miércoles, 24 de noviembre de 2010

MONARCAGÓN



DOS REYES GOBERNABAN TERRITORIOS VECINOS, APENAS SEPARADOS POR UNA CADENA MONTAÑOSA ANTIGUA Y FÁCIL DE ATRAVESAR.-
UNO DE ELLOS ERA UN VERDADERO COBARDE Y, A PESAR DE CONTAR CON UN PODEROSO EJÉRCITO, VIVÍA PERMANENTEMENTE ATORMENTADO POR EL TEMOR A UNA INVASIÓN DE SU VECINO, UN VIEJO REY FAMOSO POR SU TEMERIDAD Y AMBICIÓN.-
TODAS LAS NOCHES SE DORMÍA CON LA ESPANTOSA VISIÓN DE LAS TROPAS ENEMIGAS DESCENDIDENDO POR LA LADERA DE SU REINO.-
A PESAR DE HABER DISPUESTO CENTINELAS Y CONTINGENTES FUERTEMENTE ARMADOS A LO LARGO DE TODA LA MONTAÑA, NO PODÍA SALIR DE SU OBSESIÓN.-
EMPAPADO EN SUDOR, SE DESPERTABA SOBRESALTADO EN MEDIO DE LA NOCHE Y SE QUEDABA HORAS SENTADO EN SU LECHO, CON LOS OJOS DESORBITADOS ESCUDRIÑANDO EN LA OSCURIDAD, HASTA QUE EL SUEÑO, FINALMENTE LO VENCÍA.-
NO PODÍA CONFIAR SU TERROR NI A SUS CONSEJEROS ÍNTIMOS, POR TEMOR  A QUE, DESCUBIERTA SU DEBILIDAD, LO TRAICIONARAN, LEVANTANDO AL PUEBLO Y ARRASTRANDOLO AL CADALSO.-
TAMPOCO PODÍA ABDICAR E INICIAR UNA NUEVA VIDA PASTORIL EN ALGUNA COMARCA DESCONOCIDA, YA QUE SABÍA PERFECTAMENTE QUE, DESPOJADO DE SUS POTESTADES Y PRERROGATIVAS, SERÍA FÁCIL PRESA DE LA VENGANZA  DE SUS SÚBDITOS A QUIENES GOBERNABA CON MANO DE HIERRO, SOMETIÉNDOLOS  A TREMENDAS INJUSTICIAS Y ARBITRARIEDADES, EN SU AFÁN DE MOSTRARSE FUERTE E IMPLACABLE PARA OCULTAR SU ENDEBLÉZ DE ESPÍRITU.-
ASÍ LAS COSAS, SE ENCONTRABA SIN OPCIONES, ATRAPADO EN SU CONDICIÓN DE SOBERANO COBARDE.-
UNA MAÑANA LLEGÓ UN EMISARIO DEL TEMIBLE REY VECINO, PORTANDO UN PERGAMINO CON UN MENSAJE QUE SEGÚN LO QUE ALCANZÓ A ADELANTAR EL DESDICHADO PORTAVOZ, LO INVITABA A PARLAMENTAR SOBRE ASUNTOS EN COMÚN.-
CONVENCIDO DE QUE SE TRATABA DE UNA EMBOSCADA TENDIENTE A QUITARLE LA VIDA, NO ESCUCHÓ EXPLICACIÓN NI SÚPLICA ALGUNA DEL EMISARIO Y MANDÓ DECAPITARLO Y COLOCAR SU CABEZA EN UNA PICA, A LA VISTA DE TODOS SUS GOBERNADOS PARA DEMOSTRAR SU CONDICIÓN FERÓZ.-
ENTERADO EL REY VECINO DE LA CRUEL PROVOCACIÓN, DECLARÓ LA GUERRA E INICIÓ UNA INMEDIATA INVASIÓN.-
LLENO DE PÁNICO, EL REY COBARDE URDIÓ UN PLAN PARA ABANDONAR  A ESCONDIDAS SU REINO Y SALVAR SU VIDA.
MANDÓ BUSCAR LAS ROPAS DEL INFORTUNADO EMISARIO Y, EN MEDIO DE LA GRAN CONFUSIÓN, SE FILTRÓ, ATAVIADO COMO SU VÍCTIMA, ENTRE LAS TROPAS INVASORAS, PARA ESTABLECERSE COMO PORDIOSERO EN UNA ALDEA DEL OTRO LADO DE LA MONTAÑA.-
LA GUERRA FUÉ ESPANTOSA Y DURANTE SIETE MESES LAS MONTAÑAS Y EL QUE FUERA SU REINO SE BAÑARON EN SANGRE.-
CIERTO DÍA ENCONTRÓ ENTRE LAS ALFORJAS DEL MENSAJERO, EL PERGAMINO QUE AQUEL LLEVABA..-
EN EL MISMO, EL ODIADO REY VECINO, LO INVITABA  A CONTRAER MATRIMONIO CON SU HIJA, PARA UNIR AMBOS REINOS, EN UNO MÁS GRANDE, DE PAZ Y PROSPERIDAD.-
EL RESTO DE SUS DÍAS TRANSCURRIERON EN LA SOLEDAD DE LA POBRE ALDEA, DONDE, POR LAS NOCHES SE DESPERTABA TRANSPIRADO Y CON EL CORAZÓN EN LA BOCA, ATORMENTADO POR LA IDEA DE SER DESCUBIERTO EN SU VERDADERA IDENTIDAD.-
HABÍA DEJADO DEL OTRO LADO DE LA MONTAÑA SU REINO, SU PODER, SU IDENTIDAD.- NADA HABÍA TRAÍDO CONSIGO, SÓLO SU COBARDÍA.-

miércoles, 10 de noviembre de 2010

FUERA DE TU LUGAR







¿Por qué me preguntás  tal tontería?
¿por qué afirmás con tanto desparpajo?

“Tan linda que es la vida…
¿no es cierto?”

Yo te miro y encojo mis hombros,
con resignación.

Y pienso en los puñales
y en las rosas.

No sé que contestarte,
mejor es el silencio.

No quiero ser injusto,
ni aguafiestas.

Y no es que desconozca las caricias,
ni los fugaces encuentros con la dicha.

Pero en verdad,  prefiero ser prudente,
o de a ratos,  maravillosamente irresponsable.

Siempre, al menos me parece,
fuera de tu lugar.-

martes, 9 de noviembre de 2010

NO VUELES DE NOCHE



No puedo dormir boca arriba.
Me asaltan los demonios.

Pero he notado algo aún más espantoso.
Han invadido el territorio de mi día.

Subrepticiamente, en el momento menos pensado,
Se presentan, y me toman.

Entonces profiero frases cínicas.
Y arruino los momentos, con doloroso placer.

Pierde la alegría …  pierdo la batalla.

Busco explicaciones y sólo he concluido…
“No vueles de noche”.- 

RESFRÍO


TENGO UN RESFRÍO QUE ME MORTIFICA DESDE HACE CUATRO DÍAS.

ME HA HECHO PASAR PAPELONES INOLVIDABLES EN ESTE CORTO TIEMPO.

SIN IR MÁS LEJOS, AYER POR LA MAÑANA EN LA COLA DEL BANCO, NO PUDE CONTENER UN ESTORNUDO Y LE LLENÉ DE MOCOS VERDES LA ESPALDA A UNA CURVILÍNEA SEÑORITA.

SEGURO QUE, LLENA DE RESENTIMIENTO, SE HABRÁ ENCARGADO DE DIFUNDIR MI DESGRACIA ENTRE TODAS SUS AMIGAS.

NO PUEDO SALIR A LA CALLE DE LA VERGÜENZA.

TENGO QUE IRME  DE LA CIUDAD A UN LUGAR DONDE NADIE ME CONOZCA,  PARA EMPEZAR  UNA NUEVA VIDA DESDE EL ANONIMATO.

POCO A POCO ME IRÉ GANANDO LA ESTIMA DE LA GENTE Y, EN UNA DE ESAS, HASTA ME HAGO POPULAR.

VOY A RECHAZAR LOS PRIMEROS CARGOS PÚBLICOS QUE  ME OFREZCAN.

TAMBIÉN VOY A SELECCIONAR CON QUE CHICAS SALGO. NO ES CUESTIÓN DE HACERME FAMA DE CASANOVAS.

AL MENOS LOS FINES DE SEMANA, DESCONECTARÉ EL TIMBRE Y EL TELÉFONO PARA EVITAR A LOS ADULONES Y A MIS INNUMERABLES ADMIRADORAS.

PERO... ¿Y SI ME RESFRÍO OTRA VEZ?.

AGUEDA SENTADA



Fuimos a la playa a falta de otra cosa para hacer y despedidos por el recalcitrante calor de nuestro sofocante Departamento clavado en medio de la inmensa y muda ciudad de cemento.

Llenamos un termo con whisky, casi como para suicidarnos abrasados por dentro y fuera,  desparramados en la arena diciendo incoherencias y mirando el fascinante panorama de culos que se paseaban delante nuestro.

No era un mal programa de todos modos. Al poco rato estábamos dulcemente embriagados de belleza y alcohol  y, aunque resulte increíble, no sentíamos el calor de la siesta, ni el fuego estomacal… ni sentíamos nada.

En eso vimos a Agueda. Tendida como las sirenas, apoyándose sensualmente en la arena sobre su brazo izquierdo.

Primero fueron mis sospechas, pero más tarde estaba seguro: Agueda nos miraba y sonreía.

Para mi desgracia –o suerte- no me miraba a mí, sino a Pablo. Confieso que sentí envidia al principio, pero de inmediato –y luego de asegurarme de que sus claros ojos celestes le apuntaban- hice mía su causa y lo alenté a abordarla.

Ocurre que cuando se trata de mujeres bellas resulta reconfortante, al menos compartir la dicha  de los amigos.  Es que uno se siente parte del festín, aunque no pruebe bocado. Y ello es parte, pensándolo bien, de la verdadera amistad.

Pablo marchó bamboleante y entusiasta por la arena. El desparejo suelo y el alcohol no contribuían para nada en su burdo intento de caminar con algún dejo de dignidad o prestancia.

Pero igual marchó. Marchó hacia Agueda. Marchó hacia la Sirena.

De haber nacido siglos antes,  jamás la vieja trampa hubiera funcionado.

No conviene entonces descuidar los mitos y confiar sólo en los engañosos sentidos.

De verdad son monstruos espantosos las sirenas.

Cierto es también que no debe acudirse a sus cantos.

Sabio Homero y prudente Ulyses!!!.

Agueda se puso de pie.  

CONFESION


DOS AMIGAS CONVERSAN ANIMADAMENTE EN UN BAR.

UNA DE ELLAS, LA MAS ATRACTIVA, LE CONFIESA A LA OTRA UN ESPANTOSO SECRETO.

SU BELLEZA, CASI PERENNE, ES OBTENIDA MERCED A UNA SUERTE DE VAMPIRISMO, QUE ABSORVE LAS GRACIAS DE LAS DEMÁS DONCELLAS.

LA OTRA, SE DESCOMPONE DE LA SORPRESA Y VA AL TOILLETTE A REPONERSE.

CUANDO SE MIRA AL ESPEJO, VE EL ROSTRO DE UNA ANCIANA.

domingo, 7 de noviembre de 2010

MARGARITAS


Ya  perdí la cuenta de los Margaritas que he tomado con Estela.-
Ensayé mil definiciones para ella: simpática, piola, jugada, interesante, patética.-
Me voy con un sabor amargo en el alma… Patética.-

A LA HORCA

-         No creo que Ustedes me crean, pero créanme que si me creyeran lo que creo que ocurrió, dirían “no lo podemos creer”.
-         Lo que Usted dice no nos dice que así haya ocurrido. Por lo tanto, a menos que lo dicho por Usted sea dicho por alguien más, este Tribunal diría que su situación es irreversible. Está todo dicho.
-         Créanme que me tienen que creer.
-         Lo sentimos. Lo dicho, dicho está.

Los que tenían que aparecer, aparecieron. Pero su aparición fue tardía.
El problema de las soluciones extremas, es que se llega a un extremo que no tiene solución. 

sábado, 6 de noviembre de 2010

CUENTOS PENDIENTES (El Libro) Año 2008

Este es el libro "Cuentos pendientes". Iba a publicar los cuentos, con imágenes que vengan al caso, pero me dio fiaca. También aparece -parcialmente- en el portal "Planeta Sedna", que me bancó la edición. Gracias Claudio querido!!!. Bueno, espero que les guste... y si no, yo me entretuve. 
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CUENTOS PENDIENTES
PROLOGO
La posibilidad de la ficción, de que las cosas sucedan tal como al autor le vienen a la mente, siempre aparece como seductora.- Pero a poco que entramos en ese mundo que prometía ser dócil a nuestros caprichos, en el que en cierta manera y como mucho se ha repetido nos sentimos todopoderosos, comprendemos que hay algo más. Sutil, violento a veces, irreprimible, fugaz, esquivo, evidente, hermoso, aterrador y siempre, inevitablemente emocionante.- Ese impulso iracundo, esa tristeza de abismo, esa burbuja de felicidad, esa percepción de la insolente belleza, ese monstruo oculto, está presente en cada partícula de la realidad. Y para nuestro asombro o nuestro espanto, también es realidad.- Y ya no somos hacedores, sino herramientas, imperfectas herramientas de su manifestación.- Servimos para ver lo que está allí (lo que no se ve), para encarnar seres maravillosos o absolutamente detestables, para mostrar parajes que no se encuentran en el mapa. Visitamos asombrados otra realidad, tan cierta como este segundo.- Allí pinta su obra Brokowsky, implora en agosto un hermoso loco, acecha la infame bestia de Quaram, canta Evaristo, un niño juega a la guerra, un hombre desesperado se quita la vida.- Allí asistimos, sin la más mínima posibilidad de alterar las cosas, a la otra realidad.- Y nos sabemos condenados. A ceder a su impulso de ser.- A canalizar sus antojos.- A vagar, sin andar, noches enteras.- A develar lo que ya existe.- No son, entonces, míos estos cuentos, ya que  mis caprichos y empecinamientos –puedo afirmarlo- son más bellos.- Si de forjar una realidad se tratara, estoy convencido que los más de nosotros la construiríamos hermosa, justa y feliz.- Así pues, aquí están los cuentos, tal como ellos se quisieron contar. Porción ínfima de esa realidad infinita que me ha utilizado para evidenciarse.- Quizás quién los lea ya estuviera también en sus planes.-

 MI JUEGO.
Existe un territorio indefinido que divide las imágenes de la vigilia y lo que otros llaman la realidad.
Negar su existencia puede llevar a engaño. Intentar transitarlo resulta a menudo peligroso y revelador.-
Recordaré siempre aquella mañana en que aún después del desayuno continuaba exigiendo que bajaran desde el armario mi juego de "Jim West", un ingenioso entretenimiento de mesa -especial para los días de invierno en Bahía Blanca- que mis padres y hermanos se negaron, en una conjura injustificable, a entregarme.-
Aducían que tal juego no existía y, en su reemplazo se esforzaban en ofrecerme otros aburridísimos, tales como "La Oca", "El Ludo" o "Chan, el mago que contesta".-
Nada me conformaba (ni me conformó jamás), ya que no podía explicarme el porqué de esa persistente negativa  a alcanzarme el "Jim West".-
Recuerdo, aunque no perfectamente, su tapa predominantemente roja, con letras amarillas de rebordes oscuros y la figura de los héroes del juego plasmadas en la caja rectangular.-
Desgraciadamente, por más que me esfuerzo, no consigo recordar las reglas del "JimWest", pero puedo asegurar que se trataba del juego más entretenido y apasionante que jamás se haya inventado.-
Guardé  siempre un inocultable resentimiento contra mi familia por aquella injusta negativa.-
Un mal día intenté aprovechar el desorden producido por nuestra mudanza para dar, de una vez por todas, con mi juego de "Jim West".-
Por fin iban a vaciar el armario y allí sí, se descubriría la inicua conjura.-
Permanecí expectante toda la mañana, controlando disimuladamente  los movimientos de mis padres y hermanos mayores, esperando el momento en que vaciaran el armario, para arrebatarle el "Jim West" a quién lo pusiera a mi alcance.-
Grande fue mi desilusión cuando el armario estuvo vaciado totalmente, sin que mi juego apareciera.
¿Lo habrían sacado por la noche, mientras yo dormía?.-
Nunca lo sabré.-
Lo cierto es que aún cuando logré revisar a escondidas los cajones preparados para la mudanza, no pude dar con mi "Jim West", hábilmente escondido por mi familia.-
Decepcionado, se apoderó de mí un creciente mutismo, al principio justificado por mis padres en mi nostalgia por la vieja casa que me vio nacer, pero que al poco tiempo, sin dudas comenzó a preocuparlos a tal punto que decidieron pagar costosas sesiones de terapia psicológica (infrecuentes en aquella época para una típica familia de clase media).-
Finalmente, cuando me consideré satisfecho con mi muda venganza, confesé el porqué de mi silencio.- Me ocultaban sin justificación alguna el "Jim West".-
Con estupor, vi a mis padres mirar desesperados al psicólogo que los observaba interrogante y jurar una y otra vez que el "Jim West" no existía y que ni siquiera sabían de qué se trataba.-
Mi madre llegó incluso al paroxismo de las lágrimas.-
El tiempo pasó sin que yo pudiera superar la creciente y angustiante sensación de saberme un extraño en el seno de mi propio hogar.-
No podía abrirme plenamente a los sentimientos familiares y, a partir de aquel injusto e inexplicable ocultamiento de mi juego favorito, fui descubriendo a veces e intuyendo otras, numerosas conspiraciones -tan arbitrarias e incomprensibles como la primera- urdidas por mis hermanos y mis padres.-
Ciertas veces irrumpía súbitamente en el comedor, donde los encontraba conversando, seguramente acerca de mi persona, y ante mi mirada inquisitiva, de inmediato todos callaban, observándome entre asustados e inquietos.-
Apenas cumplidos los dieciocho, aproveché la excusa de un trabajo en Chivilcoy, para irme de casa.-
De nada valieron las insistencias de mis padres para que continuara mis estudios universitarios.-
Sólo deseaba abandonar cuanto antes aquella farsa hipócrita que llamaban familia y que apenas me contaba para ser blanco de oscuras componendas cuyos motivos nunca logré descifrar.-
Mi vida ha transcurrido en una gris normalidad, solamente alterada por los inevitables llamados telefónicos cargados de falsedad que recibo los días de mi cumpleaños y la formulación de excusas para evitar sistemáticamente concurrir  a las fiestas de fin de año que tanto odio.-
He montado mi propio taller de juguetes artesanales e incluso he buscado, viajando específicamente a Buenos Aires para ello, de manera infructuosa otro juego de Jim West, para plagiarlo cambiándole el nombre y desarrollar un vistoso tablero de madera lustrada.-
Nunca conseguí el juego, ni logro recordar sus reglas.-
Para colmo de males, sus imágenes me resultan cada vez más oscuras y se entremezclan confundiéndose con otras producto de mi esforzada imaginación, a punto tal que cada día que pasa, no puedo asegurar si el juego que tengo en mente es aquel que hizo felices los días de mi infancia u otro, totalmente distinto plagado de mis propios artificios mentales que han venido a usurpar las piezas y los casilleros del original desvirtuándolo totalmente.-
De cualquier modo, mi viejo juego de Jim West ha determinado el rumbo de mi vida y conforma una porción esencial de mi persona.-
No hay conjura que pueda arrebatarme los sueños ni borrarme los recuerdos, por difusos que estos se tornen.-
Y si en esta vida no logro reencontrarme con mi juego -asumo que he perdido casi por completo las esperanzas-, no concibo un paraíso que seguramente me espera como a todos quiénes hemos sufrido injusticias en este mundo, sin un flamante juego de Jim West listo para desplegar su colorido tablero y transitar la eternidad partida tras partida.-





























EL SR. MANSILLA
El Sr. Mansilla era el enfermero del barrio.-
En efecto, donde yo vivía no se llamaba a un enfermero recurriendo a la guía telefónica o a los clasificados del diario, sino que simplemente había un enfermero por barrio, asignado por nadie y por todos, de manera tácita e incuestionable, que ejercía su jurisdicción de temidos pinchazos en toda la zona.-
En el caso de los pibes de mi barrio, atacados que eramos por una infame gripe o algún catarro persistente, caíamos tarde o temprano en las inevitables agujas del Sr. Mansilla.-
En aquella época no había jeringas descartables, por lo que mi agonía se extendía desde que escuchaba postrado en la cama la conversación de mis padres que concluía en la decisión de convocar al Sr. Mansilla, el sonido más desagradable que nunca del timbre que anunciaba su llegada, los escalofriantes ruidos a latas en la cocina, producidos por un extraño rito consistente en prender fuego con alcohol las dolorosas agujas de la mortificación, los pasos cada vez más fuertes que se acercaban al dormitorio y finalmente su presencia, terrible y aterradora.-
Con su chaquetilla blanca y sus anteojos cuadrados, de carey negro, se paraba un instante bajo el marco de la puerta, como escudriñando todo el ambiente para cerciorarse de que mi grado de espanto era el apropiado para su faena.
De inmediato avanzaba decidido y sin hacer gesto alguno, solo con una mirada de sus helados ojos, me  indicaba que había llegado el momento.-
Sin palabras de consuelo ni cuentos de hadas, me daba un par de cachetazos en el trasero y, tras cartón venía la punzada desalmada  y ardiente, seguida por un cada vez más intenso dolor que me dejaba el resto del día compungido y cuidadoso de dormir "solo del otro costado".-
Aprendí que las "aceitosas" eran las más temibles  y maldije más de una vez cuando el Sr. Mansilla se olvidaba (yo creo que lo hacía a propósito) de traer "el solvente" que las diluía un poco y las hacía algo menos insufribles.-
Lo cierto es que, por efecto de las inyecciones o por pánico a la prolongación del tratamiento, en un par de días me declaraba bajo juramento, totalmente sano, incluso en condiciones como para asistir a la escuela.-
Yo aborrecía al Sr. Mansilla. La sola invocación de su nombre me congelaba la sangre.-
Una siesta, disfrutando de mi buena salud, estaba sentado sobre el tapial que daba a la calle.
Jugaba al bombardeo, entretenimiento consistente en alinear según su tamaño, cascotes de barro seco y piedras, para arrojarlos a los automóviles (tanques enemigos) que pasaban.-
En mi tapial-trinchera reinaba una tensa calma, tal vez producto de la hora de escaso movimiento y sólo había podido arrojar, sin suerte, dos granadas.-
Estaba comenzando a aburrirme por la falta de éxito y enemigos, así que decidí tirar la bomba atómica antes de lo planeado y pasar a otro juego.-
La bomba atómica era un cascotón de barro seco del tamaño de una pelota de fútbol, que para ser arrojado hacía necesaria una misión suicida: correr al encuentro del enemigo sosteniendo con ambas manos la bomba y en el momento y a la distancia exactos,  revolearla con todas las fuerzas y huir hacia el tapial-trinchera a buscar refugio.-
Apenas había tomado la decisión de utilizar mi arma más poderosa cuando vi aparecer por la esquina al tanque enemigo, un Citröen 3CV gris que avanzaba lenta y dificultosamente por entre los pozos de la calle.
Mi juego de guerra recobró de inmediato la intensa emoción inicial.
Pude sentir caudales hermosos e infinitos de adrenalina que agudizaban mis sentidos y  me provocaban un frío sudor de pies y  manos.-
Levanté el cascotón y esperé agazapado que el cachivache gris estuviera lo suficientemente cerca.
En el momento exacto emprendí la carrera para interceptarlo.
A duras penas conseguí aparearme al objetivo y cuando ya las fuerzas me abandonaban revoleé mi bomba que cayó como tal,  justo  sobre el capó enemigo, para estallar en mil pedazos, en medio de un estruendo de lata y barro seco.-
De inmediato inicié la urgente retirada hacia el tapial-trinchera y alcancé a percibir a mis espaldas que el tanque detenía su motor.-
Salté con increíble agilidad el muro y me asomé lentamente para ver los efectos de mi bomba, pero ya con una sensación que se transformaba de la euforia inicial, a tremendo susto y ganas de no estar allí.-
Un espantoso frío  me recorrió la espina  y me asaltaron incontenibles deseos de ir al baño cuando vi que del tanque enemigo descendía el Sr.Mansilla.-
Se paró un momento a observar los despojos de mi bomba desparramados sobre el capó, pareció emprender su marcha hacia la puerta de casa,  creí desfallecer. Dudó un instante y de dos manotazos barrió las trizas de barro y se volvió a meter en el auto.-
Cuando vi alejarse el vehículo, me sorprendí en una extraña actitud, con la boca y los ojos abiertos a más no poder, en cuclillas y con las uñas clavadas en el tapial-trinchera.-
Así me quedé largo rato, hasta que me quitó del trance el llamado de mi madre para bañarme.-
Esa noche comí en completo silencio y decidí definitivamente que los juegos de guerra nunca me gustaron.-


RELICARIO
Bajé los desparejos escalones, como si conociera palmo a palmo  ese antiquísimo territorio, no obstante no haberlo andado nunca en mi vida.-
Llegué hasta el cofre, en realidad, un  tosco y antiguo baúl armado a martillazos apurados hace cientos de años que me hizo reflexionar sobre lo absurdo de la prisa.- La prisa es humana, pensé. Es torpe y esencialmente humana.- Apenas un intento de ganar una batalla perdida contra lo inmóvil de la historia.- Abrí el cofre y allí estaba. Un relicario –cofre dentro del cofre-, envuelto en sedas de colores indefinidos por el paso del tiempo.- En su interior, el grabado de la pareja bailando: ella extrañamente de espaldas, abrazada a un hombre, cuyo rostro no denotaba placer, sino más bien una mueca de angustia y resignación.     Lo guardé en el bolsillo de mi camisa –no el del corazón, sino el de la derecha, avergonzándome de ser permeable a las leyendas irracionales-. Miré hacia todos los rincones de la habitación y concluí, sin necesidad de investigar demasiado, que nada había allí que pudiera atraer mi atención, salvo ese pesado olor a humedad.-
Desandé las escalinatas agitado y conseguí, a duras penas, reaparecer en el salón.
Los bailarines estaban aún allí, ajenos a mi desaparición y reingreso a la fiesta.-
Ella seguía reinando al otro lado del salón, rodeada de su cohorte de obsecuentes y al mismo tiempo absoluta e inexplicablemente sola.-
Envalentonado con mi triunfo de rapaz, decidí apropiarme también de su corazón.
Atravesé la inmensa sala y, sin palabras, la invité a bailar.-
Nos deslizamos como amantes perfectos toda la maravillosa noche.- Nos fundimos en uno, haciéndonos parte de la eternidad, como si así el destino lo hubiera marcado.- Pasamos una y mil veces frente al retratista que, con mirada cómplice hacia mi negra dama daba los últimos retoques a su obra.-
En el vaho húmedo y casi irrespirable, espero paciente al audaz que me libere de este espantoso relicario.-






















LA INFIEL
Cantaba tangos en un cabaret de cuarta, de esos que abundan en calle Junín.
Su fuerte era “La Infiel”, de Ternengo y Baldassini. Los que frecuentaban el lugar comentaban que le ponía tanto sentimiento a esa canción por un asunto de polleras que en sus años de juventud lo había marcado a fuego.
Cuando alguien se le acercaba a preguntarle por la verdad de ese costado autobiográfico de la interpretación, el tipo los miraba con aire enigmático y balbuceaba cualquier respuesta incoherente, capaz de dejar desorientado hasta al más curioso. El whisky berreta y el afán del resto de pasar por “entendidos” de los códigos de la noche, hacían lo demás.
Con lo que sacaba de los dos shows, a las dos y a las cuatro de la mañana, le alcanzaba para pagar mal y tarde el alquiler de la pocilga. Tenía cuenta en el cabaret. Le hubiera alcanzado, pero lo jodían, o sospechaba, porque se perdía en el séptimo fernet y a partir de ahí no llevaba la cuenta de los tragos como parta discutir.
Todas las madrugadas, cuando llegaba a la pensión, cumplía con el mismo rito. Abría la puerta desvencijada ayudándose con un empujón del pie. (Había una baldosa levantada que la trababa de abajo), colgaba la llave de la trompa erguida de un elefante de yeso pintado de marrón y cubierto de polvo gris que había ganado en una noche triunfal, tumbando tarros con pelotas de media y trapo en la kermesse del barrio,  le daba un beso a ella y se tiraba en el colchón del suelo a fumar el último cigarrillo.
Después de todo, se decía, él no era más infeliz que los tipos que tiraban la guita en el cabaret donde cantaba. Seguro que flor de despelote tenían con sus mujeres como para caer ahí, o que eran almas solitarias que no habían encontrado su par. “En una de esas la regla no es que tiene que haber almas gemelas sino, como ocurre casi siempre, nacemos únicos, incompletos e infelices” – pensaba -. Pero ese no era su caso. Ella estaba allí, con su mirada fría, y él estaba seguro de que no lo abandonaría nunca. De eso estaba completamente seguro y le bastaba. En esas divagaciones solía dormirse.
Una noche faltó al cabaret. Al día siguiente, a la tardecita, cuando el dueño lo mandó a buscar, vieron por la ventana su cabeza en el colchón, ya con un tono amarillento. Parece que se murió tranquilo, durmiendo.
Lo curioso no fue encontrarlo así, final previsible si se quiere, sino el hallazgo del otro cadáver, según los informes de la policía, de una mujer joven muerta hace aproximadamente veinte años atrás, que descansaba en el roperito casi vacío de la habitación.
Entre la poca ropa del tipo encontraron la Libreta de Enrolamiento para hacer los trámites de rigor. Se llamaba Evaristo Ternengo Baldassini.        




























EL COBARDE
Cuando era pibe, hubo un período en que se puso de moda en el pueblo, organizar festivales boxísticos.
Cualquier excusa, la construcción de un aula nueva para la escuela más humilde, la colecta de fondos  para la parroquia local, la remodelación de la sede del club del barrio, era buena para organizar un festival de box, en el que unos pobres desgraciados, se reventaban a trompadas por un sandwich y una coca que se los podía ver consumir, acodados en el borde mismo del precario cuadrilátero, al poco rato de terminar su combate, mientras miraban, con ojos ausentes, el martirio de sus no menos infelices colegas.
A falta de otras atracciones y por temor a parecer extraño, yo concurría con mis amigos a ver tales patéticos espectáculos.
El ring, era construido sobre un armazón de caños oxidados, donde se apoyaban tablones en forma despareja, los que luego eran cubiertos con una gruesa lona que conservaba manchas grasientas en las cuatro esquinas y que no lograba disimular enteramente los desniveles del tablado. Eso, lejos de resultar un inconveniente, parece ser que beneficiaba al espectáculo, ya que el irregular piso solía provocar inesperadas caídas de los contendientes que, no se sabía a ciencia cierta si se precipitaban al suelo por los desmañados mamporros del rival, por propio cansancio o justamente por una traición de lona y tablas.
Cualquiera fuera la causa, en definitiva, el efecto era el mismo: Los alcoholizados espectadores irrumpían en un frenesí de alaridos espantosos, levantando los puños apretados, saltando  y diciendo malas palabras (allí, en la cancha de fútbol y en los recreos de la escuela aprendí casi todas mis malas palabras).
Enseguida me percaté que tal reacción del público no era de furia,  indignación,  horror o algo parecido  sino  por el contrario, los hombres (porque allí concurrían casi exclusivamente hombres, no como en las peleas de la TV, donde se ven en la platea rubias señoritas con faldas cortas y tapados de armiño), se regocijaban ante el sufrimiento de los protagonistas.
No puedo olvidar el tañer desafinado del gong (que nunca alcancé a divisar, pero que, adivino, no era tal  sino uno de los caños que sostenían el ring, golpeado por una barra de hierro), el sonido de los tablones mal pisados por los peleadores, el raspar de las zapatillas contra la gruesa lona y sobre todo el desagradable y espantoso ruido de las trompadas que llegaban a destino, casi siempre bajo la forma de abierta cachetada de payaso.
Varios días antes del festival, por medio de la publicidad rodante (un viejo auto negro, tipo cascarudo, con gigantescos parlantes grises con forma de vitrola en el techo), se anunciaba el espectáculo, prometiéndose la presencia del "Guapo Lazo", "Metralleta Céspedes", Ríos, "El Desalmado", "Sepulturero Rojas" y otros asesinos por el estilo cuyos nombres generaban escalofríos.
Con el tiempo fuimos reconociendo a los boxeadores. En realidad, la trouppe, era siempre la misma con algún que otro nuevo osado gladiador muerto de hambre.
El conocimiento de los protagonistas nos permitió la licencia -en círculo de amigos- de poner nuestros propios motes a los pugilistas. Así, para nosotros Céspedes, no era Metralleta, sino "El Tomate", sobrenombre que le caía mucho mejor tomando en cuenta el color que adquiría su rostro apenas terminaba el primer round. Nosotros, por esa extraña vocación en favor de los perdedores, éramos hinchas del "Tomate", quién tenía la virtud de durar muchos rounds contra el verdugo que le tocara en suerte.
 Su coloración iba aumentando hacia tonos morados a medida que avanzaba la pelea y, si bien en varias ocasiones no alcanzó a escuchar la última campanada (o fierrazo), normalmente perdía por puntos y era cariñosamente abrazado y besado por el mismo tipo que dos minutos antes lo había molido a palos. (Ahí aprendí también ese asunto de la caballerosidad deportiva).  Todos esperábamos ansiosos ese final apoteótico del Tomate alzado en brazos por su rival en el centro del ring y alcanzábamos a adivinar en su desfigurado rostro una especie de sonrisa (quizás pensando en la coca y el sandwich que lo esperaban).
Un buen -o mal- día,  cuando le pregunté a un grupo de señores en que pelea le tocaba a Céspedes, me miraron con caras graves, como de reproche, y recibí la noticia que me golpeó  tan fuerte como una de las miles de trompadas que  habría recibido mi ídolo.-
-"Céspedes, murió en un festival la semana pasada, en Bovril. La culpa la tuvo el referee que no paró la pelea a tiempo".-
Los demás señores asintieron con la cabeza y dedicaron entre ellos algunos comentarios al asunto, todos destinados a los malos árbitros, gente de lo peor, que se vende por unos pocos pesos y a la que no le importa la salud de los deportistas, en definitiva, depositarios de todas las culpas. (Ahí aprendí algo de eso que llaman hipocresía).-
Apesadumbrado y confundido, me escabullí entre el gentío para informar a mis amigos de la mala nueva: nunca más veríamos combatir al Tomate. Mi triste información sin embargo, no pareció afectarlos demasiado y me miraron con cara de sobradores, conocedores de una novedad mucho más importante: El día anterior, sobre el cierre de las negociaciones, se había logrado la presencia en el Festival de un púgil apodado "El Cobarde", de quién mucho habíamos oído hablar, pero que nunca había peleado en nuestro pueblo.
El Cobarde era famoso por su extraño estilo, una particular guardia de brazos extendidos hacia adelante y la cabeza girada hacia atrás, que sumada a sus ojos entrecerrados, le impedían ver a su rival.  Se mentaba que El Cobarde avanzaba a tientas con los pies y moviendo los brazos sin ton ni son, como arañando (tarea imposible, por eso de los guantes), siempre mirando hacia atrás. Cuando su rival intentaba desbordarlo en un ataque, El Cobarde cambiaba repentinamente su guardia, girando sobre los talones, haciéndose un ovillo humano y cubriéndose la nuca con los guantes. Esta sorprendente  estrategia de combate, a la que añadía un contraataque desgastante consistente en dejarse caer -sin perder su forma de ovillo-  contra las rodillas de su adversario, no más de dos veces por round para no perder la pelea por Knock Out técnico, lo llevaba indefectiblemente a la victoria, sea por ataque de nervios de los rivales -que abandonaban el cuadrilátero golpeando inclusive a sus propios Segundos, cuando intentaban interponerse-,  sea por lesiones en las articulaciones de las piernas, finalmente vencidas por el peso casi muerto de El Cobarde que les caía constantemente -a razón de dos veces por round-  en un plan de combate tan admirable como demoledor.-
El Cobarde era odiado y temido por sus adversarios.
Todos, sin exclusión, maldecían cuando los papelitos del sorteo indicaban que su suerte estaba sellada: combatir con El Cobarde era derrota segura. Esa noche entonces, nos preparamos ansiosos para ver al Cobarde en acción. Su pelea contra "Topadora López" estaba programada para ser la última, a las once de la noche.
Sin embargo jamás nos hubiéramos podido imaginar que finalmente nunca  lograríamos ver al gran Campeón en escena. Apenas terminado el noveno combate (producto de un golpe bajo sufrido por "Guapo Lazo", que resonó en el tinglado como cuando alguien revienta una bolsa del mercadito, y lo dejó fulminado en la lona con un color entre amarillo y verdoso, a pesar de los esfuerzos de los asistentes y del abundante agua fría vertida en la zona afectada), anunciaron por los altoparlantes que El Cobarde no sería de la partida por motivos que en breve se harían conocer al respetable público.
La noticia no pudo caer peor entre los asistentes, quienes casi de inmediato pasaron de la violencia verbal a la acción. El ring side se convirtió en un pandemonium donde volaban trompadas, sillas, patadas y botellas de cerveza desde y hacia todos los lugares. Algunos boxeadores frustrados no tardaron en subir al cuadrilátero para trenzarse en feroz combate con quien se les cruzara por delante.- En minutos el ring estaba repleto de energúmenos ensangrentados y furiosos que revoleaban trompadas y todo objeto que cayera sobre sus hinchadas cabezas.
Desesperado, no encontré mejor lugar para guarecerme que debajo del ring, entre la  estructura de caños que lo  sostenía. En esa semipenumbra, aturdido por el ruido de las pisadas que atronaban sobre el escenario, alcancé a divisar otra silueta, también acuclillada y con las manos sobre la cabeza.
Los tablones comenzaron a crujir y oí el chirrido de unos goznes del cañerío que estaban cediendo. Me arrimé como pude a la silueta, a buscar refugio y compañía en la desesperante situación. No sé porque se me ocurrió identificarme, como si ello sirviera para algo en ese momento. Ante mi gran sorpresa, el tipo también se identificó:
"-Soy El Cobarde"  dijo. Me explicó el porque de su faltazo al combate y hasta me autografió un volante que indicaba el precio de los choripanes.
Apenas pude escapar segundos antes de que el armazón de tablas, lona y cañerío se desplomara estrepitosamente y terminara con los días del Campeón. (Esa noche aprendí lo que se llama "retirarse a tiempo").



 ARENA
Llegamos a Villa Sarmiento a pasar las vacaciones de verano. En aquel entonces, dos tías solteronas ocupaban la casona que fuera de mis abuelos. Sobraba lugar. Nada hacía suponer que nos íbamos a entretener, pero a pesar de las enérgicas protestas que elevábamos con mis hermanos, hacía como tres años seguidos que veníamos al mismo pueblo los primeros días de enero. Mis padres aducían cariño a las tías. Yo creo que era falta de presupuesto.
Había un pibe, a la vuelta de la esquina. El era nuestro compañero de juegos. Ese año la novedad fueron las enormes montañas de arena (yo les llamaba inadecuadamente dunas -por mi paso por el mar-) que una compañía constructora  había  levantado  en un gran terreno baldío. Prácticamente era una manzana entera. Recuerdo muchas manzanas baldías en Villa Sarmiento. Escalábamos las montañas amarillas valiéndonos de unos palos, a modo de bastones,  que enterrábamos en la arena a medida que ascendíamos. Una siesta infernal, el chico de a la vuelta se fue hacia atrás en plena escalada, rodó  por sus espaldas y cayó contra una pared socavada por las máquinas excavadoras de la duna de al lado. Enseguida vino el desmoronamiento y, casi como un áureo  monstruo, la montaña se lo tragó. Descendimos con mucho cuidado, clavando a fondo nuestros bastones a un costado del cuerpo y afirmando bien los talones en cada paso, temerosos de sufrir la misma suerte que el pibe. Lo buscamos un buen rato sin éxito. Cuando se hizo de tardecita volvimos a la casona a tomar la leche y resolvimos que lo mejor sería no comentar nada a nuestros padres, pues se disgustarían al enterarse que habíamos ido a trepar montañas con los zapatos de salir. Al año siguiente, sobre el terreno que ocupaban las dunas, se levantaba un importante edificio con un  cartel que decía "Escuela de Educación Técnica".  A una de las aulas le pusieron el nombre del pibe. Cuando pedí permiso para ir a su casa a invitarlo a jugar (después de todo, se había convertido en una celebridad y yo era su amigo), mis padres y  tías se miraron como espantados y finalmente me contestaron que ya no vivía  más allí. Pienso que se habrá ido de la vergüenza, por temor a que un día volviéramos con mis hermanos para delatarlo. Solamente nosotros sabemos la verdad: el premio que le han dado al ponerle su nombre al aula es injusto. El se cayó cuando apenas iba por la mitad del camino. Nosotros sí llegamos a la cima. En lo que a mí respecta, estoy un poco decepcionado con el pibe. El debería estar tranquilo. Yo sé guardar secretos.


















CASTIGO NOCTURNO
En el patio de Dorrego al quinientos, todas las noches se desarrolla un drama.-
Exactamente a las diez y cuarto, Cárdenas, pasado de copas, insulta a Marimón. Sospecha una y otra vez que su mujer lo engaña con ese carrero de mala muerte.-
Rompe una botella de vino barato contra el brocal del pozo y lo despanza.-
Todas las noches Marimón boquea como buscando un aire imposible, abre bien grandes los ojos, mira con sorpresa y desde el suelo a Cárdenas y luego, lo atraviesa, pero con su mirada puesta más allá.-
Todas las noches las mujeres lloran y se tiran de los pelos.-
Todas las noches llega la partida policial y saca a Cárdenas del cuadro de sangre.-
Anoche decidí arrojarme sobre Cárdenas cuando manoteara la botella y evitar la tragedia.-
Anoche volví a comportarme como un cobarde, observé estupefacto la escena y me desperté empapado en sudor, sabiéndome condenado a sufrir mi castigo de amante sin honor.-










UN CUENTO POLICIAL
Las seis en punto de la mañana. Nadie se hubiera imaginado que al levantar las persianas del almacén, Aguirre se encontraría con el cadáver de Eulogio Argañaráz, ex Jefe de la Estación del ferrocarril, que se encontraba, casi como descansando apoltronado en la silla de mimbre ubicada al lado de los baños, debajo del cartel de cigarrillos "Máximos".-
Si no fuera por el delgado hilo de sangre que partía desde su garganta y recorría caprichosamente todo el largo de la camisa celeste, para formar un rojo y pobre lago bajo la pernera izquierda del pantalón, cualquier distraído hubiera hecho caso omiso de la presencia del muerto en aquel rincón del local.-
Sin embargo, Aguirre era un tipo despierto y, apenas levantó la pesada cortina metálica, advirtió la funesta anormalidad en el paisaje cotidiano del almacén.-
Se acercó al muerto con esa precaución innecesaria que se tiene frente al descubrimiento de un cadáver.- ¿Acaso Argañaráz iba a levantarse súbitamente, con los brazos alzados y a gritarle en la cara para aterrarlo? ¿Acaso podría el muerto estallar como una bomba?. Era simplemente un muerto y como tal, absolutamente inofensivo. Sin embargo, Aguirre avanzó lenta y silenciosamente hasta detenerse al lado de Argañaráz. Conteniendo  incluso la respiración y con la boca y los ojos bien abiertos,  se inclinó sobre el finado  apoyándose las manos en las rodillas. Dio un pequeño respingo cuando advirtió el hilito de sangre que nacía en el cuello de Argañaráz, pero de inmediato retomó la compostura y se acercó esta vez sin miedo alguno, presa de una morbosa curiosidad a observar de cerca.- Siguió el camino de la sangre y descubrió el charquito junto al zapato de Argañaráz.-
Un persistente dolor de quijadas lo torturaba y, de pronto tomó conciencia de su boca abierta a más no poder desde que había descubierto el cadáver.- Cerró la boca, tragó dificultosamente saliva y decidió llamar a la policía.- Corrió hacia el teléfono que estaba en la esquina del mostrador y apenas marcó el número de la Comisaría, quedó como petrificado con el  tubo  al oído.- ¿Cómo explicaría la presencia de Argañaráz en su almacén?. ¿Le creerían que lo descubrió ya muerto al levantar las persianas?¿Lo detendrían bajo el cargo de homicidio?
- Comisaría Séptima, buenos días...
- ....
- Buenos días, ¿quién habla?.
-....
-Hola?
- e... equivocado. CLACK!
Aguirre tenía otra vez la boca  abierta y muda. Su vista estaba fija en su propia mano húmeda, blanca,  que apretaba el tubo del teléfono contra el aparato, como temiendo que se descolgara solo y lo pusiera  otra vez en comunicación directa con sus perseguidores.- Respiraba agitadamente y trataba de ordenar su mente, pero  sus pensamientos habían ya cobrado independencia. Surgían tenebrosos y de a miles, se entremezclaban y superponían a gran velocidad.-
Como un autómata se sirvió un vasito culón de ginebra para entonarse y ordenar los pensamientos.-
El primer dato de cordura lo asaltó instantáneamente.-  Las huellas dactilares!.
Sí, sus huellas quedarían estampadas en el vasito culón y en  la botella de ginebra Llave.-.-
Dios mío, .-pensó-. También en el teléfono y en la cinta de la persiana!!.- Y en el picaporte...
-Estoy hasta las pelotas- , se dijo Aguirre mientras se servía un segundo vasito de ginebra.-
Había estado preso por cuarenta y ocho horas en averiguación de antecedentes, aquella vez,  como treinta años atrás, cuando se le ocurrió quedarse a curiosear la pelea de un viejo, finalmente cortado en la panza por una botella quebrada en la barra del cabaret, blandida por un  paraguayo que le disputaba una bailarina.- Esas cuarenta y ocho horas le habían resultado infinitas e interminables.- No podría soportar una condena perpetua.-
La sola idea lo atormentaba.-
-Debo borrar toda huella-, pensó.
Instintivamente abrió el cajón de los repasadores y  tomó el trapo verde.-
-Es imposible!!!, cayó en la cuenta.
Había dejado sus marcas en la  manija del cajón y apoyado  torpemente su mano entera sobre el mostrador.-
-Cada movimiento que hago deja mis marcas. Me haré prófugo.
Corrió  aturdido por la desesperación hacia la puerta del almacén. y casi  se le detuvo el corazón cuando se encontró cara a cara con  Doña Dalia que, maldita costumbre, vino a primera hora a llevar su habitual cuarto de membrillo para el vientre flojo.-
-Está cerrado- atinó a decir.
Doña Dalia lo hizo a un lado, con la prepotencia tetona de las viejas de barrio y le contestó al pasar que se deje de pavadas, que para que levantaba entonces las persianas si no quería atender a la gente.-
El resto fue cuestión de segundos.-
Doña Dalia  cayó seca a sus pies, con la boca en "o" y los ojos abiertos y censores.-
-Ahora llevo dos muertos a cuesta-, se dijo Aguirre, mientras soltaba  displicente el ensangrentado taburete.-
Caminó sin rumbo por el almacén un instante.
Se detuvo debajo del foco antibichos a pensar.. Se cubrió el rostro con sus manos y cayó de rodillas al escuchar la partida policial que ingresaba al lugar.-
Mudo, eternamente mudo y sin excusas, se dejó llevar hasta la Seccional.-
Los diarios locales de la época expusieron su condición de monstruo.-
No siempre Dios ayuda al que madruga.-


















LA CENA
Estaban cenando como todas las noches. Como todas las noches, visita; esta vez los tíos. Como todas las noches, sus hermanas conversaban animadamente con su madre. Como todas las noches, el padre ausente, la mesa cuadrada, el mantel de hilo a cuadros azules y blancos, el hule transparente, las banquetas largas y apretadas contra la pared, de modo tal que sentarse primero implicaba una difícil maniobra, consistente en recorrer todo el largo de la mesa hasta el sitio indicado, con el cuerpo echado hacia atrás, casi sentado en el aire, las piernas debajo de la mesa, dando pasos laterales, las manos sobre la tabla, como tocando un piano sin teclas, porque estaba secretamente prohibido, de eso estaba seguro, girar el torso y apoyarse contra la pared en el dificultoso avance.
Hubiera sido más fácil, correrse lateralmente hacia el lugar por medio de sucesivas sentadas, pero eso era de mujeres.
Arroz caliente mezclado con zanahoria rallada fría. Horrible. Cuantas veces tendría que decir a su madre que no mezcle lo frío y lo caliente?           
En ese pensamiento estaba sumido cuando levanto la vista y sobre la pared de enfrente vio el cuadro. Nadie hacía nada y el cuadro estaba ahí! Espantoso, cada vez más rojo, latía a punto de estallar. Y todos seguían hablando como si nada ocurriera!. Abrió la boca para gritar, pero no tenía voz, apenas un sonido ahogado, forzado, que sin embargo fue suficiente para llamar la atención de los comensales que lo miraron sorprendidos. El cuadro era cada vez mas aterrador, bordó, con esas sombras, emanando maldad.
Saltó sobre la mesa con un estrépito de vajilla y cubiertos hechos trizas, resbaló tirando casi todo el mantel sobre su banqueta, lo alcanzó y gritando horrorizado le pegó trompadas con toda la fuerza que nace del pánico. A cada golpe, del cuadro saltaba sangre, pero eso no era suficiente. Golpeó y golpeó, a pesar de los gritos del resto, que se oían muy lejanos. Nadie podía detenerlo. Solo paró cuando quedó exhausto y afónico. Eso ya no lo recuerda bien. Hoy come en el patio, en la soledad, donde no hay lugares estrechos que recorrer para sentarse, ni paredes donde colgar cuadros espantosos.        






















LORENZON
"A mi lo que me preocupa son los comentarios malintencionados" -dijo Lorenzón mientras se rascaba obsesivamente la testa-
No te aflijas, le contesté, acordate de Bermúdez. Todo el mundo lo acusaba del asunto de la ferretería y, al final resultó ser inocente.
"Sí, pero terminó ahorcándose" , insistió Lorenzón con tono sarcástico.
Nos sentamos en la mesita del rincón, desde donde casi ocultos, podíamos campanear todo el movimiento del Bar de los gallegos. Las luces bajas y amarillentas de las mesas de billar formaban triángulos truncos que parecían apoyarse en el paño verde y contener entre sus definidas paredes, espesas masas de un humo perezoso y azul que ascendía en cámara lenta y solo se agitaba espasmódicamente cuando un jugador penetraba en la campana de luz para ejecutar una carambola difícil.-
Un bafle de madera aglomerada colgaba sobre nuestras cabezas y nos obligaba a hablar a los gritos.-
"Ahí viene" -dijo Lorenzón casi resignado.
Lucrecia entró al Bar como si saliera a la pasarela y enfiló directamente hacia nosotros, ignorando olímpicamente las miradas babosas que le bañaban el cuerpo de sílfide.-
Atiné a sacarle una silla de manera tan torpe que se me cayeron los anteojos al inclinarme.
Lucrecia, por supuesto, eligió otra y se sentó con una sonrisa burlona y casi imperceptible, dejándome desairado y en ridículo tanteando el suelo mugriento.-
"Y entonces?". Nos dijo sin más.
Lorenzón boqueaba como un pescado fuera del agua y se rascaba la cabeza de tal manera que me dolía a mí.-
Lucrecia encendió un cigarrillo tan fino y largo como sus femeninos dedos de aguja.- Aspiró profundamente y se tomó todo el tiempo del mundo en exhalar divertida y con un mohín encantador y perverso el humo, mirando hacia el techo.-
Después, solo después, nos miró a los ojos, haciéndonos desviar la vista como temerosos de sufrir una súbita y ardiente ceguera.-
Miré de manera cobarde a Lorenzón. Seguía  mudo.
"¿Tomás algo?" -se me ocurrió decir en otro arranque de torpeza caballeresca-
El mozo -que obviamente ya sabía lo que siempre se servía Lucrecia-,  estaba parado cual estatua con la margarita de rigor. Me miró de reojo como a un principiante y con una sonrisa cortés,  le dejó el trago sobre la mesa.
" Y entonces?". Volvió a cargar con divertida -para ella- crueldad.
"Mirá Lucrecia... -comenzó Lorenzón- Lo que pasa es que yo ... nosotros... vos sabés...".
"¿Que?".
"..."
"Dale. ¿Que es lo que yo se?"
"Que no es algo tan fácil. Que no se si voy a poder."
"Pero a eso ya me lo dijiste la semana pasada. Para eso esperamos hasta hoy" -dijo Lucrecia más concentrada en revolver lentamente el sorbette en el vaso, que en sus sufrientes interlocutores-.
"Lo que pasa es que Lorenzón..." -intenté salvarlo-.
"Y vos, de qué la jugás?" -me cortó con una sonrisa helada-
"No. Yo lo acompaño nomás. Yo, nada que ver. Pasaba y él me contó".
Perdí la vista en el piso y sentí la mirada de Lorenzón, como la de un náufrago al que acababa de soltar la mano, vencido por la tempestad. Permanecí mudo y atormentado por mi cobardía durante los infinitos minutos que duró la conversación.
Lucrecia, se levantó deslizándonos un "chau" cargado de sensual desprecio y la vi alejarse abriéndose paso sin necesidad de pedir permiso entre los parroquianos que se hacían a un lado en un silencio libidinoso.-
Escuché a Lorenzón a mi lado, meterse apurado los últimos tragos de cerveza. No me atreví a mirarlo y se que ya tampoco me veía. Oí el ruido del grueso vaso de vidrio apoyándose contra la mesita, el arrastrarse de su silla al levantarse y algunos pasos de su retirada que hasta hoy me retumban en la cabeza como tambores de orquesta.-
Me quedé solo con mi infierno mental de culpas e imágenes mirando el suelo no se cuanto tiempo. Solamente levanté la vista cuando el mozo me dijo que cerraban. Pagué la cuenta sin hablar. Atravesé el salón vacío y vi que estaba amaneciendo.- Por el costado de las vías era el camino más largo a casa, pero sabía que no podía hacer más que transitarlo.
A lo lejos, dibujado contra un inmenso y espantoso sol rojo vi el bulto que colgaba de los tirantes salientes de un galpón. Cuando crucé a su lado lleno de vergüenza, casi me detengo a pedirle perdón. Pero Lorenzón  ya no me escuchaba.-











Animal de Quaram

                                                           “Me siento a escribir un cuento
                                                           como quién se saca una alimaña”    
                                                           Alfred  Jarry

Tanto había oído hablar de aquel animal, que apenas me enteré de mi condición de beneficiario, decidí vender sin mayores exigencias, mi parte de la herencia de tío Luis y emprender el viaje a Quaram.-
Desde el aeropuerto –si así podría llamársele a esa precaria pista emparchada y avanzada por la maleza- me tomaría dos días de viaje en automóvil.-
Conseguí un vehículo de alquiler –un viejo Ford Mustang, apenas más confiable que la cara del tipo que me aseguraba que esa “máquina” no me dejaría a pie- y cargué siete bidones de nafta  en el baúl y el asiento trasero.-
Colmé el resto del habitáculo con botellas de agua mineral, latas de conservas y una caja de whisky barato, dejando apenas lugar para mi equipaje personal.-
Exactamente a los dos días estaba en Quaram. No lo supe por aviso de ningún cartel indicador. Simplemente ví las caras de sus habitantes: sus ojos oscuros y rasgados, sus pómulos salientes, como paragolpes tallados en piedra, sus narices diminutas, todo ello como metido a la fuerza dentro de esos prominentes cráneos ovales.-
Eran los Quaramitas. Tío Luis me los había descripto, ahora lo sabía, hasta con indulgencia.- Realmente su aspecto era más lastimoso que lo imaginado.- Abandonados por la mano de cualquier Dios imaginable, habían permanecido casi totalmente aislados y recluidos en su primitiva aldea, y su aspecto enfermizo y débil hacía evidentes los efectos de una antigua endogamia.-
Así las cosas y aprovechando su más que  inusual o casi inexistente cambio de indumentaria, al poco tiempo de estar en Quaram, preferí identificar a esos  pobres diablos por su vestimenta, seguro de correr sólo un mínimo riesgo de error.-
Los continuos abusos sufridos por los Quaramitas en su primaria ingenuidad, hacían casi imposible entablar relaciones de confianza con esa gente, por lo que ya en la segunda noche de estadía, fui directo al grano y pregunté a unos sujetos que bebían caña quemada o algo parecido, sobre el animal.-
Se sobresaltaron de inmediato, como si les mencionara al mismísimo diablo, se miraron nerviosos y uno incluso se levantó y se fue del lugar sin disimular su gran susto.-
El tipo de ojotas verdes finalmente tomó la palabra por el grupo.-
Me preguntó el porque de mi interés y de inmediato me advirtió que ir en busca de la bestia me resultaría fatal, que  además de ello,  no era necesario buscarla ya que con sólo permanecer en Quaram, si era mi destino o la voluntad del monstruo, éste me encontraría.-
Los demás quaramitas asentían cada afirmación de “ojotas verdes” con unánimes movimientos de cabeza y sin decir palabra alguna.- Sin dudas era el líder natural del grupo, así que decidí sobornarlo con una de mis botellas de whisky –los quaramitas bebían a toda hora, casi compulsivamente y sin siquiera degustar-.
Aceptó mi invitación personalizada y sin reparar en saludos al resto se levantó de la mesa y me siguió hasta el Ford Mustang.-
Saqué una botella, nos sentamos en el piso, al lado del auto y comenzamos a tomar del pico. Mi curiosidad me hacía sobreponer al asco de ver por el rabillo del ojo como el  sujeto baboseaba la botella que iba y venía de mis labios a esa  boca desdentada que me recordaba a las viejas películas de la peste negra.-
Tuve al inicio de la conversación alguna dificultad en concentrarme, ya que me distraía el sonido a ventosa con que concluía cada arremetida al pico que llevaba adelante aquel nativo. ¡PLUP!.-
Al abrir la segunda botella, ya no me molestaba tanto el ridículo y casi gracioso ruido y “ojotas verdes” me había proporcionado más que interesante información.-
El alcohol había soltado su lengua y, por cierto, trabado un poco la mía. Pero no eran mis palabras las que necesitaba escuchar, sino las de él por lo que las cosas marcharon sobre ruedas.-
Me refirió que la bestia había atormentado por largos años a los lugareños. Mataba sin piedad y aparentemente sin necesidad de alimentarse, ya que en cientos de ocasiones los cuerpos mutilados de las víctimas eran encontrados por partes, en la zona de la matanza, de manera tal que reunidos sus pedazos, no les faltaba nada.-
Sin embargo en otras oportunidades, el animal se había alimentado de sus presas, dejando a veces tan solo esqueletos semipelados.-
La gran mayoría de los ataques, se había producido en la selva que rodeaba por completo a Quaram, y en horas de la noche, por lo que –al igual que lo referido por Tío Luis- las descripciones sobre el animal eran vagas y contradictorias.-
No obstante ello todos coincidían en una suerte de simio o ser antropomorfo cubierto de grueso pelaje, que podía desplazarse en dos patas y poseía afiladísimas garras.-
Al parecer, la bestia había cesado en sus ataques hacía algo menos de un año, lo que hacía albergar a los quaramitas una incipiente pero aún temerosa esperanza de que el monstruo hubiera muerto.
Eso me explicaba, al menos en parte el recelo que encontré en los lugareños cuando manifesté mi intención de buscar al animal de Quaram. Temían no sólo a su mención, sino a la posibilidad de que mi provocación despierte su ira momentáneamente aplacada y lo vuelva a su actividad asesina.-
Comprendí que los quaramitas, paralizados por su terror, se negaban a conocer la naturaleza o procedencia de su misterioso depredador, con tal de no molestarlo, limitándose a sobrevivir, asumiendo como si fuera un precio menor y necesario, su condición irreversible de víctimas.-
Sentí pena ante la dócil y resignada actitud de esos nativos.- Y hasta tuve un innato impulso por despertarlos de su temor irracional y acaso ancestral.- Pero mientras avanzaba la conversación, comprendía la futilidad de cualquier arenga o envalentonada. El temor era parte de ellos y yo, vergonzosamente, solo era movido por la curiosidad en un territorio que me resultaba absolutamente ajeno y misterioso.-  ¿En nombre de que “civilización” los invitaría a descubrir la real naturaleza de su enemigo? ¿Hasta que punto estaba yo dispuesto a comprometerme en una causa que, de todos modos, ni ellos mismos sentirían propia?
Tuve una ambigua sensación de compasión y egoísmo. Quizás también yo sentía miedo. No estaba en mis planes involucrarme en problemas que no me pertenecían.- No era yo un héroe, de todas maneras, sino solamente un hombre normal, curioso y en busca de aventuras.-
-“Usted no debe molestar al monstruo”. PLUP!.-
“Ojotas verdes” terminó la segunda botella, dejando en su interior un revoltijo de burbujas de aire y baba y me miró en silencio -como implorándome que abra una tercera.-
Sabía que si no había más whisky, no habría más conversación, pero decidí que ya había sido suficiente y que, de todas formas, esa suerte de extorsión me resultaba inaceptable.-
Tomé a “Ojotas verdes” por debajo de los brazos y lo arrastré hasta un árbol, subí al Mustang y no pude evitar mirarlo mientras me alejaba por el camino polvoriento. Su cabezota de huevo caía de un hombro al otro, de adelante hacia atrás, sin poder sostenerse con alguna dignidad en su sitio. Sus ojos brillosos miraban satisfechos por el hartazgo de alcohol y hacia ningún lugar.- Sus brazos, haciendo de endeble trípode con el culo apoyado en la tierra seca, flaqueaban, como las patas de algunos cuadrúpedos recién paridos.- Luego cayó sobre uno de sus codos y, antes de ser tapado por la polvareda de mi Mustang, lo alcancé a ver tenderse sobre ese lado, seguramente para dormir saciado hasta el otro día.- Esa noche, mientras planeaba mi excursión a la selva tuve, por primera vez, una extraña sensación  respecto de la bestia de Quaram.- Me espanté por un instante pero finalmente asumí como lógica mi ¿admiración?  por ese temible ser.-
El monstruo –como los tigres en la jungla- no era más que un producto inevitable de la  naturaleza, nacido y determinado para matar. El primero en la escala, en esa escala real o quizás solo concebida por el imaginario de Quáram.- ¿Que reproche cabía hacia el monstruo?. ¿Sobre que mitos, tan reales a la hora de vivir nuestros días, se sostiene  también hoy mi propia cultura?.- ¿Qué culpas deben recaer sobre lo que ha nacido fatal para otros?.-
Partí bien temprano, con las primeras luces del día y me adentré en la selva cargando mi mochila llena de pertrechos por un sendero escogido al azar –ya que por lo averiguado, la bestia atacaba en cualquier zona de la selva-.
La vegetación era espesa y el calor me obligó a detenerme en varias ocasiones, más de las previstas, a reponer fuerzas, así que cuando divisé un claro a la orilla de un riacho delgado, a pesar de ser mediatarde, decidí acampar para evitar ser sorprendido por la noche en medio de la maleza.-
En esa primera jornada no avisté animales capaces de poner en peligro a los humanos, con excepción de un par de serpientes negras cuya especie desconocía pero que no dudé en partir en dos con mi afilado machete para curarme en salud. Hubiera resultado ridículo salir a la caza de un depredador de hombres y terminar muerto por la ponzoña de una estúpida culebra.-
Había en la selva una importante variedad de pájaros y me llamó la atención una colonia de monos de largo pelo marrón rojizo a los que me detuve a observar un rato mientras se entretenían despiojándose o en cortas y ruidosas disputas por comida.-
A la mañana siguiente me desperté sobresaltado por un sonido crujiente y una especie de desagradables eructos y resoplidos que provenían del sector donde había encendido la hoguera.- Una familia de cerdos salvajes  estaba dando cuenta de los restos de mi cena y uno de ellos intentaba infructuosamente meter su hocico en mi mochila seguramente impulsado por el olor de las conservas de carne salada. En su intento había empujado la mochila varios metros y tan empeñado estaba en su afán de robar mis alimentos que, contrariamente al resto de la piara que huyó ante mi primer movimiento, no se percató de mi presencia o mejor dicho, lo hizo demasiado tarde para él. Utilicé mi Mágnum 45 que dormía junto a mi cabeza y le volé el morro antes que su diminuto cerebro alcanzara a procesar para la huida, mi imagen y la del acerado cañón que lo apuntaba. El estruendo retumbó por todos los rincones de la selva. Los árboles explotaron en una infinidad de esquirlas aladas.- El puerco se sostuvo unos segundos como una ridícula figura de testuz recortado y se desplomó despatarrado sin siquiera proferir un chillido.- Un inmenso silencio sobrevino. Podía sentir los latidos de mi propio corazón excitado.-Mi almuerzo sería un festín de carne asada.-
Ocupé la mañana en desollar el cerdo y en cuatro cortas excursiones por los alrededores del campamento. No hallé nada significativo. Otra vez la colonia de monos, otra culebra que hice dos y un par de enormes osos hormigueros con sus típicas caras de imbéciles, que escarbaban con sus poderosas patas los montículos arcillosos de las hormigas.-
Estuve tentado a liquidar uno, pero desistí, ya que implicaría un lastre imposible de cargar. “Será a la vuelta” –pensé-.
Tío Luis nunca se había referido con aprecio a los quaramitas, más bien en sus breves y por cierto bastante reticentes alusiones a los nativos, expresaba un marcado desdén, como despreciando la elemental y tosca forma de vida de aquellos.- Mi contacto con esa gente me hizo pensar en que causas motivarían la decisión  de mi Tío, de vivir solo, en medio de la selva, a pesar de haber tenido años para conocer y quizás comprender esa cultura .- Me contó que había construido una cómoda cabaña de madera, y en el lugar desmontado con sus propias manos había desarrollado cultivos y hasta criado animales de granja, lo que le permitía dedicarse a su actividad de extracción de piedras semipreciosas que vendía en Argentina viajando para ello dos veces al año, sin necesidad de tener más contacto que el que  resultara indispensable con los habitantes de Quaram.-  Con su solitaria actividad, y sin tener en que gastar el dinero, Tío Luis había acumulado un considerable capital, invertido tierras de  las serranías de Córdoba, que mal vendí sin siquiera llegar a conocer.-
Pensé que con algo de suerte, encontraría la cabaña y el establecimiento de Tío Luis y lamenté más de una vez no haberlo interrogado sobre la forma de llegar hasta el lugar, antes de que el infarto masivo lo reventara en mi propia casa mientras me hablaba de sus andanzas juveniles en el Colegio Mayor Alemán, allá por el año ’39.
Tío Luis era un decidido simpatizante del eje, me había legado una importante biblioteca con literatura al respecto que mantuvo escondida durante varios años después de 1945 por temor –decía- a que los demagogos y  oportunistas hicieran leña del árbol caído.
Recuerdo su rostro amargo cuando relataba que debió abandonar el país para recalar finalmente en Quaram,  mientras los simpatizantes del Nuevo Orden, sus antiguos y entusiastas camaradas, se replegaban, dejando lugar a esos  gusanos –decía- blandos de carácter y ágiles de lengua, tan propensos al acomodo y la haraganería, que van a terminar convirtiendo al país en un burdel gigante de negros, judíos  y maricas.-
 Elegí las mejores porciones del cerdo, casi con esa sensación de diversión que, supongo,  experimentan los grandes depredadores cuando saben que abunda la comida.y que no existen rivales capaces de disputársela. Me dormí con el estómago repleto pensando en eso: el privilegio de ser el primero, sin rivales, en el orden establecido por la naturaleza. El poder total sobre las demás especies. El más fuerte, el más temido, el amo del territorio, el portador de la última decisión sobre la vida y la muerte.-
Experimenté un extraño sueño donde se entremezclaban el rostro furibundo de Tío Luis, el sol ardiente, gritos de seres espantados, la selva, las caras iguales de miles de quaramitas sin nombre, la sed desesperante, los monos de pelo largo y rojo, heridas inmensas de las que manaban ríos de sangre que quemaba mis manos y mi rostro, las serpientes, las garras del oso buscando hormigas en desbande, el calor, los aullidos de horror,  y luego de no se que tiempo, me desperté empapado en sudor y con el corazón saliéndoseme del pecho.- Pero no sentí miedo. Solo  cansancio y  agitación. Una agitación salvaje y plena. Quedé tendido un largo rato boca arriba mirando las altísimas copas de los árboles caerse hacia el infinito azul del cielo sin nubes. Estaba en la maravillosa selva de Quaram, en mi lugar de la naturaleza, en un punto que no existe en los mapas, sin coordenadas que me limiten, sin más ley que mi propia voluntad.-
Me refresqué y lavé mi ropa en el riacho. Apenas estuvo seca, emprendí la marcha penetrando nuevamente en la densa selva.
Marché dos días más sin rumbo aparente y sin noticias ni tan siquiera rastros que me indicaran la existencia de la bestia.
Las dudas sobre los relatos de Tío Luis se acrecentaban a cada instante, pero los dichos de “ojotas verdes” y los rostros de pavor de los quaramitas que corroboraban aquellos, renovaban mi ánimo para seguir andando entre la monótona y húmeda vegetación.-
De pronto, la sorpresa golpeó mi pecho y me paralizó por un instante.-
Se acercaba el atardecer cuando frente a mí,  casi de una manera mágica la selva se  abrió en un enorme claro. En su interior estaban emplazadas prolijas empalizadas a manera de corrales de diversas alturas. Y a lo lejos, circundada por un pastizal joven y a medio crecer, sobre un terreno que otrora había sido evidentemente desmontado y que ahora se encontraba en descuido, emergía la silueta inconfundible de una cabaña construida con gruesos maderos y blanca piedra.-
Comencé a correr por ese inmenso lago verde hacia la cabaña, tropezando en el desparejo suelo, cayendo y volviéndome a levantar con las renovadas fuerzas que me proporcionaban las ansias de llegar.
A medida que me acercaba, comprobaba que la cabaña era imponente y comenzaba a divisar los detalles de la construcción, los poderosos maderos formidablemente apilados y encastrados en los bloques de piedra, los herrajes de las puertas, tan toscos como aparentemente inexpugnables, la magnífica belleza de la solidez de un fantástico búnker erigido en medio de la nada.-
De repente caí.- El piso pareció desaparecer bajo mis pies y fui devorado por una suerte de enormes fauces de pasto. Rodé por el interior de la fosa golpeándome las manos la cabeza y las piernas hasta acabar inmóvil y desconcertado en su fondo que parecía apuntalado por duras ramas o tallos de caña.- Intenté tímidamente apoyar mi mano en ese desparejo piso para ponerme de pie, pero mi brazo se deslizó por un hueco formado entre las varas.- Con horror sentí el contacto de mi mano con una vegetación húmeda, barrosa  y semipodrida y percibí decenas de insectos o escarabajos fríos que comenzaban a trepar por mi brazo hundido hacia mi hombro.- Saqué la mano con desesperación y asco, conseguí incorporarme de un salto y me sacudí furiosamente los bichos del cuerpo. En el mismo instante en que una de las ocultas varas que formaban el piso de la fosa se quebraba bajo mi pie izquierdo, sentí el olor nauseabundo a carroña.-
Volví a caer, inclinado sobre mis espaldas. Me detuve un instante para situarme y recuperar la compostura. Me hallaba en el fondo de un gran pozo, de aproximadamente tres metros de profundidad, cubierto de fresco y verdísimo pasto que, de pie, sobrepasaba apenas mi cintura y emergía de ese extraño e inconsistente piso formado por varas desprolijamente apiladas, debajo de las cuales millones de insectos prosperaban.-
Instintivamente tomé una de las varas y tiré hacia arriba con fuerza para desprenderla de la precaria estructura.
Sentí el crujir y el sonido de los yuyos arrancados con el desprendimiento. Y vi con estupor y espanto mi mano aferrando, no una vara, sino una amarillenta costilla humana.-
El hedor se tornó insoportable. Estaba parado sobre la misma muerte. Decenas, quizás cientos de esqueletos destrozados  y ocultos bajo el yuyal me sostenían. Movido por el horror comencé a arrancar más y más huesos del piso y, entre arcadas palpé con mis dedos y arranqué enganchando sus órbitas un horrible cráneo oval.- Trastabillé hacia atrás y mi pie se introdujo en otro intersticio del espantoso piso. De inmediato sentí los escarabajos, ávidos de carne humana trepando por mis tobillos. Arranqué mi pierna del asqueroso hueco y corrí desesperado, hundiendo mis pies y cayendo varias veces sobre el fondo de  huesos que crepitaba de manera horrorosa y choqué con la empinada pared cubierta de hierbas, ascendiendo con una agilidad animal. Reconocí de inmediato la consistencia de la tierra firme en el borde superior del pozo y me tendí a salvo, agotado por el esfuerzo y el espanto.-
Retomado el control de mis actos, retrocedí hasta la arboleda y me procuré  una rama –que desprendí a golpes de machete-  para utilizarla a modo de bastón, con el que pude tantear el terreno y sortear por sus bordes el enorme foso.-
Contuve mi ansiedad por avanzar hacia la cabaña y decidí inspeccionar primero los corrales que se encontraban a mi izquierda.-
Los dos primeros, de empalizadas más bajas, eran de dimensiones considerablemente inferiores al último de contornos más altos y de una superficie mucho más extensa.-
Me asomé a uno de los corrales menores y pude observar cuatro bateas vacías repartidas a regulares distancias y las inconfundibles figuras de de una treintena de aves achatadas, y secas por el paso de la putrefacción y el tiempo, cuyos esqueletos blanqueaban aflorando entre las plumas grises,  amarillentas y sucias.- Habían muerto de hambre y sed.-
Allí no habían crecido sino tres o cuatro aislados manchones de pasto duro y amarillo. Por lo demás, el piso de tierra seca y gris solo mostraba como alteración del desolador cuadro de muerte algunas piedras no mayores al tamaño de un puño.-
En el segundo corral menor, el panorama era el mismo, con la sola diferencia constituida por tres jaulas de rústica fabricación artesanal, desvencijadas y mal apiladas contra un rincón de la empalizada.-
Fui entonces hasta el corral grande y me encaramé sobre uno de sus lados para observar, ya que su enorme puerta se mostraba evidentemente atascada por la crecida maleza que lo rodeaba por completo.-
Un vaho penetrante y caliente me llegó a los pulmones obligándome a toser y a escupir entre arcadas la saliva que me llenaba una y otra vez la boca.- Cientos de animales de gran porte, consumidos por la hambruna, yacían desparramados por el inmenso corral.
En una depresión del terreno, seguramente receptáculo del último líquido allí existente, se amontonaban decenas de animales muertos  formando una fantasmal carpa de cueros marrones y hueso, donde los escarabajos y diminutas moscas todavía hacían su trabajo.-
Salté hacia atrás con los ojos empañados por el irritante hedor y permanecí unos instantes inclinado retomando el aliento. Miré hacia un costado y allí estaba otra vez, la cabaña, esperándome como una inmensa caja de secretos a develar.-
Movido por la curiosidad y el asco me alejé de los corrales con paso apurado en dirección a la cabaña. Ya no me cabían dudas de que mi hallazgo no podía ser otra cosa que la finca de tío Luis. Todo había quedado tal como lo dejó en su último viaje hacia la Argentina. Siempre me extrañó su irreductible negativa a quedarse más de 48 horas  en el país. El muy ladino habrá dejado durante sus viajes una semana o tal vez diez días a esos animales con la ración exacta o menos aún de agua y comida con tal de no contratar los servicios de un Quaramita para custodiarlos en su ausencia.- Supuse que alguien como Tío Luis  no  hubiera confiado a nadie sus bienes personales.-
Al fin de cuentas era para él, más astuto fiarse de la naturaleza y de una cierta dosis de suerte que delegar alguna responsabilidad en manos ajenas a su control.- De cualquier manera, ese era su dominio. Y allí reinaba conforme a su propia voluntad y decisión.-
En pocos minutos estuve frente a la imponente puerta de madera. Verdaderamente la construcción resultaba tanto o más magnífica que lo que ya se adivinaba desde lejos.-
Al acercarme a la construcción había ido tomando conciencia de su real tamaño.
Su techo se alzaba muy por encima de los cuatro metros y solo el frente de la misma se extendía aproximadamente al doble.-
Los bloques de piedra que formaban las paredes mostraban sus irregulares caras exteriores, tan grandes como una deformada rueda de camión, lo que me llevó a calcular el espesor de esos muros en un metro o tal vez más.-
Dos inmensas ventanas, con postigones de rústicas tablas de madera se ubicaban a ambos flancos de la gran puerta de entrada.-
 Un par de muñecos más ridículos que amenazantes habían sido emplazados a ambos lados de la puerta. Sus ojos saltones y pretendidamente siniestros, similares a huevos que el dueño de casa se había encargado de colorear de rojo intenso miraban directamente a quién se detuviera frente a la puerta y sus actitudes, agazapados como a punto de saltar, causaban más gracia que temor. Sólo podrían asustar a niños o a imbéciles –pensé-.
Volé el candado de un solo balazo y la gruesa cadena se deslizó hacia el piso como una tosca serpiente de metal que despertara ante el estruendo.-
Apoyé mi hombro en la puerta y,  para mi sorpresa, ésta se abrió al primer intento.- Los goznes evidentemente habían sido engrasados con el cuidado propio de un  hombre viejo que, aún sintiéndose vital, posee la sabiduría de evitar complicaciones inútiles.-
La horizontal luz de la tarde entró como un inmenso, impertinente y polvoriento rectángulo de claridad dentro de la cabaña.-
Mis retinas se adaptaban  dificultosamente al lugar y con torpeza y cierta timidez, di mis primeros pasos hacia el interior.-
Todo se encontraba en un perfecto orden, por lo que no me costó prácticamente toparme con un rústico  aparador de madera provisto de  cerillas y una lámpara  con aceite lista para encender.-
La amarilla luz se esparció por todo el interior de la sala poniendo en evidencia los inmensos tirantes que proyectaban su sombra hacia el alto techo.-
No había decoración alguna en las paredes, solo las otras lámparas, seis en total distribuidas de modo parejo en la habitación.- Encendí las mismas y prescindí, dado lo inminente del atardecer, de abrir las grandes ventanas de la cabaña, trabadas por dentro con poderosos y pesados tiradores de hierro.-
La luz llenó por completo el ambiente y me volvió a llamar la atención el orden. Un orden que implicaba todas las sillas en su lugar exacto,  rodeando la poderosa  mesa, una séptima lámpara del doble del tamaño que las otras seis, pendiendo de una cadena sostenida desde el techo, a un metro del centro mismo de  la mesa, donde descansaba otra caja de fósforos ubicada justo en línea con la lámpara.- Ningún objeto allí parecía haber sido dejado al azar. Era un orden obsesivo, masculino, sin un solo elemento suntuario, pero con todo lo estrictamente necesario. No era un sitio para la belleza. Allí vivía un hombre solo.-
Tres puertas de madera barnizada,  presentaba la pared del fondo. Abrí la de la derecha y encontré el baño. Tan impecablemente pulcro como elemental. Una tina de metal y tres grandes baldes alineados a su lado. Una mesa de patas fuertes con una palangana, dos jarras de porcelana  y un vaso grueso y alto. Una letrina construida en piedra con tabla de madera. Un espejo clavado en la pared, sobre la mesa, que denotaba las manchas del tiempo y la humedad, pero cuyo marco de madera negra lucía lustroso y cuidado. Y un cofre en el que hallé más de veinte jabones  rectangulares y de un blanco lechoso, ordenados cuidadosamente al costado de una pila de toallas limpias y gastadas.-
Abrí la puerta del medio. Era el dormitorio del señor de la cabaña. Tanto o más austero que el baño. En el centro de la habitación y con el respaldo hacia un gran ventanal que evidenciaba el final de la construcción, tan cuadrada como magnífica, estaba emplazada una gran cama baja y sólida, prolijamente tendida con varias mantas de abrigo. Sobre una elemental mesa de noche, una lámpara importante, tanto como aquella que pendía en el centro de la sala principal, seguramente dedicada a la lectura previa al sueño, sin embargo alteraba el obsesivo equilibrio del resto de la morada, contrastando con la otra lámpara pequeña, sita al otro costado de la cama.- No había allí más mobiliario que cuatro pesados baúles, un pequeño taburete y una vara de metal fijada a un lado y de un extremo al otro del cuarto, que hacía las veces de perchero, del cual colgaban un par de impermeables viejos.- Tampoco había cuadros, ni elemento alguno que no tuviera utilidad práctica.- Una repentina sensación de frío me recorrió el cuerpo y las mejillas y decidí averiguar que había tras la última puerta.-
Al abrirla, de inmediato percibí el inconfundible aroma del papel, la tinta añeja y el cuero manido de las bibliotecas. La anaquelería llegaba hasta el techo y ocupaba dos de las paredes del cuarto. Todos los estantes estaban completos y contrariamente a lo observado en el resto de las habitaciones, en ésta se percibía un cierto y cómodo desorden, que evidenciaba que allí la prioridad absoluta era la lectura y el recogimiento intelectual. Contra la única y amplia ventana de la habitación, estaba la ruda mesa utilizada como escritorio, sobre la que se apoyaban, además de una docena de libros desparramados, tres improvisados portalápices totalmente repletos y un par de pisapapeles. Un singular decorado consistente en varias garras de osos hormigueros colgadas junto a la ventana, aparecía como un capricho suntuario y único en la habitación. Otra gran lámpara de lectura, similar a las dos anteriores, pendía, esta vez a un lado de la mesa y junto a un sillón hamaca cubierto de mantas y de pieles rojizas.-
El lugar era acogedor y sin dudas allí el señor de la cabaña pasaba gran tiempo.-
Mi corazón se estremeció cuando al revisar el primer libro confirmé lo que mi intuición me indicaba desde que había hallado la cabaña: era la morada de Tío Luis.-
Casi todos los libros, si bien los había en inmensa cantidad, convergían en un tema recurrente y que obsesionaba  a Tío Luis: el mandato de superación de la especie humana. Biólogos, historiadores, sociólogos, místicos, filósofos, todos los autores aludían desde aquellos libros, aún tangencialmente,  la gran cuestión del Hombre como Señor de todo lo creado.-
La noche ya había caído sobre la selva de Quaram.
Cerré la puerta principal –una extraña sensación de inquietud me movió a asegurarla desde adentro, con la misma cadena  que antes había quitado- . Hasta maldije haber hecho añicos el candado, pero de inmediato me reprendí y desistí. Estaba actuando de manera irracional, como un animal que desconociendo el lugar se torna receloso y alerta. No había nada que temer. Era un Hombre, el primero en la escala natural, en su búnker, con sus armas, rodeado por la selva y sus elementales bestias, listas para ser dominadas.-
Esa noche volví a comer conservas y galletas secas, pero hallé un tesoro que Tío Luis reservaba sólo para él,  mas su destino a mí me lo había guardado.- Dos deliciosas y amigables cajas de whisky me sonreían, escondidas tras un par de volúmenes de Historia europea.-. 
Leí hasta avanzadas horas unos relatos apasionantes sobre la época colonial inglesa en los territorios de la India, transcurridos bastante antes de que –según la furiosa opinión de Tío Luis- “el hartazgo y la falta de interés imperial dieran lugar a la absurda leyenda del triunfo de la no violencia, con la que los pacifistas occidentales han masturbado sus mentes en adelante, maquillando su verdadera condición de cobardes y faltos de carácter para estar de pie sobre la tierra”.-
El sueño y el cansancio lograron que la última decisión de mi jornada fuera  rendirme allí mismo, sobre el sillón de mantas y pieles, dejando caer a un lado el pesado libro y desechando cualquier atisbo de impulso por  dirigirme al dormitorio.-
El fuego dentro de mi cabeza brotando, ardiendo en mis mejillas en carne viva, las pieles  formando mi piel, los pelos largos y rojos, gruesos, animales, los rostros  absurdamente deformes, los insectos, el suelo  quebrándose a mis pies, los huesos podridos, las garras otra vez, los gritos, los ojos del horror, el calor , mi garganta, la sangre que se huele, los cráneos ovoides,  la selva, los aullidos espantosos, mis garras, mi piel.
Un silencio infinito y anormal ocupaba la habitación y se extendía hacia toda la selva cuando desperté tenso, aferrado a los brazos del sillón y conteniendo la respiración para oír al menos algo que rompiera esa calma inmensa y ensordecedora. Otra vez mis ropas estaban empapadas por la transpiración.
De repente los oí. Mi corazón dio un salto y mis sentidos se multiplicaron, plenos, adaptados, sedientos de emoción.
Me desplacé sigilosamente hacia la sala principal de la cabaña, apagué las lámparas y me aposté justo al lado de una de las grandes ventanas a esperar.- Observaba hacia fuera por la hendija que separaba los dos tablones que formaban el positgón de la ventana.-
La claridad de la incipiente mañana hacía cada vez más evidentes los detalles del paisaje  que envolvía la cabaña. Por el contrario, hacia el oscuro interior resultaba prácticamente imposible ver desde afuera. Así las cosas podía observar el solar con comodidad, cuidándome solo de hacer movimientos bruscos u ostentosos que provoquen ruidos delatando mi presencia.-
Otra vez cerdo asado –pensé- , mientras controlaba en silencio la carga de mi pistola. No tardarían en aparecer desde los matorrales. Estaba seguro de haberlos oído merodeando segundos antes de despertarme.-
Un movimiento  de ramas casi en línea recta hacia mi ventana los puso en descubierto. Eran dos quaramitas. Caminaban vacilantes, deteniéndose a cada momento para otear hacia  todas partes y mirarse entre ellos, como cerciorándose de que conservaban la compañía.- 
Se trataba de individuos jóvenes –aunque jamás hubiera podido yo determinar con exactitud su edad, ya que los estragos  que la temprana ingesta de alcohol barato  y la  misérrima dieta de insectos, semillas y refritos que acostumbraban llevar, los hacía entrar muy pronto  en una suerte de precoz uniformidad.-
Sin dudas, no conocían el lugar y habrían llegado allí por casualidad. Miraban asombrados  la construcción, inclinando hacia un lado y el otro sus cabezas, como si el precario cambio de posición les permitiera entender algo más sobre lo que veían.- Intercambiaron un par de frases que no alcancé a  oír.- El Quaramita  de sudadera amarilla parecía el más entusiasta. El otro –que llevaba puesta una vieja y harapienta camisa estampada, de mangas cortas- continuaba indeciso y parecía más proclive a volverse hacia la selva desde donde habían aparecido que a avanzar  junto al otro hacia la cabaña.-
Yo los observaba disfrutando con una intensidad animal el saberme ignorado por esos infelices, acechándolos, capaz de irrumpir súbitamente en su escena causando el pánico  y con el poder también de permanecer oculto, controlándolos,  a mi merced., dueño de sus destinos como  para disponer su continuidad o tal vez  su muerte.
Finalmente prevaleció la curiosidad de “sudadera amarilla” y los dos Quaramitas comenzaron a rodear lentamente la construcción para dirigirse a hacia la gran puerta.
Cerré los ojos un instante, embriagado de un intenso placer por algo que presentía inminente pero que aún  no podía reconocer con claridad.
Cuando volví a abrirlos, los  Quaramitas ya no estaban en mi campo visual.
De inmediato sentí los ruidos en la puerta de la cabaña.-
En ese instante recordé que no estaba asegurada. Podía sentir sus respiraciones agitadas y sus murmullos en ese dialecto elemental y bárbaro con que se comunicaban entre sí.- La puerta comenzó a abrirse y las dos débiles siluetas de hombros estrechos y caídos, aparecieron ridículas a contraluz.- Titubearon unos instantes para penetrar en la cabaña, lo que aproveché para deslizarme en la semioscuridad hacia un lado de la puerta con la naturalidad de quién hubiera habitado por años el lugar.- Mi silencioso desplazamiento me asombró, pero era yo, movido por aquel placer de lo inminente, quién acechaba. Mis sentidos se habían tornado extremos, animales.- Su repugnante olor a transpiración acumulada y hasta el latir de sus pulsos me llegaban nítidos.- Estaban nerviosos y yo exultante.-
Los dejé entrar con regocijo anticipado y cuando llegaron a la gran mesa, cerré la puerta tras de mí.-
Los pobres diablos, se chocaban entre ellos y se tomaban de los brazos, temblorosos y a punto de orinarse encima.- Caminé lentamente hacia una ventana, sin quitarles la vista de encima. Estaban inmóviles y balbuceaban aterrorizados. No atinaban a huir, ni a atacarme. Solamente se tomaban de los brazos como reteniéndose mutuamente presas del pánico. Solté el revólver y tomé el tirante de hierro. Caminé hacia ellos. Presas, mis presas.- Y aquel placer de lo inminente se hizo realidad.-
Recuperé el aliento, satisfecho y empapado en mi propio sudor y su sangre aún tibia.-
Resbalé sobre el líquido de sus cuerpos molidos cuando fui hacia la puerta para dejar entrar la plena luz.-
Yacían despatarrados y entremezclados de manera absurda, emanado un oxidado olor a sangre y mierda.-
Me senté a mirarlos con la mente en blanco y me dormí, esta vez profundamente y sin garras, pieles ni gritos de espanto.-
Cuando desperté,  las moscas me cosquilleaban sobre el rostro y las manos. Me incorporé para mirarlos y una nube de ellas se levantó en un zumbido desde sus cuerpos macerados.-
Malditas moscas, habían invadido por cientos mi cabaña y se hacían su festín con mis presas.-
Me tomó hasta entrada la tarde para sacar los cuerpos fuera de la cabaña, taparlos con pasto, limpiar de sangre  el piso y las paredes y darme un baño reparador.-
Espantar los insectos no fue trabajo. Solos, al poco tiempo,  se congregaron sobre la pila de yuyos armada sobre los despojos. Nada les atraía ya dentro de la cabaña.-
La puesta del sol me encontró pensando en que debía deshacerme  de esos cuerpos antes que su hedor se tornara insoportable. Pero otra vez, un mandato inexplicablemente poderoso y emocionante, me ordenó  no enterrarlos o hacerlos desaparecer.-
Estaba confundido y ciertamente perturbado por mi aparente indecisión sobre el destino a dar a esos desgraciados.-
En el cuarto de lectura me senté a pensar que hacer. Bajé la vista y ví la piel de largo pelo rojo sobre la que estaba sentado, enseguida observé las garras, junto a la ventana y comprendí.-
Esa noche la pasé preparándolos. Utilicé las garras de oso y no renuncié a masticar tendones para lograr el aspecto deseado.- Cuando intuí que faltaban pocas horas para la aparición del sol, decidí que estaban listos.-
Marché sin mapas, guiado por un inexplicable, embriagador y natural instinto hacia la aldea.-  En sus proximidades, apenas visibles desde los senderos que se internaban hacia mi bosque, colgué en las ramas de dos árboles viejos los cuerpos mutilados, encargándome de frotar algunas tripas en los troncos para untarlos de humores y sangre.-
Me aseguré de que a pesar de estar semiocultos, los cuerpos resultarían divisables para  los Quaramitas.-
Concluida mi tarea regresé a la cabaña, desandando el camino como si lo hubiera hecho antes miles de veces.- Noté, no sin asombro y satisfacción, que tanto mi llegada hasta la aldea, como mi nueva marcha hacia la cabaña, atravesaban atajos que sólo a mi me resultaban conocidos.- Afirmo que ya no era yo el mismo que unos días antes había penetrado, casi a tientas en la espesura del bosque.-
Al día siguiente volví a la aldea decidido a comprar algunas gallinas y varias vacas sanas a los nativos para comenzar a repoblar los corrales.-
Apenas llegué,  lo percibí en sus rostros.- El espanto los había vuelto a poseer.- Recordé de inmediato las caras de “ojotas verdes” y sus compañeros cuando les había mencionado al monstruo.-
Permanecí en la aldea varias horas, más de las necesarias para contratar a cuatro  Quaramitas que arrearían las vacas y cargarían tres jaulones con gallinas en un desvencijado carromato de ruedas desparejas hasta mi cabaña.-
Pensé en el porqué de mi innecesaria demora en aquella mugrienta aldea y me descubrí excitado y disfrutando: estaba eligiendo entre esos aterrorizados seres, a mis próximas víctimas.-
Ya han pasado siete años desde mi arribo a Quaram.-
No sé cual será el destino de estas notas, pero he encontrado el mío y puedo presentir  que  mi final está cerca.-
Mi propio Leviatán, la furia irracional de Tío Luis,  me atrapa, mueve y determina.-
¿Llevamos acaso inexorablemente dentro nuestro, a la bestia sin ley?
¿Qué nos detiene sabiéndonos poderosos?
¿Qué último principio de vergüenza me ha decidido a terminar mis días?
Los Quaramitas me sobrevivirán. Confío en que alguien encuentre pronto estos cuadernos, pero sé a la vez que la historia tiene sus propios tiempos y es paciente y cruel en su plan.-
¿Un solo y último gesto será capaz de reivindicar a un hombre?.- Imaginar extenso el tiempo que ya no veré, me desespera, sabiendo que mientras tanto mi infernal fantasma, el animal de Quaram, seguirá vivo sembrando su  terror, hasta que la verdad  libere a los inocentes.- 









EL MARSIANO DE VENUS.
Sólo hay una cosa igual de deprimente que los circos pobres: los corsos barriales.
No pretendo con ésta afirmación atacar la noble intención de los artistas que, enfundados en sus gastados atuendos plagados de lentejuelas, intentan función tras función lograr la maravilla, ni mucho menos denostar a quienes por una o dos noches mágicas, abandonan su triste rutina y se transforman en héroes o villanos, en estrellas o en seres ridículos, todos ellos roles, en definitiva mucho más interesantes que el que la cotidianeidad les ha asignado para el resto del año.-
Ocurre que con la pérdida de la inocencia que lenta y casi imperceptiblemente trae el tiempo, sobreviene también una odiosa y paulatina ceguera que nos impide percibir el paisaje de las emociones.-
Parece ser que con el paso de los años apenas por algunos ínfimos y cada vez más escasos momentos podemos elevarnos por encima del espantoso y gris tapial que construyen los días para asomarnos y divisar (¿adivinar?) lo que hace mucho tiempo encontrábamos a la vuelta de cada esquina.- 
De chico, los corsos barriales me resultaban tan monumentales que inclusive llegué a perderme en uno de ellos.-
Me maravilló un personaje que se autodenominaba "El marsiano de Venus". Su atuendo consistía en una polera de lana negra y raída sobre la cual, en la espalda y prendido con alfileres de gancho, lucía un cartel rectangular de trapo blanco amarillento con esa inscripción.
Completaban su traje intergaláctico unos pantalones -también negros que seguramente pertenecieron en su época de gloria al ambo de un buen señor, cuya decisión más acertada sin dudas fue regalárselo a mi extraterrestre- , guantes de cuero negro y un gran tacho pintado con aerosol plateado por escafandra.-
Me llamó la atención el único ojo -perforado en el centro del tacho- que, ahora pienso, tal vez era la causa de su andar bamboleante y errático por el improvisado circuito del corso montado alrededor de la plaza.- Pero en aquel tiempo, lejos estaba yo de inquietarme por la dificultosa visión del personaje. Más bien me incliné por pensar que en Venus, seguramente los "marsianos" tenían un  sólo globo ocular.-
Así pues, lo seguí.
A una prudente distancia y olvidado de mis padres caminé toda la noche detrás del cautivante alienígena.-
Lo vi marchar, casi derrumbándose a cada instante, esquivando mascarones a contramano, avanzando de a ratos erguido, de a ratos en cuatro patas, profiriendo  gruñidos casi guturales, ahogados por el tacho escafandra de plata.
Lo ví zigzagueando de cordón en cordón, moviendo aparatosamente los brazos.-
Lo ví palmeado en la espalda con más fuerza de la que marca el afecto, por muchachones que empuñaban botellas de cerveza y se daban vuelta, tras su paso, lanzando carcajadas y gritándole cosas que ya no recuerdo bien.-
Lo vi pateado en sus piernas, sin responder los ataques, por los niños bien vestidos que iban a mi escuela y que ocupaban los primeros bancos en la misa dominical.-
Lo vi trastabillando ante las zancadillas de los padres de familia que sonreían orgullosos y valientes mirando de reojo a sus señoras  e hijos que festejaban la ocurrencia de esos machos alfa.-
Lo ví caer, después de no se cuentas vueltas a la manzana, y quedar, como un ovillo arrodillado quizás rezándole a algún Dios estelar que aquí no conocemos.-
Ví su espalda sacudirse espasmódicamente y tuve un impulso por apoyar mi mano en su hombro.-
Pudo más mi miedo infantil y la marea de gente me llevó cada vez más lejos, hasta perderlo de vista.-
Mi padre me encontró llorando en el umbral de una mercería justo cuando quemaban al Rey Momo, totalmente perdido y desconsolado.-
Atribuyó  mis lágrimas al desencuentro y al peligro que aparejan el sentirse solo y absolutamente desamparado.-
Ahora lo entiendo.-

















LAS CUENTAS DE ETCHENIQUE
Etchenique se afeitó las patillas que había cultivado casi con primor los últimos quince años.-
Cuando terminó, ya no era Etchenique el que estaba en el espejo.-
Se lavó una y otra vez la cara con agua helada, aspiró el aroma limpio de la toalla blanca y soportó, no sin un extraño placer, el ardor del agua de colonia en sus mejillas.-
Se puso su mejor traje y bajó las escaleras hacia la calle.-
Llenó sus pulmones con el impiadoso aire de Junio y se sintió bien.-
Iba al encuentro de un desprevenido Esteche, a ajustar mutuas cuentas.-
Tanteó innumerables veces el fierro debajo de su sobretodo para saberlo consigo y abordó el taxi.-
Se dio el lujo de distraerse por un rato durante su trayecto hacia Bouchard 541, mirando por la ventanilla a dos perros que despedazaban bolsas de basura.-
La traición que albergaba su nuevo aspecto no le generaba culpa.-
Estaba determinado a poner fin a sus noches sin sueño.-
Decidió bajarse antes, en la esquina, para estirar un poco las piernas y, de paso perder su rastro.-
Se calzó los guantes, caminó lentamente los veinte metros y se zambulló en el oscuro zaguán.-
Abrió la puerta al final del pasillo -Esteche siempre la dejaba abierta, como en una insolente  provocación- y lo encontró desparramado en el sillón del living con un agujero en la cabeza.-
Siempre llego tarde -pensó Etchenique- y mientras veía su redonda y blanca cara reflejada en el espejo del recibidor, se lamentó sacando cuentas. Sus patillas tardarían en volver a ser lo que antes, otros quince años.-























¿A QUE NO SABES LO QUE ME PASÓ?
¿A que no sabes lo que me pasó?
Me metí en el Bar para hacer tiempo y apenas me había instalado en un rincón, se me acercó un hombre viejo y desdentado, que me pide permiso para sentarse a mi mesa y me saluda calurosamente, como si me conociera desde hace años.-
-¿Cómo andás? –me preguntó- ¿Qué es de tu vida?
- Y acá andamos, bien –respondí de compromiso-
- Yo en cambio, estoy tratando de salir de una gran decepción –arrancó el viejo en forma enigmática-
-¿Por? –fue mi pregunta obligada.
- Me enamoré perdidamente de una chica, varios años menor que  yo. Al principio todo iba maravillosamente bien. Salíamos a caminar por la costanera. Leíamos juntos a Whitman, nos dábamos la libertad suficiente para tener nuestros propios tiempos. Por supuesto que había sexo, no todo era platónico, como tal vez te estés imaginando. Ustedes, los tipos más jóvenes que uno, tienen una perspectiva equivocada del asunto.. Yo te digo porque sé.
Como te decía, todo marchaba de maravillas, hasta que pasó algo terrible.
-¿Qué pasó? –pregunté solícito-.
-Mi novia ingresó en una secta –contestó amargamente el anciano-.
-¿Y..?
-Comenzó a adoptar conductas cada vez más extrañas, esquivaba las baldosas negras, hacía una especie de señal de la cruz cuando se cruzaba con hombres pelados, por las noches se levantaba a aporrear salvajemente una arbolito de limón que teníamos en el patio (digo teníamos porque el pobre, de tanto maltrato se terminó secando), entablaba largas conversaciones con una lámpara de pie, en el living, incluso –para mi mayor amargura y  preocupación- un par de veces la encontré “sacándome el cuero” con ese artefacto.
Finalmente decidí abandonarla, rompimos nuestra relación. Esto me ha causado, debo admitirlo, una severa depresión, de la que trato de recuperarme. Pero vos, che… ¿cómo andás? –volvió a preguntarme-.
-Y… acá andamos, bien –volví a contestar cuando, de inmediato, me interrumpió-.
-Yo en cambio estoy tratando de salir de una gran decepción –dijo otra vez enigmáticamente-.
-¿Por..? –volví a preguntar-.
-Me enamoré perdidamente de una chica, varios años menor que yo. Al principio todo iba maravillosamente bien. Salíamos a caminar por la costanera. Leíamos juntos a Whitman, nos dábamos la libertad suficiente para tener nuestros propios tiempos. Por supuesto que había sexo, no todo era platónico, como tal vez te estés imaginando. Ustedes, los tipos más jóvenes que uno, tienen una perspectiva equivocada del asunto. Yo te digo porque sé.
Como te decía, todo marchaba de maravillas, hasta que pasó algo terrible.
-¿Qué pasó? –pregunté solícito-.
-Mi novia ingresó en una secta.
-¿Y…?
-Comenzó a adoptar conductas cada vez más extrañas, esquivaba las baldosas negras, hacía una especie de señal de la cruz cuando se cruzaba con hombres pelados, por las noches se levantaba a aporrear salvajemente una arbolito de limón que teníamos en el patio (digo teníamos porque el pobre, de tanto maltrato se terminó secando), entablaba largas conversaciones con una lámpara de pie, en el living, incluso –para mi mayor amargura y  preocupación- un par de veces la encontré “sacándome el cuero” con ese artefacto. Finalmente decidí abandonarla, rompimos nuestra relación. Esto me ha causado, debo admitirlo, una severa depresión, de la que trato de recuperarme.
-Pero, vos che, ¿cómo andás? –me preguntó de nuevo-
-Bien –alcancé a contestar, cuando el viejo me interrumpió mirándome fijamente y dijo:
-Yo, en cambio estoy tratando de salir de una gran decepción.
-¿Por…? –me ví obligado a preguntar-.
-Me enamoré perdidamente de una chica, varios años menor que yo. Al principio todo iba maravillosamente bien. Salíamos a caminar por la costanera. Leíamos juntos a Whitman, nos dábamos la libertad suficiente para tener nuestros propios tiempos. Por supuesto que había sexo, no todo era platónico, como tal vez te estés imaginando. Ustedes, los tipos más jóvenes que uno, tienen una perspectiva equivocada del asunto. Yo te digo porque sé.
Como te decía, todo marchaba de maravillas, hasta que pasó algo terrible.
-¿Qué? .
-Mi novia ingresó en una secta.
-¿Y?
-Comenzó a adoptar conductas cada vez más extrañas, esquivaba las baldosas negras, hacía una especie de señal de la cruz cuando se cruzaba con hombres pelados, por las noches se levantaba a aporrear salvajemente una arbolito de limón que teníamos en el patio (digo teníamos porque el pobre, de tanto maltrato se terminó secando), entablaba largas conversaciones con una lámpara de pie, en el living, incluso –para mi mayor amargura y  preocupación- un par de veces la encontré “sacándome el cuero” con ese artefacto. Finalmente decidí abandonarla, rompimos nuestra relación. Esto me ha causado, debo admitirlo, una severa depresión, de la que trato de recuperarme.
-Pero, vos che, ¿cómo andás? –volvió a la carga-
No se cuantas horas estuve escuchando ese relato de amor fallido y, por una cuestión de respeto, no podía salir del círculo, contestándole por ejemplo “ya sé, se enamoró de una mina que se metió en una secta, tenía obsesión con los pelados, le pegaba de noche a un limonero y lo criticaba en complicidad con la lámpara del living”. Pero me resistía a ser descortés y volvía una y otra vez a interrogarlo casi por inercia sobre la causa de su depresión. Ese viejo me estaba volviendo loco, creí que nunca saldría de ese maldito relato, hasta que, gracias a la providencia, llegaste vos y aproveché para disculparme y despedirme lo más rápido que pude. No sabés cuanto te lo agradezco. Mirá vos que bendita casualidad, encontrarte después de tanto tiempo. A propósito, vos ¿cómo andás?.
-Bien, al pelo.
-Que suerte que tenés, porque a mí: ¿a que no sabés lo que me pasó?
-¿Qué?
-Me metí en el Bar para hacer tiempo y apenas me había instalado en un rincón, se me acercó un hombre viejo y desdentado…










VIENTO NORTE
Despierta las serpientes y enloquece.-
Las vecinas viejas y las no tan viejas afilan sus lenguas detrás de las persianas entrecerradas y cuando uno menos lo espera, salen a la vereda a trenzarse en duelo de ofensas y griterío.-
Los perros se azotan contra las rejas, mostrando sus colmillos y babeando.-
La arenilla lastima los ojos y los pordioseros insultan a quién se les cruce.-
Surgen sorpresivos remolinos y uno debe masticar sucios y crujientes granos de tierra todo el día.-
El pelo se hace ingobernable y los automovilistas se empecinan en levantar polvareda y dar estridentes bocinazos.-
La ropa pesa y pica.-
Los árboles chillan,  desafinando.-
Casi no hay pájaros, y los pocos que hay, atacan a los ojos de los transeúntes.-
Aparecen insectos inverosímiles que dejan ronchas ardientes e infectas.-
Los pies se hinchan y las costuras de los zapatos mortifican al caminante.-
Las cuadras se alargan,  infinitas.-
El sol causa fiebre.-
Un persistente olor a enfermedad flota espeso, dulzón y vomitivo en el ambiente.-
El pasto se subleva en forma de secos espartillos.-
Las piedras que hacen desparejos los caminos se multiplican  y disfrutan en su muda felicidad obstacular.-
Un silbido persistente perfora los oídos.-
Los ceños se fruncen.- No se puede mirar al cielo.-
Hay maldiciones en las esquinas, en los zaguanes húmedos y en cada rincón de la ciudad.-
Conviene no salir con viento Norte, esperar los rayos y la lluvia que todo lo lava y convoca los espíritus pacíficos.-






















ANTICUARIO
Franco me había referido su existencia. Y en septiembre caminaba por San Telmo en busca de anticuarios.
Me detuve ante un cartel pintado en madera, que me condujo al interior de lo que otrora fuera un conventillo de inmigrantes.-
Al final del pasillo estaba el lugar.-
Un salón con pisos de madera sin lustrar y pesadas cortinas  polvorientas.-
Un picaporte frío y un chirrido precedieron mi presencia.-
Para mi sorpresa y desilusión, casi no había objetos allí.-
Apenas unos estantes vacíos, un escritorio desvencijado cubierto de papeles amarillentos,  botellones de vidrio grueso y alfombras gastadas, configuraban el ocre panorama ofrecido al visitante.-
A punto de retirarme estaba cuando  una voz cascada me detuvo.-
Giré sobre mis pasos y lo vi.-
Un anciano, de edad inconcebible,  de mirada torva y pelo desgreñado preguntó:
-¿Buscaba algo el señor?
Dudé un instante y respondí:
- Nada en particular, solamente algunas cosas interesantes o antiguas, pero veo que...
- ¿Que es interesante y que es antiguo para Usted?, me interrumpió.
- No sé, la verdad es que pensaba en...
- Objetos. Objetos sin vida tal vez.? Pues aquí no los va a encontrar.-dijo.-
- En ese caso...
-En ese caso, solo hallará sucesos.- Sucesos intrascendentes o no tanto. Sucesos difundidos o callados,  ajenos o incluso propios, que también claman por escapar de la prisión del olvido.-
-Creo que no entiendo bien...
- Yo creo que sí -insistió-. El señor vino en busca del pasado, y si realmente lo desea, no tiene Usted más que servirse.-
-¿Servirme que?
-Tome Usted asiento, por favor.- Y me indicó con un cortés y casi imperceptible ademán,  un  raro sillón de roble, con brazos tallados.-
Accedí sin objeciones. A mis espaldas, sólo estaba el ventanal que daba al pasillo de entrada, por el cual se colaba la poca, y única, claridad de la tarde que tenuemente iluminaba el ambiente.-
No había, aparentemente a que temer.-
El viejo sirvió de un botellón, una copa de licor rojizo y espeso.-
-Pruebe Usted, la primera es cortesía de la casa.-
 Me sentí casi obligado a no despreciar el convite. Apenas bebí un sorbo y de inmediato cerré los ojos.-
Ante mí desfilaban las tropas invasoras, con paso marcial, frente a la mirada impotente de los hombres y mujeres dignos de la Francia vencida. Algunas mujeres prostituidas por la necesidad, se abalanzaban sobre los soldados arios en un cuadro patético y miserable.-
Sentía la presión del gentío que se agolpaba para ver la marcha triunfal del demonio sobre París. A lo lejos, el Arco de Triunfo aparecía mustio y gris, como dibujando una mueca de dolor y de vergüenza.-
Sacudí mi cabeza para apartar de mi esas imágenes aterradoramente vívidas y espeluznantes.- Y como por obra de un hechizo retomé la conciencia de encontrarme en el sillón del anticuario, con mi copa de rojo licor en la mano.-
Tomé otro trago a pesar del espanto y me encontré niño, vestido de pocero en el centro del escenario montado en la escuela 29. Con el pico de madera amorosamente construido por mi padre  en las siestas previas a ese 25 de mayo. Representaba yo a los humildes trabajadores  de la época colonial. Y me abordó aquel intenso nerviosismo de mi primera vez observado por una multitud de espectadores, chistando, como mis propios padres orgullosos, para infundirnos valor,  a sus trémulos hijitos, que torpe y tiernamente recitábamos como cotorras el libreto armado por mi maestra  para el acto de la fiesta patria.- Los aromas, los sonidos, la emoción, eran  casi insoportablemente intensos. Tan intensos como perdidos  durante los años que alejaron aquella niñez de mi insensible e indeseada condición de adulto.-
Por una inercia inexplicable volví a sacudir mi cabeza y mi cuerpo entero, como en una convulsión que me volvió  a la razón.-
Estuve tentado por un indefinible instante  a beber de nuevo, pero me detuve.-
El anciano me miraba con ojos cómplices. En su rostro pálido, surcado por cien mil arrugas se dibujaba una sonrisa inquietante.-
-¿Puedo elegir? -pregunté-
- Si en verdad lo desea... -sugirió- , y de inmediato caminó hacia los estantes de licor.-
- Se trata de mí..., tal vez hay algo que...
- No se esfuerce en explicarme. Yo lo entiendo. Casi todos  terminan  intentando averiguar el porqué.-
Esta vez sirvió otra copa con  un vino color azul noche.-
La tomé  entre mis dos manos, como si se tratara de un cáliz sagrado o demoníaco, cuya real naturaleza conocería solamente tras beber del mismo.- Perdí la vista en la espantosa  e irresistiblemente tentadora noche contenida en la copa.- Vi reflejados mis ojos, cada vez más cerca, aspiré un segundo antes el agradable perfume y bebí.-
Dicen que la verdad es liberadora. Yo bendigo al olvido que nos preserva. Y nos hace sobrellevar los días alejándonos de la certeza.-
No somos más que intentos vanos por ocultar la caída de nuestras almas.-






































DOS LADRONES.
Se habían criado juntos, casi como hermanos, aunque, en realidad eran hijos de madres distintas y padres desconocidos.
A pesar de ello, todo el mundo los tenía por hermanos y, pese a no serlo, habían adquirido ese particular parentesco que dan las vivencias comunes que reproducen gestos, lenguajes, actitudes, miradas y hasta rasgos físicos.-.
Iniciados en pequeños trabajitos, fueron ascendiendo, pasando por la función de "campanas" -favorecidos por su inofensiva (y real) apariencia de niños desvalidos y mugrientos, hasta liderar juntos y sin discusiones su propia pandilla, luego derivada (por obra de los diarios y las leyendas ) en banda.-
Los dos cumplirían sus larguísimos veintipico de años ese mes de enero.-
A pesar de lo que se decía de ellos, de su  terrible fama alimentada por la imaginación de los vecinos de la Villa, nunca habían lastimado a nadie.-
Ese dos de enero, cebados por la inmensa y temprana experiencia que arrastraban y por lo simple del objetivo que llevaban, salieron sin plan alguno a asaltar el Súper del barrio vecino.-
Cumplía años la Griselda y sólo se trataba de armarse de unos cajones de sidra, para festejar como es debido la fiesta de la princesa del caserío.-
Esperaron a que den las ocho, para que se retire el personal y el Turco viejo cumpla con el ritual de bajar las persianas metálicas del negocio.-
La parte de atrás del Súper, donde estaba el depósito, daba a un baldío  y nada más debían saltar el tapial mohoso para descender por los viejos cajones apilados en el patio, atravesado el cual, apenas una añosa puerta los separaría del botín.-
El Chino saltó primero y esperó del lado de adentro, casi como desganado por el trámite, la aparición de la oscura silueta de Hugo sobre el tapial.-
Bajaron por los cajones y con la fiel barreta que llevaban siempre, emprendieron la fácil tarea de vencer la puerta del depósito.-
En eso estaban cuando, de repente, oyeron a sus espaldas un siseo que los dejó helados.-
Se dieron vuelta como rayos, tratando de adivinar en la imposible oscuridad, pero nada vieron.-
Se miraron de reojo, como para comprobar que el súbito terror era compartido.-
Esa noche no hubo festejos en la casilla de la Griselda.-
Las crónicas baratas de la semana dieron cuenta de dos hermanos que murieron desangrados, justo en la deshonrosa actividad de robar un comercio.-
La noticia, pronto fue olvidada, ocupando su lugar la renuncia del Intendente, acusado de propiciar el envenenamiento de perros callejeros.-
Los hermanos fueron velados en la Sala municipal y se cuenta -se cuentan tantas cosas- que no les pudieron cerrar los ojos, ni quitar, a pesar de varios baños de colonia, el desagradable olor a almizcle que apuró el cierre de los cajones de cuarta, comprados gracias a una "vaca" que armaron los amigos.-









 LA REVOLUCIÓN, SEGÚN CRISTOCAN.
Recuerdo bien aquel día-
Me desperté sobresaltado, como presintiendo el advenimiento de acontecimientos extraordinarios.-
Cuando me levanté, ya no había nadie en casa. Luego me enteraría que, en el apuro, se habían olvidado de mí.
Muchas veces me reproché en soledad que en una de esas mi carácter taciturno y mi excesivo empeño en el sentido de no perturbar la tranquilidad del hogar, habrían finalmente determinado mi olvido y abandono.-
Lo cierto es que, luego de recorrer un rato, una y otra vez las habitaciones casi como un autómata, llegué al convencimiento irrefutable: estaba simple y absolutamente solo.-
Los dormitorios aparecían desordenados, con prendas desparramadas por el piso y roperos abiertos.-
En la cocina habían quedado los platos sucios de la nerviosa y discutida cena de la noche anterior, y unas diminutas mosquitas señoreaban por toda la habitación, yendo de plato en plato, eufóricas -si la euforia puede caberle a una mosca- ante el inconmensurable festín.-
La puerta de calle también estaba abierta y había un molesto viento cálido que traía tierra, hojas y volantes con indescifrables signos.-
Cuando salí a la vereda, la imagen no era menos desoladora.- Parecía que todos los habitantes de la ciudad hubieran decidido súbitamente abandonarla. El inmenso silencio era agigantado por el insoportable silbido del viento.-
Volví sobre mis pasos, caviloso, y atravesé toda la casa, hacia el patio para tomar agua.- Se me había metido tierra en los ojos y un tenue pero persistente dolor de cabeza se me insinuaba.-
Encontré mi lata dada vuelta, seca y sucia.-
Fue entonces que decidí lo peor.-
Crucé por un secreto agujero del alambrado hacia el patio vecino y asalté por sorpresa el gallinero, donde sí había latas con agua.- La defensa del gallo del lugar resultó más ruidosa que eficaz, y no tardé en sacármelo de encima. Quedo hecho un amorfo bollo de plumas y barro en un rincón de lo que fuera su dominio.- El muy compadrón se lo merecía, yo solamente quería tomar agua.- Sacié mi sed y, recuperado mi olfato, percibí el olor a sangre del gallo muerto y el aroma de los huevos frescos.- Apareció el hambre.-
No sé cuantas gallinas fueron, tampoco tengo idea de los huevos -creo que no dejé ninguno-.- Agotado y satisfecho volví a casa y, presa de la modorra, me tiré en un lugar fresco a la espera de novedades.-
A la tardecita me despertaron los ruidos de pesadas botas que recorrían la casa por todos lados. Me desperecé lentamente y, recordando por un instante que mi lata estaba vacía y sucia, decidí entrar a ver el porqué de tanto movimiento febril en el interior de la vivienda.
Me encontré con unos tipos raros, vestidos en tonos verdes y armados hasta los dientes que revolvían todo lo que encontraban, mirando papeles y tirándolos descuidadamente por el piso. Algunas cosas que parecían interesarles, las guardaban en bolsas llenas de correas y hebillas que cargaban sobre sus espaldas.-
No me prestaron atención e intuí que lo mejor sería no ladrar y limitarme a recorrer con sigilo los rincones observando la actividad de los visitantes.-
Me convencí íntimamente de que mi actitud era la adecuada, ya que si esos hombres no hubieran sido invitados, los dueños de casa hubieran dejado las puertas cerradas.- Eso me tranquilizó, no había razones para ladrarles ni entrar en disputas innecesarias con los desconocidos.-
Cuando estaba por ingresar al dormitorio, me topé con uno de los tipos. Era un colorado de ceño fruncido con el poco pelo que le quedaba casi rapado a trasquilones. Frente a frente, dudamos los dos por un mínimo instante y, de repente me pegó una tremenda patada por las costillas que me mandó a parar otra vez al living. Me salió un incontenible aullido de dolor, que evidentemente disgustó a otro  sujeto que había permanecido absorto en la contemplación de unos papeles hallados en el aparador. El hombretón, con la cara enrojecida de furia y las mandíbulas apretadas me miró fijo y manoteó un florero con la evidente intención de arrojármelo. Alcancé a moverme justo a tiempo y el adorno se hizo trizas contra el piso de cerámicos, lo que aumentó la ira del fulano que sin más, descolgó de su hombro derecho un escopetón espantoso.-
Atravesé como una luz la habitación golpeándome a la pasada con una pata de la mesa del living y corrí en zig zag entre varias botas hasta que alcancé nuevamente el patio.-
Sin duda me habían descubierto y sabían de mi asalto al gallinero.-
Comprendí de inmediato que no habría piruetas ni movimientos de cola que convenciera a esos energúmenos de variar su juicio hacia mi, así que opté por correr al el fondo de la propiedad.-
Me filtré entre unas chapas mal apiladas, junto a una vieja heladera sin motor, herrumbrada y casi tapada enteramente por los yuyos, conocedor de que ese sitio no era frecuentado por los humanos y guardé cauteloso silencio, listo para partir raudamente en caso de que los monstruos decidieran venir por mí. Calculé inmediatamente que podría saltar, de ser necesario, el alambrado que me separaba del zapallar vecino y perderme en esa selva verde.-
No se cuanto tiempo esperé hasta estar seguro de que se habían marchado.-
Salí cautelosamente luego de asomarme un par de veces entre las chapas y volví a la casa para cerciorarme de lo que ya me indicaba mi olfato. Se habían ido.-
Cuando atravesé el living, ví al costado los añicos del florero que me habían destinado y recuperé la conciencia de mi terrible condición de perseguido por los sucesos del gallinero.-
Permanecer en el lugar me hubiera significado, más tarde o más temprano, una muerte segura.-
Por eso vago por los baldíos y las calles, donde se ven casi solamente grupos de visitantes vestidos en tonos verdes, de los que me encargo de permanecer oculto y a resguardo.-
Ay, Señor, Señor de mi casa: ¿Por qué me has abandonado?












MUSEO
Me han dicho que los museos fueron creados para convocar las musas.
Sin embargo, sospecho que solo albergan fantasmas.
Fantasmas torturados y recelosos que no atinan de una vez a dejar su continente físico.-
Fantasmas que observan con espanto la morbosa mirada de los visitantes sobre sus cuerpos secos y demacrados.-
Fantasmas indignados ante la brutal exhibición de sus relicarios, de sus medallas, de su antigua cotidianeidad, de sus deshonras. Fantasmas avergonzados, fantasmas furiosos.-
Hay un frío de muerte inconclusa en los museos.- No es el frío vivo de las calles en invierno, sino el de un ciclo, forzado torpemente por los hombres a no cerrarse, a contrariar el curso natural de las cosas.-
Un silencio ensordecedor se amontona contra los vidrios y se posa pesadamente sobre los gruesos cordeles de los cercos desteñidos que separan las piezas de la gente.-
Los curiosos se asoman, impertinentes, a escudriñar las cartas de amor de un espectro que se retuerce impotente intentando ocultarlas.
En vano se arroja sobre ellas para cubrirlas. En vano se interpone y les ruega que se vayan. En vano grita desesperadamente hasta caer sin fuerzas, invisible.- Ni siquiera el amor es respetado.-
No existe paz detrás de esa helada calma.- Solo sufrimiento e ira.-
Por eso el desasosiego.- Por eso mis horrendas percepciones.- Por eso la necesidad urgente de salir de allí.
Nunca vendrían a un lugar así las musas.-
Algo espantoso movió a erigir museos.-
Algo espantoso interrumpió el ciclo de la vida y la muerte para condenar a los desdichados espíritus a exhibir eternamente sus cuerpos disecados y sus recuerdos más íntimos a quien se le ocurra entrar allí.-
¿Que pecado justificó tal condena? En esa prisión sin tiempo se estremecen, violados día tras día los fantasmas.- Sin voz para implorar que los dejemos en paz. Sin sustancia para sacarnos a empujones.-
No han de acudir aquí las musas. Todos los museos guardan el horror.



















SEIS HISTORIAS APRESURADAS
I-
LA EXTRAÑA DESAPARICIÓN DE FIGUEROA
Cierta noche, un tal Figueroa salió a la calle a dejar la basura.-
En eso estaba cuando escuchó ruidos extraños a la vuelta de la esquina.-
Preso de la curiosidad, así como estaba, en chancletas, se dirigió al lugar desde donde provenían los irreconocibles sonidos.-
Allí mismo vio algo sorprendente y desapareció para siempre sin dejar pistas sobre su paradero.-
Hoy integra una pandilla de fantasmas que se dedican a hacer ruido a la vuelta de las esquinas y a atrapar incautos.-
II-
ORO...
Un buscador de oro, es considerado un loco por los demás habitantes del pueblo. Una mañana, como todos los días, lo ven salir con su zaranda y pertrechos rumbo al cerro. No regresa por un par de días y los vecinos del lugar, deciden enviar por él a una patrulla policial. Luego de varios días de infructuosa búsqueda, casi ya desahuciados, lo encuentran colgando de un tronco seco. Bajo sus pies, está la zaranda llena de pepitas y un cartel que dice: “Ahora nada tiene sentido”.-
III-
ALFIL
Un Alfil se jacta de permanecer invicto.
No es que su color no haya perdido partida alguna, sino que él ha permanecido de pie y dentro del tablero en todas las contiendas.
Un día su Rey le reprocha tal arrogancia diciéndole que sus triunfos personales, poco o nada han beneficiado todo este tiempo a los de su color, y lo condena al destierro.
Actualmente el Alfil es reemplazado en el bando negro por un botón de sobretodo viejo, al que su confundido dueño recurrió para llenar el vacío.
El orgulloso Alfil descansa, inútil, debajo de la antigua biblioteca, envidiando a los pobres peones.-
IV-
PANADERO
He repartido pan por más de treinta y cinco años y estoy cansado.
Mi fortuna no mejora y me aqueja un, cada vez más insoportable, dolor de espaldas.
Si las cosas siguen así, pasaré al olvido sin que nadie reconozca jamás mi esfuerzo permanente y mi puntualidad.
Envenenaré el pan, para que sepan lo importante que soy. En mis manos están sus vidas y sus muertes. Soy el más importante que el Intendente del pueblo. De la euforia, ya ni siento el dolor de espaldas.- Mi realización es plena.-
Postergaré sus muertes para más adelante, así puedo disfrutar este tiempo de salud y poder.-
V-
SECRETOS.
Hay un pueblo en el que todo el mundo se maneja con secretos.
La gente nace en secreto, de amores secretos.
Los nombres son secretos.
Un día un hombre descubre todo.
Es asesinado y enterrado en un lugar secreto.-
VI-
AMORTRISTE
Un hombre conoce la muerte, y el dolor inmenso e infinito que ella causa.-
Opta por ser malo con los que tanto ama.-
Opta por que lo odien.- De modo tal que, cuando muera … ellos no sufran.






















LA COSECHA
Ni aún recurriendo a la memoria de los más viejos habitantes, ni hurgando en los escasos libros que albergaba la biblioteca de la escuela rural, se encontraban respuestas a tan extraño fenómeno.-
Sorpresivamente, en lugar de la soja esperada para el mes de febrero, comenzó a brotar, al inicio en forma de irreconocibles manchones y luego de manera incontenible cubriendo todo el espacio sembrado y aún la tierra virgen, una espesa maraña de enredaderas verde amarillentas que día a día se fue transformando en una selva baja y casi impenetrable en cuyo interior nacían horribles frutos recubiertos de una delgada piel transparente,  que latían como portadores de una vida animal y provocaban a quienes se acercaban demasiado tiempo a ellos, altas fiebres y persistentes dolores de cabeza .-
Los delgados y caprichosos hilos que formaban la maraña, eran, a pesar de su aspecto endeble, sumamente resistentes al machete y, cuando finalmente lograban ser cortados despedían un líquido entre lechoso y sanguinoliento, del que los trabajadores se cuidaban muy bien -más por el instinto que por la razón- de no tocar.-
No tardaron en rodar versiones sobre una antigua maldición proferida por una curandera de malas artes que había muerto blasfemando con furia mientras se retorcía en su piojoso camastro de paja, víctima de un envenenamiento planeado por los lugareños, hartos de sufrir sus gualichos malintencionados.-
El asesinato de la vieja bruja había sido bien conservado en el más profundo de los secretos y tan siquiera aludir aquella historia era motivo de cólera y desprecio.-
Sin embargo, a medida que los espantosos frutos crecían y amenazaban con reventar de un momento a otro, el asunto de esa muerte volvió a la luz de manera inevitable, tal como crecía la pertinaz enredadera.-
Al principio de manera soslayada y bajo la forma de secretas reuniones entre los más osados y finalmente en una asamblea convocada en la capilla zonal -escogida invocando el amparo de un bondadoso Dios que los protegiera de la infernal brotación- los colonos descorrieron los velos de la culpa y la complicidad conque tantos años habían ocultado el suceso e impulsados por la desesperación desenterraron el recuerdo.-
El espanto, no otra cosa que el espanto, gobernó aquella reunión de infelices.-
La conclusión de los nerviosos e incoherentes discursos y tribulaciones, había arribado al ámbito parroquial, aún antes de iniciarse la reunión: la hechicera cobraba su venganza.-
No cabía ninguna duda.-
Los parroquianos se retiraron del lugar, con un sentimiento de desolación y horror aún mayor que el que los había acompañado hasta la capilla.-
Esta vez, el pánico no les había permitido urdir plan alguno. Apenas existió un confuso acuerdo -movilizado por el miedo animal que impulsa a procurar protección en el grupo- en reunirse a la mañana siguiente, en el mismo sitio.-
Aquella prevista reunión nunca llegó a realizarse.-
Por la noche, en medio de una pesada, azul y asfixiante bruma, la monstruosa enredadera cubrió al poblado y a sus desventurados habitantes, disolviéndolos en sus entrañas.-
El día no encontró más que un inmenso campo yermo. La bruja recogió su cosecha de almas temerosas.-


CRUZADO.
Hay un tipo sucio, medio jorobado y lleno de verrugas que pasa todas las tardecitas por la vereda de mi casa.
No se ni como se llama ni donde vive,  pero sospecho que su morada ha de ser una especie de guarida o cueva de bestias similares a él.
No ha tenido la fortuna de ser célebre como el de Nottre Damme. Además, he observado sus brazos y distan de ser capaces de hacer tañer inmensas y pesadas campanas. (Aunque pude, apenas, ver sus espantosas garras, que se encarga de ocultar entre sus andrajos.).
Sin embargo el monstruo sigue pasando todos los días como si nada, por mi puerta, corriendo yo el riesgo de que un día, repentinamente, decida ganarse en el interior de mi hogar para destruir o devorar incluso a mi familia.
No debo permitirlo.
Estoy determinado a seguirlo hasta su madriguera y, munido de una antorcha que estoy armando con una gruesa rama de pino, estopa, trapos viejos y brea, penetrar a suerte y verdad en su caverna –que adivino impregnada con olor a orines y carroña- y desatar un verdadero infierno para, en definitiva, devolverlo al que debe ser su lugar natural.
No ha de pasar demasiado tiempo sin que se cumpla mi plan. (La antorcha está casi lista).
Sé que en esa empresa me va la vida, pero si todo sale bien, habré cumplido con el mandato que me ha dado Dios.
Nunca imaginé que el destino me pondría en el trance de ser una suerte de moderno Teseo. Pero lo afrontaré con todo el coraje que sea capaz.
En definitiva las personas de bien debemos, si es necesario, inmolarnos para mantener una sociedad sana, libre de seres tan peligrosos para nuestra amada armonía.
Que así sea.-























LA SERIE DE BROKOWSKY
La serie de Brokowsky se llamaba a una trilogía de oleos:  Figura de La mesa, El golpe de los ángeles y Marcas en el final.-
Las tres obras parecían haber nacido para estar juntas.-
No se concebía su exhibición sino de a tres.-
El gris, en infinidad de profundidades, hasta rozar el negro predominaba de manera absoluta sobre los tres cuadros.-
Tuve la oportunidad de comprarlas, a un valor absurdo.
Los afortunados que habíamos llegado allí, sin saber como, caminábamos lenta y cuidadosamente  por el fresco salón de piso marmóreo, guardando un silencio de reverencia, fascinados ante el poder imponentemente bello de la obra.-
Por momentos de duración indefinible nos deteníamos absortos y maravillados ante cada pintura, y volvíamos, una y otra vez a recorrer la serie.-
El curador me las ofreció, justo a mí, puedo asegurarlo. Y estaba decidido a darlo todo por llevarme aquella trilogía a casa.-
Me despertó el sol de la mañana y el ruido insensible de lo cotidiano.-
No se si volveré a aquella sala donde se exhibían. No se si las veré otra vez.-
No se que ha sido de Brokowsky.- Ignoro porqué tuve, justamente yo,  esa oportunidad única e inigualable de observarlas.-
El Artista seguirá pintando en su universo paralelo.-
Quizás su obra es tan grandiosa que reclamaba ser vista por nosotros.-
Sólo una cosa puede servirme de consuelo.-
Lo que aquí llamamos esperanza, de unirnos en un todo absoluto, más allá de las vigilias, de los tiempos, de los críticos, de los mundos, inconmensurables como la obra de Brokowsky.-























GALINDO
Galindo era un verdadero cero al As.
Pero el mecanismo decretado lo sindicaba como el encargado de pronunciar el discurso del 20 de agosto.-
El compromiso era ineludible, así que ninguno de los camaradas de promoción  se atrevió ni siquiera a insinuar su indiscutible condición de queso.- Tan indiscutible  como lo era su turno de hablar al público.-
Para colmo de males, el 20 de agosto era la fecha más cara al sentimiento de la Institución.-
Cuando se anunció que Galindo sería el próximo orador, éste palideció, bajó la cabeza  y permaneció el resto de la jornada en un estado de trance, propio de un condenado a muerte.-
Fueron inútiles nuestros intentos por infundirle ánimo.-
Galindo marchaba resignado por el sendero de los minutos hacia el patíbulo.-
Podíamos adivinar los pensamientos  que atormentaron a Galindo toda esa mañana, con la vista fija en el pupitre  mientras  le llegaba como un rumor de fondo la voz del Magister Primus pontificando sobre el Nuevo Hombre Consecuente, su Etica y su Filosofía.-
"Debí preparar mi discurso durante estos siete meses" -pensaba Galindo.-
"Debí llegar preparado al 20 de agosto" -se reprochaba-.
"Fui perezoso" -se avergonzaba, con los puños crispados sobre las piernas rígidas-.
"Debo improvisar algo". -se defendía en vano, ya que sabía perfectamente que la improvisación era propia de los débiles, inútiles y haraganes, merecedores del más absoluto desprecio, escoria de la humanidad, cuyo hedor era olfateado de inmediato por cualquier hombre de carácter-.
Notamos que Galindo transpiraba.- No podía evitarlo y como un helado rocío diminutas gotas comenzaron a poblar sus sienes.-
A las dos horas, su camisa estaba patéticamente empapada y pegada a su espalda.-
Se hizo inocultable que su actitud no era digna de un aspirante a la graduación.
En la ceremonia iniciática se nos había impuesto detalladamente sobre los rigores de la disciplina institucional, sobre la necesidad de forjar nuestro carácter en el estricto respeto a las normas de la Casa.
Nueve veces lo aislaron -como a todos los que integrábamos la promoción- para reflexionar sobre su convicción de seguir el camino de los Hombres  Consecuentes.- Nueve oportunidades tuvo entonces para abrazar la duda.- Estaba advertido, como todos lo estábamos y por lo tanto su falta de temple  era lamentable.-
No había el más mínimo resquicio para intentar alterar los turnos.-
La incipiente pena por Galindo era inmediatamente desplazada por la certeza de haber asumido un compromiso de conducta.-
Era el turno de Galindo, sin discusiones,  y tanto él como el resto lo sabíamos perfectamente.
Hablaría a la una en punto.-
La chicharra sonó estridente pero, como siempre, no alcanzó a interrumpir al Magister Primus, que había finalizado su alocución exactamente treinta segundos antes para quedarse  observando satisfecho y en silencio nuestras caras de temor y admiración.-
Nos pusimos de pie, respondimos su saludo con veneración y, tras su retirada, ingresaron los celadores que apenas con un ademán nos indicaron el camino al auditorio.-
Galindo fue interceptado  por uno de ellos que con un gesto lo apartó del grupo para acompañarlo hacia la salita de preparación.-
Nos sentamos en perfecto orden y silencio ocupando las  butacas que se nos habían asignado hacía ya cuatro años, apenas ingresados a la Institución.-
A las doce y cincuenta y ocho hizo su aparición Galindo por el lateral derecho del escenario como lo indicaba el ritual, ataviado con su toga negra que hacía más evidente el contraste con su palidez mortecina.-
Ocupó el centro de la escena, firme frente al micrófono. Carraspeó -Dios de Dioses, carraspeó!!-
Abrió la boca y miró a la audiencia con ojos desesperados.- Balbuceó algo incomprensible y se cubrió el rostro con ambas manos. Alcanzamos a oír sus ahogados sollozos antes de que los celadores lo tomen de los brazos y se lo lleven.-
Procedimos a la caída del sol, como lo indican los manuales. Nueve estocadas, como oportunidades tuvo. La mía fue la tercera por orden de mérito y creo haber notado que Galindo aún guardaba vida. Dispusimos de su cuerpo conforme a los preceptos, en ceremonia austera, enterrándolo en el sector de los indignos.-
A las ocho en punto, ya higienizados, cenamos frugalmente, hicimos nuestra oración y terminamos otro día con el deber cumplido.-








CIEMPIÉS
Un ciempiés yace ¿muerto? en el piso sucio del Banco.
Pasa por mi cabeza tocarlo con la punta del zapato, pero desisto.
Y si estuviera vivo e inmóvil?. ¿Y si, de repente, cobrara vitalidad y trepara dentro de mis pantalones?
La cola hacia las cajas es interminable aquí en Ciudad Rubí, por lo que la idea de tocarlo me vuelve una y otra vez a la mente mientras espero mi turno. Pero desisto… y vuelvo a desistir.-
La cola pasa justo al lado del ciempiés, pero nadie parece reparar en él.
En Ciudad Rubí, nadie parece reparar en nada.
Aquí se respira porque el aire es gratis. Es un aire pesado y tufiento, mezcla de de olor a bolas, colillas malpisadas, perfumes baratos, como la gente de Ciudad Rubí.
Aquí parece ser normal la resignación. Se nace en una casta, y se muere en ella.
Unos se acomodan y reacomodan en sus cargos públicos, los otros reptan y rapiñan las migajas. Así es el sistema de Ciudad Rubí. Los unos se cruzan y entrecruzan perpetuando la gran familia del poder, los otros los adulan y se deslizan con el asqueroso roce de un gato que busca comida de su amo.-
En eso está mi mente cuando quedo al lado del ciempiés.-
La idea de tocarlo se hace más fuerte, pero no  viajé  hasta Ciudad Rubí para ser picado por esa alimaña. Así que, vuelvo a desistir. Y solo lo miro. Su visión es más agradable que la de la gente de Ciudad Rubí.
Cuando paso la línea del ciempiés, escucho hablar de él a dos viejas, lo que me devuelve un poco la esperanza sobre el ser humano.-
Aún aquí, en Ciudad Rubí, hay gente que repara en el ciempiés.-
No todo está perdido.
Cuando por fin vuelva a casa y me pregunten como me fue en Ciudad Rubí, podré responder que tuve suerte: he visto lo más interesante del lugar: Un ciempiés,  ¿muerto?.-






















AGUAS TERMALES.
Jamás me sumergiré en ellas.-
Pieles manchadas, infecciones supuramtes,
Caldo de enfermos.-
Un viejo descarado mea en las aguas termales,  como si yo no me diera cuenta.
El resto se enjuaga, bebe de las aguas, hace gárgaras.
Y se engaña con el prometido milagro.
Odio las aguas termales.
Como a los baños de barro y,  particularmente,  al pegajoso alohé.-
Yuyos poderosos, mujeres supersticiosas, brujas visionarias, gente desesperada comiendo porquerías.-
Nada hay ya que hacer, contra el dolor de huesos y la edad.
Salvo mentirse. Y empaparse con aguas termales.-












PENÉLOPE
Llamémosle Penélope.
Penélope está al lado del viejito.
Se aburre, se sostiene en una pierna y al rato se apoya en la otra.
Cruza y descruza sus brazos flacos.
El viejito mueve su montón de fichas y pierde, una y otra vez, mientras el tiempo pasa lentamente y Penélope cruza y descruza sus brazos flacos.
¿Qué ha sido del glamour de los casinos?. Sólo veo lámparas de plástico e individuos desesperados y malvestidos que intentan salvarse en este barco del quinto infierno.
Penélope no habla, solo asiente ante los comentarios muy escasos del viejito.
Tampoco ríe, ni se enoja. Su rostro es la cara de la espera.
Sé lo que espera Penélope y ella sabe que es una espera vana.
Ella fuma, todos fuman, y el viejito compra fichas.
Y Penélope espera.
Hay una puerta de los perdedores. Allí irá el condenado viejito.
Penélope lo sabe, pero espera.
¿Cómo espantar lo sórdido de este barco?
Quizás pensando que ella sueña, como sueña el viejito.
Los sueños del viejo y de Penélope se van con cada ficha.
Me distraigo en otros y el tiempo se va. Como las fichas.
Cuando quiero acordarme lo veo salir, por la puerta de los perdedores.
Sólo, seco y sin Penélope.
No hay heroínas,  pienso yo. Valió la pena, piensa el viejo.


ESA NOCHE
Cuando se acostó en la cama renga que esa tarde había adquirido en una casa de compra y venta de muebles usados, ya presentía que le esperaba otra noche de infierno.
No era el miedo a la ciudad desconocida donde había recalado, ni lo alejado del oscuro barrio en el que consiguió alquilar la pieza lo que le provocaba ese desasosiego, sino esa percepción indefinible pero inequívoca que ya otras veces había sentido, aún en su propio pueblo, de ambiente cargado,  de noche rojiza y eléctrica, de vientos cálidos y pesados que caprichosamente cambiaban de rumbo golpeando persianas, arrastrando  sonoros bollos de papel  y haciendo chirriar las puertas,  como pregonando el desquicio planetario.- 
Como lo presentía, no había podido pegar los ojos y el cubrecama impregnado de polvo y humedad rancia estaba amontonado contra los barrotes de los pies de la cama, molesto y persistente en enredarse a sus tobillos como poseído por el espíritu de una serpiente constrictora.
Yacía boca arriba con los ojos entreabiertos oyendo contra su voluntad el insoportable tic tac del viejo reloj de pared de la sala contigua que parecía amenazar con estallarle los tímpanos de un momento a otro.
El ruido más insignificante en noches normales, allí le resultaba nítido y  aterrador y lo sacudía en la cama de manera impiadosa acelerando los latidos de su corazón que como una bestia desbocada retumbaba en su pecho intentando escapar de su sitio. Las venas de sus sienes  palpitaban hinchadas, casi sin poder dar curso a los excesivos flujos de sangre que les enviaba esa bomba sin control alojada en su interior.   
Un estruendo de metales y vidrios que se hacían añicos irrumpió por la inútilmente cerrada ventana del cuarto que daba a la calle.
En un segundo se encontró de pie, junto a la cama, conteniendo la respiración y escudriñando en la oscuridad, adivinando amenazantes formas en las sillas que oficiaban de improvisados  percheros.
Avanzó a tientas buscando el picaporte y desfalleció un instante al tropezar con la valija que esperaba como un agazapado enemigo, allí mismo donde él la había dejado horas antes. Cerró con fuerza los ojos y respiró profundo para oxigenar su mortificada mente y recuperar el control de la situación.
Cuando volvió a abrirlos, estaba allí.-
Frente a él, con su mirada de espectro, el viejo linyera lo observaba  con una mueca de desprecio.
-No sos real. Vos estás muerto. -gritó desesperado-
-Solo una de esas cosas es cierta -dijo el viejo con desdén, y caminó hacia la ventana-
Un aire helado le congeló la cara cuando el linyera pasó a su lado para abrirla.-
Cuando se volvió para mirar hacia la calle, la ventana estaba abierta de par en par y con horror pudo ver su coche, con la parrilla y el parabrisas destrozados. Y sobre el techo el linyera, hecho un jadeante montón de trapos grises y sangre pidiendo ayuda.
Tuvo un impulso por huir, como tantas veces, pero se detuvo resignado. Las primeras luces del amanecer se insinuaban en la calle desierta y lo invadió una extraña sensación de profunda paz. Un canillita voceaba las últimas noticias de su pueblo natal ofreciendo el diario de hacía cinco espantosos años. Dos muertos en accidente sobre la ruta 14.-  






CABEZA DE CONO
Cabeza de cono derribó de un ladrillazo a su vecino, el que andaba por su techo.
No el techo de cabeza de cono, sino el del vecino.
Esta mañana me lo contó con sus ojos claros, penetrantes y extraviados.
Muy serio, Cabeza de cono, relató satisfecho y convencido su accionar.
Es que el vecino –según afirma Cabeza de cono- tiene malas intenciones para con sus árboles.
No los árboles del vecino, sino los de Cabeza de cono.
Parece que pretende envenenarlos, y Cabeza de cono los protege.
“Diga usted”, dijo Cabeza de cono.
No lo dijo al vecino, sino a mí.
“Diga Usted que no cayó en mi patio, cayó en el de él” -continuó diciendo Cabeza de cono-
“… que sino lo reviento a palazos”.
Cabeza de cono me explicó que no tiene un palo, sino una pala, con la que preserva sus árboles de la maleza, y con la que planeaba preservarlos de su vecino.
Deben sentirse agradablemente protegidos los árboles de Cabeza de cono.
No su vecino, sino sus árboles.







AGOSTO
La primera vez que ocurrió, los especialistas consultados lo atribuyeron a un  raro y singular fenómeno atmosférico que podía  darse sólo una en veinticinco mil veces.-
Todas las doctas opiniones dieron por tierra cuando al año siguiente, en la misma fecha la extraña llovizna de florcitas celestes volvió a caer sobre el pueblo.-
Por más explicaciones y argumentos  que los otrora consultados intentaron argüir para fundamentar su metida de pata del año anterior, la gente ya tenía su propia y definitiva opinión.: eran todos una manga de charlatanes. El pueblo había sido señalado por el dedo del Divino y las florcitas no hacían más que corroborar lo que todos sabían.-
Con el paso del tiempo, el advenimiento de la celeste llovizna anual fue esperado con un festejo tradicional, más popular que las fiestas patronales, que comenzaba dos días antes de la caída de las primeras flores y culminaba cuando la brisa azul -en realidad un más que fresco viento del Sud Este- barría las calles del pueblo hasta dejarlo sin rastro alguno de la alfombra celeste que lo cubría.-
A pesar de que se pusiera todo el empeño del mundo en encontrar una sola de las florcitas, pasada la brisa azul, no había ninguna posibilidad de hallar tan solo una de ellas.-
Habitantes previsores del pueblo intentaron  hacerle trampa al milagro guardando en plena lluvia, puñados de flores en frascos de vidrio cerrados y puestos en celosa custodia.-
Pero no había caso, pasada la brisa, incluso las flores que habían sido atesoradas desaparecían, quedando sólo la impotencia e incomprensión de los previsores observando los límpidos frascos vacíos.-
Incomprensiblemente, las fotografías tomadas no registraban nada.- Tratar de captar las flores, era como sacar fotos de fantasmas.-
Sin embargo allí estaban. Agosto tras agosto, año tras año.- Tan reales y maravillosas como amores nuevos.-
Con el tiempo, todo el mundo se acostumbró a la lluvia celeste, sin cuestiones,  como se acostumbran los hombres serios a creer en el Big Bang o en el Todopoderoso, atribuyendo el valor de lo evidente, a lo que les resulta inexplicable.-
El pueblo se había hecho famoso por aquel fenómeno celeste. Ninguna otra cosa, a excepción de un loco que se encargaba de  sacar a los vecinos del tedio de lo cotidiano, con sus discursos incoherentes, lo distinguía de los demás pueblitos rurales.-
Del loco se decía que nació en el agosto de las primeras  flores, aunque nadie se atrevía a asegurar que eso era cierto. En realidad corrían varias versiones acerca de él, más bien amparadas en la necesidad de gastar tiempo y palabras que en datos reales y comprobables. Algunos incluso  afirmaban que el desgraciado una vez se tragó una flor, y de allí su desquicio.-
Nadie en definitiva, sabía a ciencia cierta su edad precisa, ni de donde había venido, como tampoco entendía su palabrerío  sin pies ni cabeza coronado siempre por un alegato desesperado en favor de   "sembrar caminos de cielo a los demás" o  de "tender alfombras blandas y celestes por la vida". "Total, es un segundo -decía-, apenas un instante". "¿Que  nos costaría tender alfombras celestes?".-
Los vecinos del pueblo, lo escuchaban sin oírlo, con una mezcla de resignación y lástima, sólo como para darle el gusto y no sentirse culpables. Como se escucha a los locos.- El tipo siempre terminaba hablando solo, mendigando una atención que, para los demás ya había sido suficiente, hasta encontrar a otro caminante que, al pasar le dirigiera la mirada, para volver a comenzar con su discurso de alfombras celestes.-
Pero hubo un agosto en que las flores no llovieron.-
Todo el pueblo se había preparado para recibir la lluvia celeste. Cierto era que a veces  se demoraba un par de días, haciéndose rogar un poco, como lo hacen las novias el día de la boda. Pero aquella vez los días pasaron más de la cuenta. Los pobladores comenzaron a impacientarse y el festivo ánimo colectivo de ese agosto, comenzó a tornarse en confusión.
 Los improvisados puestos de artesanías, que se montaban año a año alrededor de la plaza local, sólo recibían la visita de turistas cada vez más malhumorados, que no perdían oportunidad de alzar sus quejas e ironías, respecto de los lugareños, y su sospechada condición de estafadores.-
Los dulces regionales, envasados un par de meses antes del evento, comenzaban a ponerse rancios y los visitantes cancelaban anticipadamente el alquiler de las posadas para buscar otros destinos.-
Lo cierto es que a pesar de esperar y desesperar, nadie vio caer  aquel agosto las flores.-
Lenta y resignadamente, fueron desmontándose uno a uno los puestos de baratijas. El viento, esta vez del Sur, frío y tempestuoso, se encargó de arrancar las guirnaldas, que contrariamente a las florcitas, aparecieron espantosamente reales al día siguiente: descoloridas, rotas y embarradas, enredadas en los alambrados de los campos aledaños.-
Los atribulados vecinos ensayaron explicaciones, conocedores desde un principio de que las mismas no convencerían a nadie.
Después de todo, las flores habían llegado un agosto sin explicación alguna y del mismo modo ya no volverían.-
 Alguien, en  medio de la confusión,  reparó sin embargo en el detalle. El día primero de ese mes había muerto el loco del pueblo.-
Sobre su improvisada  tumba nacieron  las únicas, últimas  y perennes florcitas de color celeste, que durante varios años llamaron la atención, y que el tiempo ha reducido a motivo de burlas y misericordia hacia las mentes extraviadas por la edad o a una superstición de los más viejos y amables del pueblo.-
Hoy he venido aquí, a ver el pueblo. Estaba cerca y me trajo la curiosidad por esa extraña  historia que hace un par de meses  me contó un amable viejo, tan amable como enfermo de años a quién por piedad invité a subir a mi auto cuando descansaba al costado del camino.-
Me han dicho que ese  último viejo amable y charlatán ha muerto. Por lo demás nada en el pueblo me ha resultado extraño. Solamente las diminutas flores, como una pincelada de celeste belleza, sobre una tumba que no se si es cierta o leyenda pueblerina a punto de perderse. Y algo más, mi sensación de que aquí me he de quedar para siempre. A envejecer extraño y loco. A contar para que no me crean. A esperar mi propio viento del Sudeste.-  A tender alfombras celestes.
























INDICE


MI JUEGO.
EL SR. MANSILLA
RELICARIO.
LA INFIEL.
EL COBARDE.
ARENA.
CASTIGO NOCTURNO.
UN CUENTO POLICIAL.
LA CENA.
LORENZÓN.
ANIMAL DE QUARAM.
EL MARSIANO DE VENUS.
LAS CUENTAS DE ETCHENIQUE
¿A QUE NO SABÉS LO QUE ME PASO?
VIENTO NORTE.
ANTICUARIO.
DOS LADRONES
LA REVOLUCION SEGÚN CRISTOCAN.
MUSEO.
SEIS HISTORIAS APRESURADAS
LA COSECHA.
CRUZADO.
LA SERIE DE BROKOWSKY.
GALINDO
CIEMPIÉS
AGUAS TERMALES.
PENÉLOPE.
ESA NOCHE
CABEZA DE CONO
AGOSTO.