miércoles, 22 de septiembre de 2010

EL MONJE NEGRO


Este Cuento es genial. Me encanta. ¿ puede alguien vivir una vida "normal" y desapasionada y a la vez abrazar la Literatura?

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EL MONJE NEGRO (análisis por Crypt Vihâra)


El cuento "El monje negro" de Antón Pávlovich Chéjov, tal vez no es su mejor cuento, pero es tan poético e imaginativo que el impacto que causa al leerlo difícilmente nos abandonará nunca. Es un cuento de tesis, género muy cultivado en Francia. Partiendo de la proposición de si el loco genial es superior a una sociedad (más útil, más deseable y conveniente) que el mediocre racional y sano, Antón Pávlovich Chéjov desenvuelve su argumento amparándose en su preferencia por el primero. Por supuesto que entran en juego ciertas consideraciones de la parte del lector, este se esfuerza en ver el anverso y reverso de la moneda. Hay que tomar en consideración, por ejemplo, el número de genios (y éstos nunca son muchos) y de mediocres que siempre son supernumerarios. Al fin terminamos dándole la razón a Antón Pávlovich Chéjov y amparando condicionalmente al loco genial.
Se trata de un hombre joven, Krovin, cuya genialidad, a decir verdad, no está propiamente ejemplificada. Sabemos que es escritor y filosofo y se le designa como magister (maestro). Este personaje es un hombre alegre, feliz, entusiasta de la vida; duerme muy poco, estudia, y ama la belleza. Va de vacaciones a una finca rusa, a casa de un amigo de su familia, para él casi un segundo padre, de quien se había separado hacía algunos años. El padre adoptivo tiene una magnífica villa con un inmenso jardín y una huerta en la que cosecha frutas, además de ser un fanático para quien el jardín representa su razón de ser, su orgullo, su vida misma. Tiene una hija de dieciocho años, Tanya, que es esclava del jardín y del huerto, entrenada en este amor preferente por su padre. El joven viene a catalizar la durmiente realidad con su genial locura, con su chispa y alegría; pero nadie sabe de su anormalidad. Un día el joven sale a pasearse por el jardín, se adentra en la finca, llega a un río bordeado de pinos cuyas raíces protuberantes son tentaculares. Atraviesa el río y se extasía en la contemplación del vasto horizonte, en medio de un campo de centeno agitado por la suave brisa. En un momento ve en el horizonte una enorme columna negra, su alma se aprieta de gozo, sus ojos se fijan intensamente; ve cómo la columna va decreciendo en tamaño, viene hacia él, ya se dibuja la silueta de un ser humano, de un monje medieval ortodoxo vestido de negro; viene, viene, ladea la cara pálida, su boca de labios delgados que se distienden ligeramente, hay timidez en su mirada escurridiza pero el joven consigue que le mire un instante, que le sonría. Hay un momento de comprensión, de contado entre ambos y el joven siente una alegría eufórica. El monje no se detiene, sigue su camino. Se aleja rompiéndose contra los árboles, sube, se va agigantando, desaparece...
El joven regresa a la mansión exhultante de entusiasmo vital, se tropieza con la hija del amigo de su familia (casi su hermanastra), y se gustan; él encuentra la fragilidad de ella atrayente. El horticultor aprueba el idilio, quiere herederos consagrados que cuiden del jardín y la huerta y aprecia al joven por su inteligencia considerándolo ideal como yerno... Pasan los hermosos días de vacaciones, el joven apenas duerme, tal vez media hora; las noches las emplea escribiendo, leyendo, en contacto idílico con su prometida presente o ausente. El joven novio se escapa de las tertulias de canto y música que celebra a menudo su futura esposa y sus vecinos y se sienta solo. El monje viene y se sienta a su lado... Pero, curiosamente el joven sabe que él mismo se ha forjado la leyenda del monje, que es un espejismo que forma parte de su vida diaria, que es su "droga" para el éxito y una estimulación consciente a la que vive espontáneamente esclavizado; el monje lo estimula a vivir felizmente.
Hablando con el monje le dice: "pero tú eres un espejismo. iPor que estás aquí y por qué te has sentado en este sitio! No estás actuando en consonancia con la leyenda." El monje le dice, entre otras cosas: "la leyenda, el espejismo, son productos de tu excitada imaginación. Soy un fantasma", "iquieres decir con esto que no existes!", "piensa lo que quieras. Existo en tu imaginación y como tu imaginación es parte de la Naturaleza, debo también existir en ella". El diálogo prosigue.
El joven necesita la compañía del otro, vive una doble personalidad, pero el destino llama a su puerta. El padre de la joven le propone que se casen. Él accede, se casan y se van a vivir a Moscú. En la habitación conyugal una noche la esposa se despierta y observa a su marido en animada conversación con el monje. Hay consternación, incomprensión, pánico... Por casualidad el padre del joven, está con ellos y se apresuran a Ilevarlo a un psiquíatra. Comienza el tratamiento con compuestos de bromuro, baños calientes, descanso, leche. El enfermo mejora pero ya no es el mismo: el monje negro se ha ido, su talento de escritor ha desaparecido; es ahora un hombre normal mediocre que hace oposiciones a una cátedra en una universidad. Todo le disgusta: su vida, el jardín donde conversaba con la aparición, su mujer le fastidia y odia al suegro. La vida le parece insufrible y añora su locura, sus discusiones interesantes con el monje.
Antón Pávlovich Chéjov nos lo ofrece en el último capítulo del cuento, separado de su mujer y unido a otra (no se explica como ocurrió) camino de la Crimea. Van de vacaciones al borde del mar. Antón Pávlovich Chéjov nos muestra ahora a un joven desencantado y enfermo tratando de rehacer su vida, de trabajar en sus escritos. Están en una hospedería, fuera brilla la luna. Abajo, en la primera planta los huéspedes ríen; están alegres. En la habitación tan solo se oye la respiración de su amante, Várvara Nikolayevna, que duerme.
El joven medita, la vida le parece demandar demasiado por las satisfacciones más triviales que ofrece. Él, que ha estudiado quince años, es un desempleado y a fin de cuentas una mediocridad. Pero termina reconciliándose con su destino y cree que cada hombre debe conformarse con lo que es. Y él es, además de un desencantado de la vida, enfermo de tuberculosis... (la enfermedad de la que murió su madre). Por supuesto que la tuberculosis fue la enfermedad de la época romántica, siglo XIX y principios del XX, pero en este caso resulta retórico.
El joven, sentado esa noche frente a la bahía, se da cuenta, de momento, que tiene una carta de su exesposa en las manos; entra a su apartamento y la lee. Ella le cuenta la muerte del padre y lo acusa al de ser el provocador de la misma. El enfermo se excita, vuelve al balcón. Durante un momento se oye música de violín en el piso bajo y mujeres que cantan. La vieja sensación de alegría y felicidad retorna; aguanta la respiración, el pecho le estalla, el corazón parece que va a dejar de latir, siente aquel arrebato olvidado, tiembla. Un enorme pilar como de agua aparece al lado opuesto de la bahía y con increíble agilidad la atraviesa hacia el hotel. El joven sabe que es aquello que viene hacia él y le hace sitio. El monje negro aparece y se quita la capucha, muestra su pelo gris, su cara pálida, sus cejas negras tupidas, sus pies descalzos y con las manos cruzadas sobre el pecho, pasa por su lado y se detiene en mitad de la habitación: "ipor qué no creíste en mi!", le pregunta en tono de reproche, "si hubieras creído en mi cuando te decía que eras un genio, estos dos últimos años no los hubieras pasado tan triste y áridamente".
El enfermo está eufórico, piensa que es de nuevo un elegido de Dios y de nuevo un genio. Quiere responderle pero un buche de sangre llena su boca. Haciendo un gran esfuerzo trata de llamar a la amante, pero es el nombre de su esposa el que viene a su boca. Y allí a su lado está el Monje negro repitiéndole que es un genio. Cuando su amante se despierta, el joven ya está muerto; en su cara hay una sonrisa de felicidad congelada...
Este cuento de Antón Pávlovich Chéjov se presta a diversas perspectivas. Mirado por un especialista en tuberculosis no vería otra cosa en el joven que un caso clínico, a un tísico delirante. Es conocido que la tisis produce delirio cerebral, espejismos y sensaciones ópticas y auditivas. Sin embargo el enorme atractivo, la seducción que ejerce sobre el lector reside en su hermosura poética, en la del espejismo tan hábilmente administrado.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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