Van de vacaciones al borde del mar. Antón Pávlovich Chéjov nos muestra ahora a un joven desencantado y enfermo tratando de rehacer su vida, de trabajar en sus escritos. Están en una hospedería, fuera brilla la luna. Abajo, en la primera planta los huéspedes ríen; están alegres. En la habitación tan solo se oye la respiración de su amante, Várvara Nikolayevna, que duerme.
El joven medita, la vida le parece demandar demasiado por las satisfacciones más triviales que ofrece. Él, que ha estudiado quince años, es un desempleado y a fin de cuentas una mediocridad. Pero termina reconciliándose con su destino y cree que cada hombre debe conformarse con lo que es. Y él es, además de un desencantado de la vida, enfermo de tuberculosis... (la enfermedad de la que murió su madre). Por supuesto que la tuberculosis fue la enfermedad de la época romántica, siglo XIX y principios del XX, pero en este caso resulta retórico.
El joven, sentado esa noche frente a la bahía, se da cuenta, de momento, que tiene una carta de su exesposa en las manos; entra a su apartamento y la lee. Ella le cuenta la muerte del padre y lo acusa al de ser el provocador de la misma. El enfermo se excita, vuelve al balcón. Durante un momento se oye música de violín en el piso bajo y mujeres que cantan. La vieja sensación de alegría y felicidad retorna; aguanta la respiración, el pecho le estalla, el corazón parece que va a dejar de latir, siente aquel arrebato olvidado, tiembla. Un enorme pilar como de agua aparece al lado opuesto de la bahía y con increíble agilidad la atraviesa hacia el hotel. El joven sabe que es aquello que viene hacia él y le hace sitio. El monje negro aparece y se quita la capucha, muestra su pelo gris, su cara pálida, sus cejas negras tupidas, sus pies descalzos y con las manos cruzadas sobre el pecho, pasa por su lado y se detiene en mitad de la habitación: "ipor qué no creíste en mi!", le pregunta en tono de reproche, "si hubieras creído en mi cuando te decía que eras un genio, estos dos últimos años no los hubieras pasado tan triste y áridamente".
El enfermo está eufórico, piensa que es de nuevo un elegido de Dios y de nuevo un genio. Quiere responderle pero un buche de sangre llena su boca. Haciendo un gran esfuerzo trata de llamar a la amante, pero es el nombre de su esposa el que viene a su boca. Y allí a su lado está el Monje negro repitiéndole que es un genio. Cuando su amante se despierta, el joven ya está muerto; en su cara hay una sonrisa de felicidad congelada...
Este cuento de Antón Pávlovich Chéjov se presta a diversas perspectivas. Mirado por un especialista en tuberculosis no vería otra cosa en el joven que un caso clínico, a un tísico delirante. Es conocido que la tisis produce delirio cerebral, espejismos y sensaciones ópticas y auditivas. Sin embargo el enorme atractivo, la seducción que ejerce sobre el lector reside en su hermosura poética, en la del espejismo tan hábilmente administrado.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Acceso exitoso

Estimada Glenda: Logré acceder (todo un logro). Mañana intentaré con las "tareas para casa"

sábado, 18 de septiembre de 2010