domingo, 26 de septiembre de 2010

PAJARRACO

 

PAJARRACO

¿Será feliz ese pajarraco que adivino?
No es un graznido, no es un trino lo que emite. Es una suerte de corneta desafinada, monocorde y chillona. Eso sí, por espacios regulares del tiempo. Exactos y perfectos lapsos.
Lo he controlado con el cronómetro que me regaló Raquel, cuando cumplí los 40. Ahí está otra vez la corneta. A veces me recuerda el sonido de un viejo inflador para bicicletas, de esos que pierden aire cada vez que insuflamos en la rueda. Pero no es exactamente eso. Tiene otra connotación, más penetrante y molesta.
Raquel.. ¿Qué habrá sido de ella?. Mirá que regalarme un cronómetro… y justo para los 40.¿Me habrá visto pinta de velocista? ¿ O quiso significarme algo especial y oculto a mi pobre inteligencia? Que mina rara Raquel. Nunca terminé de entenderla. Por momentos se mostraba interesadísima cuando le hablaba de asuntos importantes, me miraba como hipnotizada,  y de repente se descolgaba con una pregunta sobre horóscopos o sobre la influencia de Urano o no sé que planeta, en las personas nacidas bajo tal o cual signo zodiacal.
Otra vez el pajarraco. No sé cual de los dos ha sido más irritante, si Raquel con sus salidas desubicadas, o este plumífero chillón que invade mi presente con la precisión de un reloj (de un cronómetro). Raquel contaba con la ventaja de que yo la quería. Sí, yo la quería mucho a Raquel. Incluso como para perdonarle, pasado un rato, sus preguntas estúpidas. En cambio a este pájaro…. si lo tuviera a tiro… ¿Es que no hay gatos en el barrio?.
Y si la quería, ¿por qué dejé de responderle los llamados?. Bueno, a mi no me gusta mucho hablar por teléfono y menos chatear. Obviamente a Raquel le encantaba prenderse al teléfono y me costó propinarle sucesivos desaires hasta que la persuadí de que odiaba esa idea absurda del chat. Además, por teléfono y con el pájaro gritando cada dos minutos, es imposible abordar algún tema serio. Y sin sus ojos hipnotizados. Debe haberse ofendido por mi falta de reciprocidad. Mirala vos, no sabe perdonar. Con tantas frases pavotas que le dejé pasar. Ya forma parte del pasado. De ella me quedan algunos recuerdos que me hacen reír y éste cronómetro que me sirve para controlar al pajarraco.
Ha pasado mucho tiempo desde que se fue e incluso desde su último llamado. Sí, son varios años. Kronos, el hijo de Urano, no perdona -como Raquel-. El espejo me lo dice cada mañana.
¿Habrá envejecido también Raquel?. Yo la veía siempre igual. Es lógico, si se lo piensa bien, que aquellas personas que no se toman las cosas en serio, tarden más en mostrar en su rostro el paso del tiempo. ¿Y que cosas le preocupaban a ella? Yo diría que ninguna, casi que paseaba por la vida, como si el paso del tiempo y la finitud no fueran sus cuestiones. Apenas sus preguntas bobas sobre Urano, que me sacaban de quicio como este pájaro insoportable que ha vuelto a chillar.
Que ironía regalarme un cronómetro alguien a quién no afecta el tiempo. Que profundos e insondables los ojos de Raquel. Que absurda y triste la vida del pajarraco transcurriendo entre las rejas de su jaula.. No menos absurda y triste que la de los que transcurrimos entre preguntas. Solo Kronos, el hijo de Urano, la única inquietud de la chica bella y ¿ tonta ?, se ríe del tiempo y lo domina.
El pajarraco ignora mi cronómetro e incluso a mi. Yo, en mi tristeza, ignoro casi todo, salvo aquellos ojos de Raquel, la siempre joven que me indagó sobre el padre de Kronos y me dejó una máquina para medir el tiempo.-

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