jueves, 30 de septiembre de 2010

CORRESPONSAL

 
CORRESPONSAL

Colgué la bolsa con mi Nikon de una cuerda que encontré entre la basura amontonada contra un rincón de la habitación.- No sabía si alcanzaría hasta el pedregoso suelo de la calle, pero, al menos si debía soltar el bulto, éste caería desde menor altura.-
Con dificultad había logrado atarla de manera bastante segura a pesar de la torpeza de mis dedos machucados y sangrantes.- El abrasador sol del mediodía jugaba a mi favor, haciendo que ni un alma se aventurara a caminar por las calles de Bagdad por esas horas.-
Comencé a soltar lentamente el cordel que se deslizaba en cortos tramos por el borde de la ventana.- La cuerda era más larga de lo que parecía, pero insuficiente para llegar al piso.-  Cuando estuvo desarrollada por completo, la bolsa pendía a unos dos, quizás tres metros del suelo.- Decidí asomarme a la ventana para acortar, al menos lo que diera mi brazo, la distancia de la caída.- La bolsa tuvo un leve balanceo mientras me acomodaba en el dintel.- En ese momento  irrumpieron los milicianos.- Solté la cuerda y me arrojé a la calle mientras oía los gritos amenazantes.-
Mi cuerpo entero golpeó el piso, herido sobre las heridas. Apreté la bolsa contra el pecho y con las pocas fuerzas que saqué del miedo comencé a correr encorvado hacia la esquina desierta. Me entremezclé en una pila de cadáveres con la que topé apenas doblaba. No puedo precisar cuantas horas eternas pasé allí. Entre el olor a muerte y a mi propia sangre los fui conociendo. Los muertos dicen cosas. Los muertos hablan. Hablan de la guerra. Hablan de la estupidez de los vivos. Pero nadie nos escucha.

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