martes, 28 de septiembre de 2010

ADÁN ESPEJO


Adán cerró la puerta de la casa sabiendo que no volvería jamás. Esa ya no era su casa, sino la casa. Se abrochó el primer botón del sobretodo, pero su cuello largo como el de una gallina pelada extrañó de todos modos la siempre infaltable bufanda a cuadros que Adán olvidó en su abrupta decisión de partir.
Comenzó a caminar decidido por la callecita que bajaba al puerto. Apenas a tres cuadras divisó las crestas de espuma casi fosforescente que se azotaban y desaparecían sobre los murallones oscuros. El mar estaba malhumorado, como la noche y su rugido persistente atronaba una y otra vez congelando la sangre. Se detuvo como un espectro debajo de un poste de luz, cuya pobre lámpara se sostenía increíblemente a pesar de los sacudones espasmódicos de las ráfagas heladas. Su rostro brillaba húmedo a causa de la bruma y, bajo la intermitente luz proporcionada por la maltrecha lámpara, asemejaba a un triste e inútil faro callejero destinado a orientar suicidas, aunque ni el más osado se hubiera atrevido a quitarse la vida esa noche allí, pues esta solo podría prometer avernos iguales a ella, pero espantosamente eternos. Permaneció rígido y aterido por un tiempo sin tiempo, escuchando los truenos incesantes y con sus ojos hechos cristales reflejando la nada infinita. No había plan, salvo irse. No había destino fijado, excepto el más lejos posible de  aquel lugar del que finalmente se había desprendido  para ser otra cosa, otro. Caminó hacia las luces de  la ciudad, con el estruendo del océano a su lado, bordeando ese dantesco y negro abismo que parecía venir por él a cada embate contra el paredón. “No he de ser de ella y menos tuyo” –pensó- . La despareja música de los acordeones, lo metió en la cantina. Un calor de fuego le golpeó la cara e instintivamente desprendió aquel  botón del sobretodo. Ninguno de los rostros rojos lo vio entrar. “No he de volver” – se repitió-“.   “No he de morir” –se maldijo para siempre-. Lo he visto alguna noche, absolutamente gris y sin mirada. Y me lo han referido muchas otras veces. Afirmo que es el mismo, no obstante las distancias y los tiempos aparentemente inverosímiles. Basta con la tristeza, el salir sin rumbo, el sentirse hastiado, el oler el espanto, el vagar de noche cual fantasma,  para verlo. Adán, espejo maldito de las almas desoladas, estará siempre en esas noches… para vernos.

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