jueves, 7 de octubre de 2010

EL OREJUDO


El orejudo me tiene podrido.-
Todos los santos días, cuando pasa, yendo o volviendo hacia o desde no se que maldito lugar,  aminora la marcha de su bicicleta roja, casi hasta perder el equilibrio, exclusivamente para mirar en forma descarada y sin ningún disimulo hacia mi casa.-
Sus ojos diabólicos parecen penetrar a través de las paredes del frente  y escudriñar hasta el propio fondo.-
No hay nada que pueda hacer para no sentirme absolutamente examinado, día a día, por esa aborrecible mirada de rayos equis que prácticamente me deja al desnudo y a merced de ese demonio de inmensas orejas que parece reprobar con odioso placer todos mis actos, gestos o actitudes.-
Una mueca parecida a una sonrisa, pero que no es tal, se insinúa en su pecosa cara de diablo y sus ojos animales y rojos  lo atraviesan todo.-
Me busca.
He intentado diversas estrategias para disuadirlo.- Todas sin éxito.- He permanecido en la vereda en un afán ingenuo por  avergonzarlo, me he ocultado en mi propio hogar  para demostrarle indiferencia,  he intentado incluso mantenerle la mirada a sus repulsivos ojos, terminando vencido y sugestionado por los dolores de cabeza ante el espantoso esfuerzo, pero nada.- El me observa implacable.-
De nada me ha servido envalentonarme un mediodía  e inquirirle "¿que mirás, necesitás algo?".- Nada me ha respondido. Apenas una venenosa mirada y retoma la marcha sin tocar nunca el suelo con un pie, sin perder  el casi insostenible equilibrio que lo mantiene a bordo de su bicicleta.-
Me busca, me tiene harto y asumo que me atormenta.-
El invierno pasado, en medio de un temporal, observé por la mirilla de la puerta, sólo por el placer de disfrutar un mediodía del paisaje de la calle sin su aborrecible presencia.-
Una mezcla de furia y espanto me asaltó cuando estaba a punto de dar las hurras y apareció, empapado hasta las entrañas, detuvo casi hasta la inmovilidad su bicicleta y me miró como solo mira el demonio. Dí un respingo y cerré mis ojos con fuerza. Su mirada quemante parecía haberse concentrado en el pequeño ojo de la mirilla. Un punto rojo de sangre me taladraba el cerebro a pesar de mis párpados comprimidos contada mi fuerza.-  Me recosté sobre el sofá con las manos en la cara y me sacó del espantoso embrujo la voz de mi mujer preguntándome asustada por mi actitud. Entonces decidí que debía terminar con la cuestión.-
Han pasado varios meses desde aquella siesta lluviosa y hoy, ciego como una tapia, creo haber terminado los preparativos.-
Ya no me importa la desfiguración de mi rostro, quemado paulatinamente por la percepción diaria de su presencia en la calle.-
Mi esposa y mis dos hijos se marcharon en diciembre, con el pretexto de las fiestas de fin de año y mi negativa a presentarme en familia tal como estoy, como un monstruo cuya cara puedo palpar con la yema de mis dedos.-
Se despidieron disimulando torpemente su espanto y no los culpo. En realidad casi podría afirmar que he sentido alivio cuando sin besarme se marcharon para siempre.-
He podido pensar en soledad y planear,  paso a paso el desenlace.-
He urdido mi plan justo a tiempo, ya que casi nada me resta a causa de las ardientes llagas de mi cara  que supuran de manera permanente y de la fiebre que me impide dormir y mortifica todo mi cuerpo.-
Mañana al mediodía, exactamente cuando terminen de tocar las doce campanadas de la iglesia, montaré mi bicicleta a ciegas y saldré a su encuentro, dejándome conducir hasta los inevitables infiernos.-

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