martes, 21 de junio de 2011

MARTÍN


Martín, sin historia y sin apellido.

¿Adonde fue Martín?

Habita apenas en mi memoria y no sé si de alguien más, como les suele ocurrir a aquellos hombres que vivieron y murieron solos.

-"Te juro Negro, que pasó así, como te lo cuento. Y te lo juro por Dios. Si así no  fuera, que me caiga muerto en este momento".

Un ruido sordo y seco llenó la noche. El Negro trató de asimilarlo en el tiempo que duraron sus cuatro pasos de caminata de regreso hacia la casa de Martín y se percató de que no tenía más acompañante nocturno.

Martín yacía, cuatro pasos atrás,  desparramado debajo de los armazones de fierro amarilllo -de función indescifrable para los pibes que jugábamos en el barrio-, como muerto.

No había que provocar a Dios. No había que  pronunciar su nombre en vano.

¿Era el Todopoderoso capaz de castigar de manera tan cruel a un pobre viejo borracho y solitario,  con semejante rigor por el solo hecho de invocarlo como testigo?

El Negro volvió sobre sus pasos y comprobó que Dios algunas veces -demasiadas veces- se ocupa sólo de cosas más importantes que los hombres no alcanzamos a entender.

De todas maneras, en este caso estaba bien que así sea –reflexionó en un suspiro aliviado cuando vio a Martín desparramado en el suelo, tomándose la cabezota y gimiendo… pero vivo-.

Martín se levanto con un chichón inmenso en medio de su arrugada frente y el Negro lo acompañó hasta la inmensa, infinita, soledad de su cama fría.

Vivía de prestado en la esquina. En una de esas casas misteriosas, de propietarios desconocidos, muertos o lejanos y desinteresados.

Nos tiraba agua helada por las rendijas de las persianas de madera despintada cuando interrumpíamos su siesta y osábamos sentarnos a conversar y a hacer ruido  en el umbral de la puerta -de esas de antes- con escalón de ladrillo anaranjado al frente.

No sé más de él, ni creo que nadie sepa.

Su anécdota, sin embargo, nos ha hecho reír -con pretensiones de eternidad- después de quién  sabe cuantos almuerzos.

Apenas eso. Martín, sin apellido y sin historia.

Me ha servido hoy para que se rían por un rato mis hijas, inconscientes y sin culpa alguna, como él. Para percibir lo fugaz y trascendente de un chichón, o de una risa.

En una de esas -¿quién de los sabihondos lo sabe?- , existe un lugar por ahora inasequible que  se nos guarda a Martín, al Negro, a los chicos víctimas de su agua helada que no cambiaron su inocencia  y sus ansias de aventura por monedas, para encontrarnos y ser felices sin angustia alguna o incluso hasta para chocarnos con armazones de hierro que nos desmientan en nuestros desvaríos, no ya a manera de condena o para hacernos sentir culpables sino tan sólo, y nada menos, para desafiarnos a nuevos desatinos curándonos paradójica y eternamente de la tan temida  "herida absurda".

No hay comentarios: