Tengo una planta.
Una planta
extraña y maltratada (¿maltratada?).
No es Cannabis
(mal pensados que prejuzgan).
Es mi planta
indefinida que vive en el cemento.
En el cemento
solitario de mi solitaria y preservadamente personal terraza.
En la terraza
sólo mía. En la que me ve en abismos como en cimas. En la callada terraza de la
callada planta.
Se alimenta de
sol inclemente, lluvias esporádicas, restos de vino y whisky aguados, orina
compleja e incluso vómitos espumosos de moribundo víctima de pannic attack’s.
Ha perdido así su
inicial belleza. Pero no muere.
Ya no es
verdiblanca salvo en brotes jóvenes que insisten, temerarios una y otra vez, en
ser partícipes de tal aberración.
Ha mutado y sigue
ahí. Alguien la destinó a ornamento, mas es impresentable.
Impresentable al
resto y única.
Por eso es “mi
planta”. Nadie –estoy seguro- tiene una planta tan monstruosa. No adorna, no da
sombra, no alimenta, no provee ni pide. Sólo
está. Mudo y espantoso testigo de mis ciclos y contraciclos. No ha brotado del
suelo-techo-terraza (no es tan mágica). Yace en una improvisada “plantera” que
no es tal, sino un rectángulo de plástico verde y desteñido por el sol,
quebradizo y agrietado por donde se lo mire. Alí dentro hay tierra (o la
abominable pero vital sustancia en la que esta se haya transformado). Mi gato
Toto se ha ido hace ya un par de años y no volvió como solía hacerlo, flaco,
lastimado y “pura cabeza”, por lo que asumo que definitivamente “perdió en su
ley” en alguna de sus encrucijadas nocturnas. Quedamos yo y mi planta monstruo.
Mis escritos repudiados y recurrentes. Como los nuevos brotes perseverantes y
espantosos de la planta. Paisaje infernal y para nada romántico de alguien
que escribe quitándose sus monstruos
pertinaces y de algo que rebrota e insiste en formas cada vez más tétricas.
¿Qué último e
incomprensible motor impulsa a ambos?.
¿Es también esa
planta regida por LA pulsión?