A propósito del Bar Avenida: (la esquina
que nunca duerme), de los Hermanos Gadea, allí –lo aseguro- fui testigo y
partícipe de cosas fantásticas. La partida de truco con cartas imaginarias (sin
cartas) en la que al Salchichón le cantaron “33 de mano”
y en la que el logró anular la vuelta diciendo “va de nuevo…sin
querer me dí cuatro cartas….”; los recitales de “Guitarra larga Ramírez”,
que también –munido de un instrumento inexistente y de diapasón infinito, a
juzgar por el extremo estiramiento de su brazo izquierdo- cantaba como
inspirado por los Dioses y abstraído en sus melodías, mientras los demás le prestábamos
–literalmente hablando- una atención fugaz para volver a nuestros asuntos de
alcohol y choripán; la conversación con el “Twyggy”, quién me pedía algo de
plata para concurrir a un Kilombo cercano, mientras se le escapaba un perrito
diminuto, tipo Chihuahua berreta, de uno
de los bolsillos del camperón que llevaba puesto; el sándwich de sandía servido en el
plato (ante el requerimiento burlón y
desafiante de un atrevido capaz de dudar que en el Bar Avenida había de todo
–fue, y no se me discuta, el primer Drugstore en el mundo-). Los
encendidos discursos de Evaristo Tutti,
eternamente reelecto Intendente de Isletas, según él mismo se jactaba: por su
“inmenso instrumento de convicción” asociado a la notable mayoría de femeninas
en el padrón de su Distrito. Tutti, se la jugaba en aquellos tiempos difíciles
y denunciaba de “trompetas!!!” a los
políticos de turno, ante nuestra incontenible ovación. Recuerdo que murió en la
pobreza –fiel a su honradez y a sus principios-, casualmente junto a
“Twyggy”, también infausto en la
ocasión, en una casa abandonada y con una botella de Caña Palanca obviamente
vacía como único testigo del ascenso de aquellas buenas almas al Cielo. Recuerdo grescas infernales, de las que logré
huir justo a tiempo y reflexionando: “¿para qué me quede hasta tan tarde, si
sólo vine a comprar cigarrillos?”. Recuerdo al “Negro”, que declaraba luchar
contra su adicción al alcohol y por lo tanto, sólo se permitía empinarse las
botellas de Colonia 555; recuerdo al “moco itinerante” del Gordo que nos miraba
fijo, hablaba amargamente sobre las mujeres, se pasaba la mano por la cara o el
pelo… y con ella el moco que iba y venía
por toda su cabeza y que –inevitablemente- nos distraía del apasionado
discurso, con su azaroso viaje.- Recuerdo que había un lugar secreto –entre las
botellas de un estante- en que “yo” tenía mi encendedor reservado (o así me lo
hicieron creer, como a todos los que allí recalábamos, los dueños del Bar).
Recuerdo que en aquellos tiempos, y a esas horas todas las mujeres… y digo
todas… dormían en Crespo (o así estaba tácitamente convenido), ya que ese
tiempo sin tiempo era para “comentar el partido” de la noche recién muerta de
cada banda o náufrago solitario que –como llegado a rastras a su madriguera-
sentaba su culo en las frías, azules y despintadas sillas de lata. Recuerdo los incomparables choripanes… el
“Delifrú”, el café despertador con una cantidad de azúcar que hoy me resultaría
intragable, los osados que se “enganchaban” en la misa del domingo, como para
volver “justificados” a su casa.. Recuerdo los cueros de serpientes inmensas,
los cuadros de boxeadores y automovilistas, los frescos de las paredes.
Recuerdo ir a mear en el terreno vecino. Recuero mis primeras “timbas” de
figuritas compradas en el Bar y perdidas inmediata y torpemente ante pibes más
expertos bajo la mirada del San Martín mudo y solemne del busto de la
“Plazoleta”. Recuerdo las confusiones
(de interlocutores) … y las confesiones (de amores, -hasta los nunca declarados a su destinataria
…que dormía-…). Recuerdo decadencias,
abyecciones, obras de arte espontáneas, gloriosas e irrepetibles. Hoy paso por
el lugar sin ver, pues no me importa ya que no está el Bar. No hay fecha cierta
-¿Qué cosa es “cierta”?- para su verdadero final. Quizás cuando muera el último de los que allí
asistimos –y aún no ocurre- habrá
cerrado sus hermosas puertas – y dormirá la esquina que nunca duerme- el “Bar
Avenida”.-